EL LAUCHA RAMIREZ - Un argumento para el concurso

Carmen sabe que lo esencial en el trabajoso ejercicio de crear un cuento para el concurso es encontrar un argumento, y también concluye, luego de hacer un análisis preliminar sobre cuál es un tema conveniente para ganar los mil pesos que dan en el primer premio, que la ciencia ficción es un buen tema para abordar, casi estratégico.

Sentada frente a la computadora, relajada, luego de haber terminado de lavar los platos y planchar la ropa, mira el blanco de la pantalla buscando mentalmente algún hecho, alguna instancia que le permita elaborar la historia. Se le ocurre de pronto que puede situarla cien años más adelante e imagina un mundo oscuro, muchísimas personas y millones de desechos tecnológicos rodeando esa gente. Estaba en eso cuando suena el teléfono y se lamenta de no haberlo desconectado: solamente dispone de tres o cuatro horas para terminar el boceto del cuento y el concurso cierra en tres días, es decir que le queda un día para escribirlo, uno para corregirlo y el último para enviarlo. Resignada se levanta de la silla y va hasta el living.

-¿Carmen? Soy yo, Lidia -, escucha la voz excitada de su peluquera que parece salirse por el auricular.

-Hola Lidia.

-¿Pasa algo? – pregunta Lidia cambiando el tono.

-No, no, justo estaba en algo, poro no importa, decime…

-Te tengo que contar algo que no lo vas a poder creer.

-Bueno, mañana voy a visitarte y tomamos unos mates…

-No, no, es cortito, vas a ver que es increíble.

-Es que…

-¿Vos escuchaste la sirena el domingo?

-No… bueno… la escucho casi todos los días.

-No, pero yo te digo acá en el barrio, como a las nueve de la noche.

Carmen no recuerda, han pasado como tres días, pero igual dice que sí como para que Lidia no se retrase en lo que debía contarle.

-Bueno, te cuento, el domingo vino la policía y se lo llevaron al hijo de Ramírez, el flaquito, medio desgarbado, el que trabaja en la cárcel, al que le dicen Laucha.

-¿Por?- preguntó Carmen

-Te cuento, ¿vos la conocés a esta chica, la Adriana, casada con el Gordo de la Carnicería?

-Sí, sí… la que vive en la cortada, me la cruzo en almacén dos por tres.

-Viste que esa chica atendía la caja de la carnicería cuando recién se habían casado y en ese momento el Laucha Ramírez era empleado de ellos, de esto hace como cuatro o cinco años…

-Ajá.

-…Bueno, según dicen, el Gordo, el marido de la Adriana, cuando se iba a hacer trámites al centro y la dejaba a ella en la caja porque tenía miedo que el Laucha se quedara con algún vuelto… no vas a creer lo que pasó…

Carmen sabe que Lidia, como siempre sucede en la peluquería, hace un mundo de todo y puede tardar más de una hora para contar un hecho que la mayoría de los comunes logran desarrollar en tres minutos. Mientras Lidia se dispone a continuar con el chisme Carmen inventa una olla en el fuego que calentando un supuesto dulce de higo se está por quemar.

-Se me quema el dulce, te llamo después…-. Corta sin dar tiempo a nada.

Corre a la computadora y se sienta en la silla, imagina sin querer cómo serán las peluqueras en el 3010, si existirá el oficio. Borra de inmediato esa idea de su cabeza e intenta poner su mente en blanco como la pantalla del procesador de texto. Se lo ocurre que lo que suceda en el 3010 no tendrá sentido si no se ve con los ojos de alguien contemporáneo y piensa quizás que puede inventar un viaje en el tiempo de algún científico al futuro, pero inmediatamente se le vienen dos argumentos a la mente que ya han sido creados: uno es un cuento de Bradbury que analizaron en el taller literario de Rosa Cerisola y otro cree haberlo visto en el cine o en la tele en una película donde el vehículo que transporta por el tiempo es un auto. Se frustra y descarta la idea justo cuando vuelve a sonar el teléfono. Molesta, casi arrastrando los pies, se dispone a atender.

-¿Carmen? Otra vez yo, Lidia, ¿Se te quemó el dulce?

