ENTRE GAMES - El otro costado del tenis

-¿Contra Gómez? –, escuchó Carlos en su celular. 


La voz del doctor Linares llegaba lejana y distorsionada, pero se notaba el tono de desagrado.  Carlos no sabía a qué se debía tanto asombro. 

-Sí, contra Gómez le toca jugar -respondió resignado.  

 Hacía tiempo que Carlos quería abandonar el agotador trabajo de organizar los torneos de tenis en el club y tener que lidiar con los innumerables problemas que le representaba la función. Si bien Fernández y Musillo lo ayudaban en la tarea, él corría con la difícil responsabilidad de confeccionar el cuadro y coordinar los horarios. En los días de torneo su celular parecía estallar con los pedidos de consulta, comerciantes que pedían cambiar el horario que les había tocado en el sorteo, o jugadores que tenían algún evento supuestamente impostergable y pretendían acomodar sus horarios a conveniencia. Más de una vez Carlos tiraba el celular sobre la mesa con fuerza y se prometía a sí mismo no involucrarse más con la tarea de organizar torneos. 

Ahora, cuando el doctor Linares, cardiólogo reconocido de la ciudad, desde el otro lado de la línea había preguntado, evidentemente sorprendido y hasta con cierto desdén, si a él le tocaba jugar contra Gómez, Carlos tuvo nuevamente ganas aplastar el celular.

-¿Pedro Gómez? –volvió a preguntar Linares.

-Si…-contestó Carlos ya impaciente-, ¿por qué preguntás?

-No… no… está bien…

-¿Pero cuál es la duda?

-¿No es plomero el muchacho ese?

-Si, creo que sí, ¿por?

-¿Y juega al tenis?

Carlos hizo un silencio, quería digerir lo que le terminaba de decir Linares.

-¿Y eso qué tiene ver? -preguntó.

-No… nada… parece raro…

-¿El qué es raro?

-No, nada, qué sé yo.

Carlos hizo un silencio e inmediatamente se despidió no sin antes pedirle al doctor Pablo Linares que se presentara el domingo quince minutos antes de las dos de la tarde para no retrasar los partidos. Luego, mientras ponía a calentar agua para tomar un te, conjeturaba para sí mismo cuál sería la razón por la que Linares había cuestionado así al contrincante que le había tocado en suerte. Los dos tenían un juego, a simple vista, bastante parejo, pero quizás el hecho de que fuera la primera vez que Gómez se anotaba en un torneo probablemente había puesto nervioso a Linares quien contaba con el handicap de ser el número dos de la categoría B.
 
Linares era el tipo de jugador que Carlos encuadraba en el grupo de los obsesivos, su característica ultracompetitiva lo llevaba a actuar en la cancha con cierta tendencia a la trampa. Tenía vicios muy poco tenísticos, su idiosincrasia deportiva respondía más a la viveza y chicana del truco que del tenis. Musillo le había puesto de sobrenombre ”Ojo de Halcón” , porque siempre estaba buscando pique en la cancha y era capaz de dar por mala una pelota que él mismo había dado por buena varios tiros anteriores a la terminación del punto y, por supuesto, solamente lo hacía cuando lo había perdido. Pero su mayor virtud, su más destacable característica y que lo diferenciaba del resto de los jugadores, era la de conversar al rival en los momentos de descanso y utilizar esa instancia para hacerle perder la concentración.

 Fue memorable la vez que al Pelado Merola, abogado, en una semifinal de la categoría, cada vez que se sentaban a descansar el doctor lo amedrentaba preguntándole cómo le había ido con el juicio al municipio por una licitación posiblemente fraudulenta que había ganado una empresa de construcción de asfalto, y en la que era más que sabido que ese juicio lo había perdido casi vergonzosamente. O la vez que le tocó frente a Walsh, quien se había separado de la mujer poco tiempo atrás y le terminó dando vuelta un partido increíble porque lo ametralló a preguntas e insidiosas puñaladas psicológicas sobre el futuro que le esperaba: “Y ahora preparate porque las minas se llevan todo, te va a llevar como diez años armarte económicamente”. Walsh, después de aquel partido, le contó a Musillo que estaba tan desmoralizado que ni ganas tuvo de romperle el culo a patadas y que no se puso a llorar porque hizo lo imposible por contenerse.
 
