NO ESTÁ TAN MAL Ser Roger Federer por un día.


Vi el anuncio en la solapa derecha de la pantalla en la computadora. Normalmente no me detengo a mirar esas publicidades, pero esta me llamó la atención:

Sea su ídolo por un día.

La ilustración contenía a Serena Willams, Shaparova, Roger Federer y Nadal. Evidentemente era una publicación tenística. Me dio curiosidad. Cliqueé.

La lista era más amplia, aparecían tenistas de todos los tiempos, hasta los que ya estaban retirados como Vilas, Borg, Naratilova y Graff. Me costó entender de qué iba la cosa. Investigando llegué a la conclusión de que la única forma de averiguar más sobre el tema era concurrir a las oficinas que la empresa internacional tenía en Puerto Madero, selecto barrio de Buenos Aires. Pero algo me había quedado claro y fue lo que más me sedujo de la propuesta, una de las frases que aseguraba que contratando el servicio uno podía sentir lo que siente un tenista profesional jugando al tenis.
Juego al tenis. Pero soy mediocre. No me da vergüenza decirlo, es un juego difícil, por eso imaginé que esta experiencia de convertirse por un momento en Roger Federer me llevaría a perfeccionar mi técnica, corregir mi volea, mejorar mi drive, en fin... mucho más.
Ese día pedí licencia en el trabajo, en el juzgado no había mucho para hacer así que nadie se quejó. Tomé el 57 y en Plaza Italia combiné con un taxi. Llegué a la oficina indicada, Torre Solar, piso 20, una mañana a las diez como había convenido. Me abrió la puerta un señor de impecable traje negro haciendo combinación con el sobrio pero lujoso departamento, al estilo minimalista. Me propuso sentarme en unos cómodos sillones mullidos color verde aceituna a la espera del llamado. En la pared había banners titulados "Sea su ídolo por un día" pero divididos por disciplinas, había de fútbol con Messi, Maradona y Ronaldo, también estaban los de rugby, basquet y algún otro deporte más. Me di cuenta que los algoritmos de las redes sociales habían captado mi interés por el tenis y, hay que decirlo, me conquistaron con esa publicación.
Me llamaron por mi nombre. Una señorita me atendió en una espaciosa y lujosa oficina con ventanales que dejaban entrar el sol que todavía alumbraba sobre el Rio de la Plata. Sin preámbulos desplegó un discurso seguramente armado que repetiría con frecuencia en el que me dio una idea aproximada sobre la propuesta.
Por un día yo iba a sentirme en el cuerpo y mente de Roger Federer. Y en cuanto Roger jugara yo iba a sentir su técnica de golpes, de desplazamientos, su táctica mental. De todos modos yo estaría, es decir mi cuerpo, en un sillón especial anatómico, sujetado con hebillas para no correr riesgos y con electrodos cuidadosamente colocados en mi cabeza, previa inducción al sueño mediante suero. Me preocupó lo del suero pero tenía lógica. Podría deshidratarme.
Pregunté qué partido podría elegir, porque no me convenía que fuera en césped o carpeta, yo juego solo en polvo de ladrillo y se dice que es muy diferente de otras superficies. Pero la señorita me explicó que no había seguridad sobre qué partido o torneo podría tocarme, que era por azar y que ellos tenían contratado el servicio de Roger de 2003 a 2017.
Otra cosa que me preocupó era el idioma, porque yo con el inglés, francés, suizo, italiano nada de nada y sé que Roger habla esos idiomas. La señorita me dijo que probablemente me iba a convenir anexar el doblaje al español, aunque  lamentablemente solo tenían la opción del español neutro. Es decir que todo lo que escuchara de mi equipo -en realidad del equipo de Roger- del propio entorno, y todo lo que yo -o mejor dicho Roger- hablara, involuntariamente sería en ese dialecto del español. Mal menor. No me gusta hablar de Tú, pero la experiencia lo valía.
Algo que me dejó tranquilo fue que iba a disponer de un celular transdimencional y si llegaba a sentir algún tipo de indisposición física o mental podría abortar el experimento pulsando: asterísco, uno, uno. Fue insistente en que no me olvidara porque de ese modo estaría despertando de inmediato pero debía tener bien claro que en el contrato que firmaríamos estaba bien especificado que no habría devolución de pago alguna y sería solo de mi responsabilidad.