-No… llegué justo…

-Bueno, te sigo contando, como te decía, parece ser que el carnicero, de esto hace ya más de cuatro años, cuando se iba de la carnicería dejaba a su mujer sola con el Laucha, porque no le tenía confianza con el tema del robo, bueno, el domingo se lo llevaron detenido porque lo acusaron de haber violado a la Adriana…

Hay una pausa en la que Carmen siente que debería exclamar alguna expresión de sorpresa pero sólo pregunta:

-¿Pero la violó ahora o antes?

-No, lo acusa ella de que lo violó hace cinco años.

-¿Y por qué después de tanto tiempo?

-Bueno, acá viene lo mejor…

Carmen se lamenta al escuchar esa expresión: cuando Lidia afirma que “viene lo mejor” anuncia implícitamente que la cosa va para largo.

-Escuchame Lidia – la interrumpe –, tengo algo importante que hacer, en cuanto termine…

-¿Vos conoces al hijo de la Adriana?

Lidia parece no haber reparado en lo que Carmen le dice y se dispone a realizar una segunda estrategia para cortar el teléfono, se le ocurre hacerlo sutilmente de modo que el interlocutor que está hablando del otro lado no se sienta ofendido. Opta por una que ya ha utilizado antes: consiste en comenzar a hablar y cortar justo en el medio de la frase, recurso más que efectivo en demostrar que un imponderable ha ocurrido. Mientras contesta “¿Cuál, el chiquito ese que…”, sobre la palabra “que” presiona la horquilla del aparato y luego lo deja descolgado.

Vuelve al cuarto de la computadora y se sienta frente al monitor, mira la hora y han pasado cuarenta minutos sin haber escrito una línea. Carmen hace enormes esfuerzos por situarse en el año 3010 y busca un personaje. Casi siempre el hallazgo de un personaje ayuda a la revelación de una trama y piensa en un camionero, pero no, no es muy elegante, y se le ocurre un aviador pero con un avión viejo, antiguo, como esos que sobrevuelan hoy el pueblo fumigando los campos, pero la insidiosa sospecha de que está cometiendo un plagio la frustra nuevamente. El timbre chillón de su celular se inmiscuye en sus pensamientos. Atiende automáticamente. ¿Habrá celulares en 3010?

-¡Qué suerte que encontré tu celular! ¡Me muero si no puedo terminar de contarte! - La voz de Lidia suena ahora robótica y lejana, distorsionada.

-Te decía entonces, que la Adriana lo acusó al Laucha de violación, y la policía se lo llevó el domingo, pero la verdad no es esa sino la que me contó la tía de la Adriana, la Mabel. Parece ser que el Gordo y la Adriana se casaron y ya tenían todo, se hicieron una casa que es casi un palacio, molduras de yeso, tres habitaciones para los chicos, baño en suite, dos pisos, una cocina que son tres de la mía, tres baños… y con la fiesta de casamiento, que encima participaron a Dios y María Santísima, se la amoblaron toda, viste que se gana mucha plata con la carne…

“Carne” es la última palabra que escucha Carmen, y aunque desea con ganas cortar, esta vez, inesperadamente, quizás por ese medio imperfecto de comunicación que es la telefonía móvil la voz de Lidia es remplazada por un silencio sordo y placentero. Una idea se le ocurre: el gran abuso de la tecnología hace que todo colapse en 3010 y entonces la vida vuelve a hacer como en 1970 por ejemplo. No es mala idea pero no se engaña: todavía no tiene un argumento, tiene nada más que ponchazos de imágenes que aún carecen de sentido. Mira la hora y siente que el tiempo es más veloz que nunca, dos horas y ninguna palabra… Decide entonces barrer la cocina y el living mientras aprovecha a pensar, se anima a situar como personaje a un niño, pero que el niño no es un ser humano en 3010, porque en ese entonces los niños son gestados mediante un método en el que manipulan la genética y...los golpes en la puerta de calle la sobresaltan, piensa en quién será y antes de abrir se da cuenta. Lidia ni siquiera espera la invitación, penetra en el living y sin pedir permiso se sienta en una de las sillas en la mesa del comedor.