 Por todo esto el domingo por la tarde Carlos quiso que Linares y Gómez jugaran en la cancha más cercana a la mesa de los organizadores así podía tener el control porque intuía que era un partido en el que podría haber problemas. En contraste, Pedro Gómez no le resultaba una persona difícil, todo lo contrario, era en exceso tranquila y sosegada, todo lo tomaba con una calma y humor más que envidiable, lo había visto jugar algún que otro partido de dobles y jamás se le había escuchado un insulto o reproche tan típico de los tenistas que parecen, muchos de ellos, personas de dudosa salud mental  reprendiéndose a sí mismos sobre cómo deberían haber jugado o pegado a esa pelota que quedó en la red o salió de la cancha. Pero Pedro Gómez, aplomado y tranquilo, como si flotara por la vida,  nunca había propiciado un grito, ni siquiera un chasquido de lengua, y ante el infortunio de una pelota mal jugada o un error inadmisible solamente sonreía como si no hubiera pasado nada.

El domingo, por suerte los dos se presentaron en el Club casi a tiempo. Linares, quien siempre acrecentaba la elegancia de su delgadez y su metro ochenta de altura con indumentaria de primera marca y accesorios de primera línea, -inclusive conservaba un juego de tres raquetas que uno solo veía en la vidriera de los más exclusivos locales de deportes-, se presentó dos minutos antes que Goméz. Pedro Gómez, entrecano, morrudo, más gordo que flaco, apareció con la misma chomba azul que usaba siempre que jugaba en el club y en lugar de short de tenis llevaba puesto una malla de baño. Gómez mismo había confesado que lo usaba porque al menos no le paspaba la entrepierna y tenía bolsillos para guardar la pelotita en el saque.

Después del peloteo el partido comenzó parejo, el primer set terminó en un ajustado tie break a favor del doctor Linares. Cada vez que se sentaron a descansar la única voz que se escuchaba en cien metros a la redonda era la del doctor Linares intentando desconcentrar a Pedro Gómez. Carlos, Palito Musillo y las casi veinte personas que presenciaban el partido se divirtieron con los intentos de Linares por amedrentar con preguntas insidiosas al pobre Pedro Gómez que solamente asentía y sonreía ante cada inquisitoria y comentario del doctor Linares ¿Así que sos plomero? ¿Y tus hijos pueden ir a una escuela privada con tu oficio? ¿Te da para las vacaciones? ¿Es bueno ese encordado? La sumisión y casi timidez con que Pedro Gómez afrontaba las hirientes esquirlas que despedía el doctor Linares mientras se secaba los antebrazos y la cara con su clásica toalla verde musgo despertaba en Carlos cierta tristeza que rápidamente se transmutaba en bronca contenida. El 5 – 2 del segundo set a favor de Linares parecía irremontable, Gómez ya no esbozaba ninguna sonrisa en su rostro y la desazón en la tribuna parecía evidente. Carlos se encontraba tan desanimado que prácticamente no hablaba. Cuando Linares y Gómez se sentaron nuevamente en los banquitos de descanso, se escuchó la voz potente de del cardiólogo que sin piedad le preguntó:

-¿Debe ser duro andar entre la mierda todo el día, no?

El silencio que reinó después más la petrificación abrupta de Goméz mirando su raqueta Wilson descansando en el borde del banco hizo que la respuesta se escuchara clara y concisa.

-Oiga una cosita doctor, ¿usted tiene una casa muy linda allá en el barrio del Estudiante no?

Linares pareció sorprenderse mientras tomaba un trago de agua saborizada del pico de la botella, luego asintió con la cabeza.

-Y su esposa es una mujer rubia, alta, delgada… que parece mucho más jóven que usted ¿no?