¡Ay el precio!. Esa es la pregunta que puede desbarrancar todo. Pero ya estaba ilusionado. Y estas empresas tienen metodologías impecables para convencerte. Porque te lo financian de un modo que parece que lo pagás sin problemas, como si no lo sintieras. Diez mil dólares en ciento veinte cuotas. Si este tratamiento iba a ser efectivo me pareció económico. Debo ser honesto, no era un precio para mi bolsillo y algunos meses me obligaría a comer arroz con queso más de lo que me gusta. Tenía algo de dinero guardado y además un préstamo pre-acordado en el banco que con un solo click me lo adjudicaban. También me ahorraría de contratar las clases con el profesor que por supuesto ya no necesitaría: un partido completo siendo Roger Federer, y tomando consciencia de que debo aprender de ello, dejaría sin sentido seguir con las clases en el futuro. Tomé allí mismo la decisión y dejé mis dos mil dólares ahorrados para el anticipo y seña. No son cosas en la que se deba pensar mucho. Al fin y al cabo uno no debe trabajar solo para comer y los gustos hay que dárselos en vida. 
Luego de realizar la transferencia con el pago completo recibí el email con la confirmación de día y hora. Ese lunes a las siete y treinta de la mañana estaba nuevamente tocando timbre en la misma Torre pero un piso más arriba. No me dio culpa engañar a Vicente, mi médico de toda la vida, al que le mandé un mensaje de que tenía diarrea y no podía ir al trabajo. Quedó en hacerme el certificado médico, es que no podía permitirme perder un centavo más, no era mi estilo hacer este tipo de gastos.
La entrada de la torre se abrió automáticamente, tomé el ascensor, y volví a tocar timbre en la puerta. Me atendieron amablemente dos señoritas vestidas con ambos médicos en una especie de laboratorio científico. Luego de leer y firmar un cuestionario sobre mi estado de salud, me tomaron la presión, me revisaron los ojos y me invitaron a pasar a un cuarto donde efectivamente se encontraba el sillón especial. Me puse nervioso, pero ya estaba allí y sobre todo había pagado el total y según el contrato ya no habría devolución.
Una de las chicas me dio el celular transdimencional y me dijo que lo colocara en el bolsillo. La verdad que esperaba uno de marca I Phone pero no, era un Motorola similar al que tuve 2005 con teclas. Igual no importaba, ya me encontraba allí recibiendo el suero e iba camino a ser mi ídolo, iba a conocer su secreto, sus elegantes movimientos, su sabiduría táctica y capacidad estratégica , estaba a solo un paso y fue lo que pensé antes de dormirme, sería yo el que conocería ese enigmático tesoro: el misterio tenístico más hipnótico sobre la tierra llamado Roger Federer.
Abrí los ojos y de inmediato sabía donde estaba. Una descomunal ventanal dejaba ver una vista majestuosa, el gran espejo de agua no podía ser otra cosa que el lago Zurich y yo aparecía en un ambiente de la casa de Roger en Walloreu. ¡Yo era Roger!, aún padecía algo de somnolencia y me di cuenta de que estaba sentado en un inmenso sofá, la lucidez fue creciendo y noté de pronto que tenía una mamadera en mi mano y en mi brazo izquierdo un niño rubio que mamaba de ella, a mi derecha, otro niño, clon del anterior, igualmente vestido con conjunto azul intentaba manotearme la mamadera. Era de día, escuché voces desde otro lugar de la casa, alguien, una voz femenina, dijo:
-Myla, ayuda a tu padre que no puede con Leeny y Leo
Una niña de unos siete u ocho años, con vestido a cuadrillé blanco y negro apareció por una puerta, me miró y se agachó a buscar una mamadera que se encontraba tirada en el piso.
-Deja que a él le doy yo, papi -me dijo mientras tomaba al niño rubio de la derecha y comenzaba a darle la mamadera acunándolo.
Otra niña, nuevamente gemela, igualita a la anterior, apareció por detrás y me dio un beso, tenía el mismo vestido cuadrillé y solo miraba su celular. Un gran smart estaba encendido frente a mí en el que pasaban noticias de Suiza y Europa. Evidentemente lo del doblaje funcionaba porque entiendía todo perfectamente en español. Reparé que estaba con los pares de gemelos de Roger y Mirka las niñas Myla, Charlene y los dos niños Lenny y Leo. Imposible distinguir quién era quién.
