El partido languidecía cero a cero, como si la maldición de la siesta, esa modorra pesada y espesa, fluyera por las piernas de los veintidós jugadores que decoraban el terreno de juego. Faltaban todavía quince minutos pero ni Boca ni Estudiantes habían llegado a amenazarse en lo que iba del segundo tiempo. La popular de Boca, invadiendo de azul y amarillo la tribuna Natalio Pescia, y el puñado de hinchas de Estudiantes, ubicados en un sector de la tribuna que da al Riachuelo, se estaban aburriendo por la intrascendencia del partido que era el último de la fecha. Ni Boca ni Estudiantes tenían chances en el campeonato -Velez Sarfield, horas más tarde, se erguiría como legítimo campeón del Clausura-, con el empate los dos estaban en la Libertadores y en caso de perder, cualquiera que lo hiciera, quedaba afuera, así que era casi cantado que los dos iban por la igualdad en el marcador.
EL COMPOSITOR - Sinfonia en la cancha
Era una tarde de domingo no tan frío como se espera a finales de junio y la luminosidad amarillenta de un sol pronto a esconderse tras el horizonte era bifurcada y multiplicada en extrañas tonalidades por oscuras y pequeñas nubes. El segundo tiempo se había iniciado con luz artificial. El tedio en las populares y las plateas era evidente, algunos conversaban de cosas ajenas al partido, otros miraban hacia la nada, y estaban los que se entretenían puteando a los jugadores que ya las hichadas de Boca y Estudiantes habían marcado como los causantes de que el campeonato había “concluido” antes de tiempo, precisamente una semana atrás cuando aun faltaban dos fechas para terminar el torneo.
Los hinchas de La Doce, emitían un tímido “dalebooo, daleboo…” que los pocos que habían ido a la cancha apenas coreaban. El Pelado Scasso se había sentado y miraba atentamente el partido, le había dicho al Ruso y al Pecas que él quería ver a Riquelme, nada más, que podía llegar a pagar la entrada auque sea para verlo jugar dos minutos, se gane o se pierda. Horas de discusión llevaban con Riquelme, el Ruso decía que además de lento por momentos era un jugador menos y eso al Pelado lo ponía loco, hasta lo había acusado de menemista una tarde en que, en un Boca - River calentísimo, el Ruso le pedía, a grito pelado, casi desencajado de ira, a un cansino Riquelme, que se tire a los pies o que definitivamente baje a uno del medio porque ellos estaban haciendo lo que querían con la pelota. Aquel día el Pelado casi se trompea con el Ruso:
-¡Cómo le vas a pedir a Román que vulnere sus principios y recurra a la violencia que sólo los ineptos utilizan!
-Por qué no te dejás de pelotudeces Pelado, el fin de esto es ganar y hay que ganar como sea.
-¡Claro!-, dijo irónicamente el Pelado- ¡…el fin justifica los medios!
-¡Pero seguro!
- ¡Sos un menemista hijo de puta, no hay nada que hacerle…!
-El padre de Andrada, que estaba detrás de ellos, se rió a carcajadas cuando escuchó esto último, es que Menem ya no era presidente y lo que pretendía ser un insulto rayaba la ridiculez por el anacronismo.
El Pelado, el Ruso y el Pecas conformaban una extraña amistad que sólo ejercían en los partidos que Boca jugaba de local. Cada partido en la Bombonera se encontraban un par de horas antes en el bar La Esquina Dorada, ubicada enfrente de la cochera donde los tres guardaban el auto a unas diez cuadras de la cancha y sólo hablaban de fútbol. Apenas conocían uno del otro en qué trabajos se ganaban la vida: el Pelado como bancario, el Ruso en una empresa de computación y el Pecas tenía un supermercado. Sabían que los tres eran casados y que el Pecas estaba separado pero hasta allí llegaba la profundidad de sus intimidades. Todo era fútbol y Boca, y con eso tenían tema suficiente como para reforzar los lazos de amistad con los que se mantenían unidos.
