STANLEY

Juanchi estaba loco por el termo Stanley. Antes de viajar parecía ser lo único que le preocupaba. Loco, nos decía, yo a Europa sin un Stanley no voy. Nosotros dos no teníamos termo marca Stanley, el Japo no toma mate y a mí no me gusta viajar con lastre, con cosas que impliquen peso.
-Muchachos, no podemos sacarnos fotos en la Torre Eiffel y publicarlas en Instagram con un Lumilagro en la mano. No garpa.
Juanchi vive para las minas, su meta es la conquista permanente, todos los días publica sus fotos en Imstagram y Facebook, y aunque viva sin un peso, endeudado hasta la manija, no baja de Levis, Nike o Lacoste en la pilcha. El guacho se las ingenia porque ni en pedo te compra pilcha original. El Flaco Alberti, que consigue ropa de marca trucha y vende por whatsapp le da crédito aunque le pague a los trapos.
Pero con el termo Stanley no hubo caso. El Japo, siempre cauteloso, le dijo:
Mirá que un termo no es lo mismo que una remera o un jean, si es trucho el agua no te la mantiene caliente y al final, para la foto todo muy lindo pero solo te sirve para tereré.
Así fue que Juanchi, el poco cupo que le quedaba en la tarjeta se lo gastó en un termo Stanley, grande, color negro, que para que negarlo, era muy lindo, muy Instagram. Antes de viajar le puso un sticker de Argentina y otro de Coldplay.
-Boludo -le reproché -vos escuchás Viejas Locas, Intoxicados, La Renga ¿y le ponés una calco de Coldplay?
-No entenés nada, chavón, Coldplay es un anzuelo, salgo con el termito así en las publicaciones y engancho, papá.
Cuando le pregunté cuánto le costó el Stanley, no me quiso decir. Yo la verdad estaba un poco caliente porque todavía me debía parte del viaje y al Japo también. Habíamos comprado con nuestras tarjetas y Juanchi había prometido darnos la guita antes de viajar, pero faltaban tres días y su única preocupación era un termo de mierda. Lo único que nos hizo bajar un cambio y tranquilizarnos fue que laburó hasta los fines de semana. Juanchi era empleado del municipio, no cobraba mucho pero se mató haciendo changas durante meses, de mozo, de peón de albañil, trabajó en una distribuidora y hasta se puso a cortar el pasto.
Europa era el sueño de los tres y allí fuimos, Madrid, Barcelona, Londres, Berlin, Paris. La pasamos genial, y por suerte, no sé si era por el cariño que Juanchi le tenía a ese termo, ofició de cebador durante todo el viaje y a mí me vino bárbaro. Todavía no nos había dado la guita que nos debía pero la felicidad del viaje hizo que el Japo y yo lo olvidáramos.
Todo hubiese estado perfecto salvo cuando partíamoss de Paris para ya volver a Buenos Aires. Antes de salir del departamento que habíamos alquilado para ir al aeropuerto, desde el baño, Juanchi me pidió que le calentara agua para el mate. Teníamos una espera de dos horas y estaría bueno aprovechar para matear. Como siempre hacía Juanchi, para asegurarse la durabilidad de la temperatura caliente del agua, dejé que llegara al punto de ebullición. Y así, hirviendo la puse en el termo.
Salimos para el aeropuerto con tiempo, teníamos que tomar el metro y después enganchar con el tren, pero nos equivocamos en algo que aún hoy todavía no entendemos qué fue, y nos perdimos. Terminamos en otro lugar yendo en la dirección contraria. Un colombiano residente en Paris que estaba en el tren nos explicó cómo retomar el camino. Bajamos en la estación que nos indicó y tuvimos que esperar otro tren para volver.
Se nos complicó, llegamos a minutos de la hora de embarque, pasamos las valijas y corrimos a migraciones. Nos revisaron como si fuéramos terroristas. Abrieron nuestras mochilas y sacaron las cosas por completo. Yo tenía un desodorante en aerosol y me lo quitaron. Luego vi que tomaron el termo de Juanchi e hicieron lo mismo, se lo separaron. Juanchi entró en desesperación.
El Japo, que era el único que se defendía en inglés empezó a preguntar qué pasaba, pero la respuesta del policía francés, que parecía ser el jefe de los tres que estaban allí, era indescifrable. Entramos en un diálogo de sordos, y de sordos enojados. Juanchi arrebató el Stanley y negando con la cabeza lo abrazaba como si fuera un bebé. Uno de los otros policías algo de español balbuceaba y en la confusión nos dio a entender que el problema no era el termo sino el contenido.
-¡Agua! ¡Guoter, guoter! -gritó Juanchi, e inmediatamente le sacó la tapa e hizo un gesto para volcarla buscando dónde hacerlo.
El policía jefe gritó, se separó dos pasos y apoyó su mano en la pistola. Quedamos petrificados. Se hizo un silencio terrible e intentábamos dilucidar por el lenguaje corporal y las miradas qué pasaría. El jefe gritó algo en francés, era una orden y por las señas entendía que quería que dejara el termo sobre la cinta. Pero Juanchi decidió inmolarse. Se llevo el termo a la boca y comenzó a tragar el agua humeante. Sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras el vapor del agua calentísima, casi hirviendo, inundaba su rostro. Por momentos se detenía, ingiriendo pequeños sorbos, retiraba el termo y abría la boca para respirar todo el aire posible. Al Japo se le ocurrió soplar en la boca del termo para ayudar a enfriar el agua mientras Juanchi descansaba. Antes de terminar nos miró al Japo y a mí y nos dijo casi llorando:
-Franceses hijos de puta, ni en pedo les dejo el termo, todavía me faltan diecisiete cuotas para terminar de pagarlo.
Sí, hubo final feliz, nos dejaron subir al avión. Juanchi pidió agua fresca en las primeras dos horas de viaje. Luego nos dormimos. Regresamos bien, y para suerte de Juanchi, con el Stanley.