Por primera vez observé mis brazos, definitivamente eran los brazos de Roger, más estilizados que los míos, el derecho ostensiblemente más tonificado y ancho que el izquierdo. Y olía impecable, tenía puesto un pijama de seda, aunque ya se había manchado con leche en el lado izquierdo. La primera sensación que tuve fue de autoestima, me sentí más poderoso. Más aún si con ese físico podría jugar al tenis. 
De pronto apareció Mirka, ¡Dios mío! semejante belleza rusa, porque en persona no era convencionalmente bella, no es mi estilo, me gustan las morochas mestizas, pero su cara redonda y sus pómulos brillantes parecían iluminar todo a su paso. Tenía puesto un vestido de seda verde y un saco de cuero. Pero no había sonrisa en su rostro, se cruzó de brazos y dijo:
-¿Puede ser que no le puedas dar la mamadera a dos niños sin que se te venga el mundo abajo?
Atiné a responder, pero su voz era de enojo desmesurado y me contuve, continuó:
¿Te parece bien lo que me dijiste? -mientras me escrutaba golpeteaba la punta de su sandalia sobre el piso.
Seguí sin responder, comenzaba a tener miedo.
-¿A ti te parece que no puedas quedarte con los niños un sólo día en este mes cuando yo tengo que andar llevándolos en andas a cual puto torneo te toque jugar?
Eran preguntas retóricas, no sabía que estrategia utilizaría Roger acá pero yo suelo quedarme callado.
-¡Claaaaarooo! ¡El señor no habla! ¡Se queda callado!
-¿Qué quieres que diga, Mirka? -dije imprevistamente, la voz chillante de Mirka me perforó los tímpanos.
-¡Que por una vez en tu vida vas a cuidar a los niños sin quejarte y sin meter la pata!
Por suerte hubo un silencio. No sabía cómo seguir la conversación así que pregunté, titubeante, lo único que me interesaba.
-¿A qué hora juego hoy?
Una risotada irónica de Mirka estalló en la sala.
-¡¿Pero es que estás idiota o qué?!
La cara enrojecida de Mirka le daba un aspecto terrible.
-¿Te has drogado Roger?
Negué con la cabeza, vacilante.
-¿Te bajaste de Roland Garros por un dolorcito de espalda y se te da por hacer chistes? ¿Pero es que no has crecido todavía?
Me di cuenta que estaba en el Roger 2017, cuando no pudo jugar, por una lesión, Roland Garrós. Casi me desmayo, diez mil dólares tirados a la basura. Mirka continuó.
-Mi primo Ulrich, con un dolor de espalda como el tuyo hombreaba bolsas en el puerto de Rotterdam sin quejarse, querido.
Su voz era lacerante, hiriente, los dos pequeños lloraban, uno de ellos manifestaba su berrinche desparramando la leche sobre uno de los sofá. La voz de Mirka, apenas más calmada, volvió a salir de su boca.
-Y hoy, como ya sabes, es día de niños con papá. Yo salgo con mis amigas y tú te encargarás de bañarlos, darles de comer, hacerlos domir para cuando yo vuelva a la noche, ¿ok?.
-Ok -respondí sin vacilar esta vez, bajo el riesgo de ser ejecutado.
-Y quiero que ayudes a Myrla y Charlene con las tareas. ¡Y nada de celelular!
Asentí cabizbajo. Los pensamientos se me vinieron como ráfagas y creí que mi cabeza iba a explotar, el préstamo a diez años que debería pagar, ciento veinte cuotas por nada, ciento veinte meses que me harían recordar la peor inversión de mi vida. Me serené, levanté la vista y le dije a Mirka que no se preocupara, que vaya tranquila que yo me ocuparía. 

-Claro que sí -dijo aún con enojo abriendo la puerta de salida.  
Cuando ella salió les dije a los cuatro niños que hagan lo que quieran, free day, came on, cualquier cosa estaba bien mientras no estén correteando a mi lado. Me di cuenta que instintivamente me sacudí el pelo sobre la frente al estilo Roger Federer, realmente el experimento estaba funcionando, y eso hizo que sienta pena por lo que tendría que hacer, lo inevitable, entonces saqué el celular del bolsillo y, casi con lágrimas en los ojos, marqué aterisco, uno, uno y le di entrada.
Desperté aliviado en el sillón. Mientras las dos asistentes me sacaban los electrodos y desprendían las hebillas de mis muñecas me sobrevino el pesar por los diez mil dólares perdidos, aunque debo reconocer que hubo un aprendizaje: mi vida real, así como está, no está tan mal.
Walter Perruolo, Junio, 2019