El “daleboo, daleboo” bajaba nuevamente de La Doce, esta vez con más fuerza. Un petiso de la hichada, que al parecer ejercía una especie de mando sobre un puñado de muchachos, los reprendía para que no cantaran muy fuerte, “…a ver si estos entienden que hay que ir a buscar el partido y los Pinchas meten un gol de contragolpe y nos quedamos sin la copa libertadores”. En la cancha todo era tedio y desidia, el Pecas que escuchaba el partido relatado por la radio contaba que Victor Hugo y Alejandro Apo le estaban dando con un caño a los jugadores porque ninguno iba para adelante y que era una vergüenza la actitud, sospechosamente tendenciosa, de los jugadores en el partido para conciliar un resultado.
-Hay que ser hincha para entenderlo…- dijo el Ruso.
De pronto la bombonera enmudeció de golpe, y se escuchó un suave y hasta sorprendido grito de gol de la hinchada del Pincha. El Pelado, el Ruso y el Pecas no creían lo que veían, ¿era verdad que los de La Plata habían hecho un gol faltando diez minutos cuando no era necesario?
-¡Este Sosa es un pelotudo, mirá como le pegó!
-¡Lo quiso hacer, lo quiso hacer!
-¡Mirá como se lo quiere comer el Caldera, lo quiere matar, se le nota en la cara!
-¡Qué hijo de puta! ¡Qué hijo de puta!
Boca volvió a sacar la pelota del medio y comenzaba a notarse ahora la desesperación en los jugadores y en los hinchas de que había que empatar sí o sí. Estudiantes se animó a tocar y desde el segmento donde estaban los hinchas del Pincha se escuchaba, eufórico y estridente, el españolísimo “¡ooolee, ooolee!”. El Chicho Serna, desenfrenado, como un Inca temerario defendiendo su fortaleza, le fue abajo, con los dos pies hacia delante y barrió con pelota, tobillo, tibia y peroné la humanidad completa de Verón que cayó como un pobre caballo herido en la batalla. Inexplicablemente la tarjeta que sacó Castrilli fue la amarilla, lo hizo vehementemente, con una actitud casi grotesca, mientras los gestos y ademanes de Serna querían explicar que había ido a la pelota. La Doce comenzó a pedir que el “dalebooo dalebooo” se hiciera sentir en la Bombonera. De pronto el “¡Huevo, huevo, huevo, Yunta, Yunta, Yunta!” bajó desde la popular en un unísono perfecto. Con esa cortina musical de fondo se escuchó el lamento del Pelado
-Estos inoperantes se creen que el partido lo vamos a ganar con la fuerza de la voluntad, requiriendo que se imponga el imperio de las partes pudendas por sobre la maestría del juego. ¡Están equivocados!
El Pecas y el Ruso miraron al Pelado con cierto grado de incredulidad, sabían que el Pelado era un personaje que jamás diría un improperio, una palabrita subidita de tono. Era una persona culta, literato, cinéfilo, apasionado de la música y el teatro, asiduo espectador de los eventos gratuitos del Colón y del San Martín. Era casi una contradicción a sus costumbres que todos los domingos, de local, se lo viera por la Bombonera.
En el verde césped Boca parecía una banda de picapedreros intentando sacarle la pelota a un Estudiantes que parecía no haber entendido que el empate les servía a los dos. Viendo semejante afrenta al arte, el Pelado, quizás ofendido por lo grosero de la contienda, más propia de un combate bélico que de un partido de fútbol, empezó a cantar a puro vozarrón, imponiéndose sobre el murmullo de los demás hinchas.
“¡No pongan huevo, no pongan huevo, pongan algo de fútbol que pa huevo el gallinero!”