-Bueno… ella tiene cuarenta años, y yo cuarenta y ocho, así que la diferencia…

-¡Eh, doctor, pero usted me da como cincuenta y pico…! ¡¿Cuarenta y ocho tiene?!

-¿Pero cómo es que conocés donde vivo y quién es mi mujer? ¿Vos estás seguro?

-¿No tiene usted un cuero de vaca como alfombra en el living?

Linares giró la cabeza hacia el banco de Gómez de tal modo que Carlos tuvo la impresión de que el cuello se le había quebrado…

-Si mal no recuerdo en su dormitorio cuelga un atrapasueños sobre la cabecera de la cama…- remató Gómez.

La expresión de Linares, además de la palidez casi mortecina que le invadió el rostro, daban rotundas muestras de que las palabras de Gómez habían resultado como letales golpes bajos que lo preparaban para rematarlo con un cross a la mandíbula que parecía no faltar mucho en llegar. Gómez se preparó para sacar pero Linares daba clara muestras de no querer volver a la cancha. Tardó más de un minuto en secarse la transpiración y beber otro sorbo de agua. No ofreció ninguna resistencia: en dos minutos Gómez se puso 3 – 5

Esta vez en el descanso el diálogo fue iniciado por Gómez.

-¿Sabe una cosa doctor? Con todo respeto se lo digo ¿eh?, mi trabajo no es muy distinto al suyo, yo me encargo de solucionar los problemas de cañerías de una casa y usted hace lo mismo pero con el ser humano ¿o no?

Una mueca indescifrable en el rostro de Linares fue lo único que hubo como respuesta.

El 5-5 fue inevitable, el doctor Linares parecía un muerto en vida, a lo único que atinaba era a buscar piques que en casi todas las jugadas le parecían dudosos.

-Hagamos una cosa jefe –dijo Gómez apenas se sentó en el banco -, como usted parece que muy bien no ve donde pica la pelota pidámosle a Carlos que nos haga de umpire así no tenemos dudas…

-No… yo veo bastante bien…

-Los años no vienen solos doctor…

Gómez ni siquiera esperó una respuesta, se dio vuelta y le pidió a Carlos si podía hacerlo. Carlos, quien intentaba controlar la satisfacción en su rostro aceptó sin miramientos y corrió a pararse en el banco de Gómez para ejercer desde la altura su tarea arbitral.
  
Prácticamente no tuvo trabajo, Gómez, luego de una leve caída levantó un 0-40 y después de ponerse 6 -5 el set terminó con dos infrecuentes doble faltas de Linares y dos pelotas ganadoras de Gómez.
   
-Le digo otra cosa jefe -dijo Gómez mientras dejaba su raqueta en el banco, como si continuara el diálogo del descanso anterior-, en este oficio, mal llamado plomero, porque ya los caños no son más de plomo, ¿vio? ejercemos también el rol de psicólogos…

Linares tomó su último sorbo de agua y era evidente que la botella temblaba como si sufriera Mal de Parkinson
  
-Las mujeres, que son las que nos atienden en las casas donde trabajamos nos cuentan sus cosas, ¿sabe? así que déjeme darle un consejo doctor…
    
Carlos, Musillo y la tribuna enmudecieron como si estuvieran en un templo sagrado, no tenían intención de profanar aquel momento en que veían que la humanidad de Linares parecía desintegrarse como si le hubieran derramado ácido encima.

-Sáquela a su mujer, doctor, sáquela a pasear, préstele atención por la noche aunque llegue cansado y no se duerma siempre temprano… mímela doctor… ella necesita cariño…

El rostro del cardiólogo parecía a punto de estallar, los ojos brillosos, enrojecidos y el semblante pálido lo exponían como un hombre desesperado y abatido. 
   
Fue un relámpago y no un set lo que siguió: 6 – 0 en diecisiete minutos. El doctor Linares fue literalmente una sombra, las pelotas pasaban a su lado como si no reconociera que la naturaleza del juego estriba en acertar con el centro del encordado aquellas esferas amarillas que como bólidos felpudos pasaron a su lado. Y en los descansos de es último y contundente set sólo hubo silencio.


FIN