-Hacete unos matecitos y termino de contarte, dale… -, lo dice dando golpecitos en la mesa…- dejá de barrer mujer que estas cosas no pasan todos los días…

Carmen se resigna y mientras pone la pava en el fuego pregunta sin ironía pero con cierta capciosidad:

-¿Y la peluquería? ¿No tenés a nadie hoy…?

-No… bah, puse un cartel, pero no importa… te sigo contando… el Gordo y la Adriana se casaron… ¿antes te pregunto, Carmen? –dice Lidia cambiando el tono-, ¿vos lo conocés al hijo del Gordo y la Adriana?

-Sí - contesta Carmen desde la cocina–, uno flaquito, chiquito, ¿qué tendrá…. dos, tres años?

-Casi cuatro años tiene… bueno, la Mabel me contó todo... todo el mundo estaba sorprendido porque después que el Gordo y la Adriana se casaron, pasaban los años y no tenían hijos, recién al tercer año de casados la Adriana queda embarazada, pero primero se tuvieron que aguantar que todos los familiares preguntaran hasta el cansancio “para cuándo el primero”. Ellos al principio decían que lo buscaban pero después no hablaban del tema y el Gordo, cuando le preguntaban, se ponía hosco y desaparecía… si hasta un domingo se fue de un asado cuando el suegro le preguntó cuándo le iba a dar un nieto “¿Sos padrillo o no sos padrillo?” dice Mabel que le dijo delante de todos, y el Gordo sin decir una palabra, la cargo a la Adriana en la camioneta y la sacó arando…

Carmen ya está sentada frente a ella cebando el primer mate y mira la hora, intenta no escucharla y sigue buscando un argumento que valga la pena pero el entusiasmo de Lidia es abrumador.

-Bueno, resulta que al final ella queda embarazada y los ánimos se calmaron, pero ahora que el chico tiene tres años se empezó a notar que no tiene nada del Gordo. Fijate que el Gordo es de tez blanca y el nene es morochito, la Adriana es casi rubia; pero eso no sería nada sino fuera por las facciones, el nene, flaquito, chupadito, es el calco del Laucha. Según Mabel, que es amiga de la mujer del fiscal del caso, el Laucha declaró que el Gordo y la Adriana le pagaron para que se acostara con la Adriana porque el que no podía tener hijos era el Gordo, cuando el médico les confirmó que no iban a poder parece que les agarró la desesperación. Parece ser que el Gordo veía que la Adriana se había hecho amiga del Laucha por estar juntos en la carnicería, entonces se le ocurrió que tuvieran relaciones… según le contó la madre de Adriana a Mabel, como el Laucha era virgen -apenas tenía diecisiete años-, el Gordo les dio cinco minutos de intimidad en el baño de la carnicería para que pudieran hacerlo. Como el Laucha ya estaba por entrar como guardiacárcel, apenas quedó embarazada la Adriana dejó la carnicería como habían convenido… dice Mabel que el Gordo le pagó una fortuna. Pero ahora, el Laucha, que imaginate, ve al nene todos los días, en el almacén, la panadería, y que encima es un calco de él –es el Laucha en miniatura-, parece que se encariñó y hace unos días fue a reclamar que quería ser el padre del nene. Y apenas el Gordo se la vio venir hizo que la Adriana lo acusara de violación, porque viste que ahora con el ADN ese te descubren todo… ¿qué me contás?

Carmen mira la hora: tardísimo. Mientras piensa en esto, automáticamente y con gran esfuerzo como para simular interés, contesta:

-Qué bárbaro che….

Luego le dice a Lidia que ya es hora de ir a hacer las compras para hacer la comida porque cuando Diego y los chicos lleguen del trabajo van a querer devorarse la cena con mantel y todo, pero esta vez lo dice sin culpa porque es la pura verdad. Piensa que a lo mejor para el próximo concurso debería empezar antes a elaborar el argumento así por lo menos lo puede hacer más tranquila, pero nada de ciencia ficción, quizás lo mejor será una historia en el pasado, en el 1800 o principios de 1900 por ejemplo, o algo como García Márquez, una historia de amor, para toda la vida…Lidia dice que la acompaña al supermercado así aprovecha y compra unos repollitos que los vio bastante baratos. Carmen solo asiente y manotea el llavero.

-Pobre Laucha Lidia… ¿qué irá a pasar con él, no?

FIN

Agosto 2008