Alrededor del Pelado se hizo un silencio quizás propiciado por la incredulidad de lo que la gente escuchaba, las caras del Ruso y el Pecas traslucían un pánico pocas veces visto. Tal vez por la cercanía y esa acústica característica de la bombonera, en un radio de varios metros parecía escucharse el vozarrón, demasiado musical para la cancha, y muchos notaron que Riquelme, quien estaba esperando un lateral cerca de la línea, miraba hacia la bandeja donde fluía el canto casi lírico del Pelado suplicando que haya fútbol en lugar de vano esfuerzo. Fue allí que Román tomó el balón y levantó la cabeza, desde la derecha comenzó a hacer la diagonal y con el cuerpo impidió que el defensor lo desplazara. Desde el centro lo vio a Palermo arrastrar al líbero hacia el vértice del área chica y con un pase milimétrico le puso la pelota al pie de Guillermo que entrando por el centro del área grande, sólo tuvo que pegarle suave para que la pelota se metiera entre el palo y el arquero. Mientras el grito de gol explotó en el estadio, se escuchaba la voz desencajada de uno de los capos de la Doce “¡¿Qué gritó, qué le gritó?! ¡Que cante de nuevo, que cante de nuevo!” El Pelado, que le escapaba a la notoriedad por su bajo perfil, cierta timidez que lo llevaba a reprimirse, hizo caso omiso y se quedó en silencio, entonces fue el Pecas que, dándole un pisotón le hizo entender con la mirada que no podía desobedecer semejante orden. Entrecerrando los ojos y levantando el mentón, el Pelado, con la melodía de de Oh sole mio empezó a cantar.
“¡Oh Boca mío, no pegue y toque, que la pelota, hay que atender.
Oh Boca, ooh Boca mío, hay que tratarla, como una mujer!” .
La hinchada, tímidamente primero, en un pianísimo casi inaudible, mirándose unos a otros como descreyendo de la efectividad del texto, comenzó a corear el canto, y en segundos, en un in crescendo gradual alcanzó un tutti que hacía temblar el césped. En el centro de la cancha, Riquelme, por esas cuestiones fortuitas del fútbol recibe un pase de Cagna y la coloca bajo su pie derecho; con los brazos como alas a punto de desplegar contiene a dos jugadores de estudiantes que vanamente intentan quitar el balón que ya es parte de su cuerpo. Como un caballero elegante y temible, en esa posición heráldica y altanera, sometiendo a los dos jugadores Pinchas, se lo vio girar la cabeza hacia a la popular y sonreir, dando muestras de cuanto lo gratificaba y alentaba ese coro. Los jugadores de Estudiantes, Sosa y Lopez, parecían dos niños indefensos intentando quitarle la pelota a un tío o a un padre. El coro de improvisados tenores y barítonos vibraba ahora como nunca, fue allí que Juan Román espantó a los dos ingrávidos jugadores de Estudiantes con sólo un movimiento y con un disparo suave, certero, la pelota hizo una comba perfecta y fue a dar a la blonda cabeza de Martín Palermo que sólo tubo que apuntar hacia el ángulo superior izquierdo; allí, donde Bossio, a pesar de su ostentosa anatomía, no pudo llegar.
Con el dos a uno en el tanteador y faltando tres minutos -más los que iría a adicionar Castrilli luego-, Estudiantes pareció transformarse en el equipo más ofensivo del planeta. En la misma jugada, dos tiros dieron en los palos dejando a Córdoba estático para suspirar luego como si hubiera zafado del peor de los accidentes. Ni la hinchada, ni los jugadores, ni nadie de los que allí estaban y eran Xeneixes querían otra cosa que no fuera la victoria. Habían sido ellos, los de Estudiantes, quienes habían roto el pacto implícito para lograr el empate.
-¡Qué se jodan ahora, me chupa un huevo si quedan afuera!– dijo el Ruso, y armando una bocina con sus dos manos gritó con todo el cuerpo y el alma -¡Putooooos!
-¡Cantáte otra Pelado!– dijo, desde dos tres escalones más arriba, el Gordo Gutierrez que no había abierto la boca en toda la tarde.
-¡Dale Pelado, así le hacemos el tercero!– acotó el Ruso sacudiéndole el hombro.
Esta vez el primer movimiento de la Sinfonía Nº 40 de Mozart sirvió de soporte melódico para que el Pelado compusiera el canto:
“Dale bo, dale bo, dale boca, dale bo dale bo dale bo!
Dale bo, dale bo, dale boca, dale bo dale bo dale bo!
Dale boca, dale boca, dale boca, dale bo, y dale dale dale bo”
El tutti coral no se hizo esperar, y, del perímetro completo de la Bombonera, desde la popular hasta los palcos, el canto mozariano era un unísono potente e hipnotizante. Y allí en la cancha, con el coro como telón sonoro, otra vez Riquelme, pisa la pelota en el medio de la cancha y al compás del ritmo de la melodía, como un bailarín que se ajusta a la cadencia de los compases y los acentos, lleva la pelota hacia la posición del corner y colocándose de espalda a la vastedad de la cancha y pisando la pelota justo en la línea la cuida, como una leona protege a sus leoncitos, sin dejar que los cuatro desesperados jugadores de Estudiantes: Verón, Caldera, Lopez y Martinez, puedan quitársela. La lucha es desigual en número pero Román tiene toda la paciencia del mundo para mantenerla allí.
Mientras esta escena ocurría en la cancha, el Pelado, sin que nadie lo advirtiera, había dejado de cantar y en una libretita de bolsillo hacía anotaciones. De pronto, zamarreando al Ruso y al Peca, comenzó a cantar con evidente estilo lírico, instándolos con la mirada para que lo siguieran:
“Escucha Romy la canción que en este día
Que los Boquenses te pedimos alegría
No la abandones, juega brillando
Hasta que venga el nuevo gol.
Hasta el tercero no para- a- mos”
El sector de la popular que rodeaba al Pelado hacía fuerza por recordar el texto. Castrilli había adicionado dos minutos y restaba un minuto y medio. En apenas treinta segundos, toda la bombonera entonaba la letra del Pelado con la melodía de la Oda a la Alegría de Beethoven. Allí, en semejante marco musical, Juan Román, desliza hacia atrás la pelota que pasa entre las piernas de Calderón y con un aleteo simple de sus brazos y un estilizado movimiento pasa entre los cuatro jugadores de Estudiantes. El derechazo resulta grandioso: con una comba perfecta, la pelota, girando sobre su eje, dibuja una parábola sublime que inevitablemente conduce hacia allí, donde el travesaño y el palo se unen formando un ángulo recto, el reducto más preciado donde los goleadores buscan colocar el balón.
“Escucha Romy la canción…”
El grito de “gol” estruendoso y omnipresente ofició de final perfecto para culminar el coro de la novena sinfonía Beethoveniana. Todos se abrazaban con todos, jugadores con jugadores, hinchas con hinchas, los del cuerpo técnico, los dirigentes y celebridades de los palcos.
“¡Riqueeelme, Riqueeelme!”, lentamente el clásico canto al talentoso enganche de Boca tomaba forma en la tribuna, mientras Román levantaba lo brazos y, exhibiendo la hilera luminosa de sus dientes blanquecinos, saludaba sonriendo hacia todos los puntos cardinales.
-¡Cantáte otra Pelado!– arengó el Ruso, -¡dale que esta victoria te la debemos…!
El Pelado se sentó donde pudo, notoriamente exhausto, y negó ladeando la cabeza sin decir nada. El “Riqueeeelme” que vibraba en el estadio era cada vez más compacto y estridente. El Ruso y el Pecas comenzaron a cantarlo eufóricos, embebidos en una incontrolable alegría.
-¡Inventáte otra Pelado!– le insistía el Gordo Gutierrez desde atrás.
El Pelado observaba extasiado, satisfecho, con el goce del deber cumplido, como si él no formara parte del marco espectacular que brindaba el estadio y sólo fuera un ocasional y simple espectador. Sentía que el “Riqueeelme” que musicalizaba el estadio era para él también. Levantó la vista hacia sus amigos, y con una leve sonrisa dijo, más para sí que para los demás:
-Es hora de escuchar la música del pueblo.
Fin
Mercedes 2008
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3 comentarios:
Auxiliooooooooooooooo!!!!!
Riquelme me va a partir el orto de nuevo.
Lei explicacion y Compositor tal como sugeriste en mi blog, verdaderamente muy buenos.. te felicito Walter... pasa por Riquelme Locura cada vez que quieras... y obvia las pelotudeces que escriba Tony Blas, es un tonto.
Un abrazo cordial y fuerte
Mariano Mateuci
http://blog.riquelmelocura.com.ar/
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