No hay mejor clima para el tenis que una hermoso día de septiembre, con sol y sin viento. Así era la tarde en que las misteriosas agujas con que el destino teje su providencia, en el torneo organizado por el Club, en categoría intermedia, -la categoría donde no está muy definido si lo que se juega es tenis o una especie de extraño y nuevo deporte donde la lentitud del golf, la disciplina del fútbol y la destreza de la caza de mariposas confluyen naturalmente sobre el polvo de ladrillo- el imprevisible azar había destinado que Diego Sobrado y Juan Ferreira disputaran los cuartos de final.
En la semana, luego de que Sobrado le ganara al Gordo Marrone y Ferreira le hiciera un rápido y perfecto 6-0 6-0 al Tano Scotti, comenzó a crecer, en forma de rumor, sin que todavía hubieran arrastrado las suelas de sus zapatillas sobre la superficie de la cancha uno, la polvareda que el encuentro entre Sobrado y Ferreira irían a disputar el sábado por la tarde. La razón de la expectativa no estaba puesta ni en el letal primer saque de Sobrado ni en el drive, inexplicablemente siempre con efecto de slice, de Ferreira.
Diego Sobrado, gerente del Banco Credicoop, cuarenta y tres años, casado y separado, mediano estado físico, pulcro en el vestir, cabello corto, siempre tendiendo a que sus golpes fueran los más estéticos y correctos posible -prefería eso antes que ganar un punto pegándole con el marco de la raqueta-, consideradas una de las personas más educadas del ambiente tenístico del pueblo debía enfrentar a lo que estaba en las antípodas de su personalidad: Juan Ferreira, cuarenta y un años, excelente estado físico, cabello largo, soltero, con envidiable pinta de adolescente aunque las incipientes arrugas en su rostro confirmen la fecha de nacimiento que figuraba en su documento; su ocupación nunca era del todo clara, una mezcla perfecta de bon vivant y buscavidas, quizás la renta de algún inmueble heredado o el aporte de la noviecita de turno ayudaban a sostenerlo. Vivía, a pesar de su edad, todavía con su padre y era catalogado por todos los que lo conocían como un mujeriego empedernido.
Nada hubiera hecho predecir que ese encuentro sería interesante si no fuera porque era vox pópuli que la ex mujer de Sobrado, una rubia que, cuando era aún esposa de Sobrado, apenas un año atrás, pasaba inadvertida -quizás por su forma de vestir, o por su actitud introspectiva y seria, como si siempre estuviera a punto de ir a misa-, y que ahora devenida en poco menos que una diva de espectáculos, una especie de Graciela Alfano en su juventud, vestida, casi siempre, con ropa de moda propia de adolescentes, era la actual novia de Juan Ferreira.
Nada hubiera hecho predecir que ese encuentro sería interesante si no fuera porque era vox pópuli que la ex mujer de Sobrado, una rubia que, cuando era aún esposa de Sobrado, apenas un año atrás, pasaba inadvertida -quizás por su forma de vestir, o por su actitud introspectiva y seria, como si siempre estuviera a punto de ir a misa-, y que ahora devenida en poco menos que una diva de espectáculos, una especie de Graciela Alfano en su juventud, vestida, casi siempre, con ropa de moda propia de adolescentes, era la actual novia de Juan Ferreira.
En la tribuna del club, añosa, de madera, con vestigios de que alguna vez estuvo pintada de azul, Carlitos Duro, Peto Giorgione y Yiyo Miraglia se habían acomodado en la tercera grada con evidente entusiasmo por ver el encuentro entre Sobrado y Ferreira. Se habían llevado el termo con el mate y miraban, sin prestar demasiada atención, el partido que estaba terminando entre el Flaco Russo y Macaco López.
-El Flaco te devuelve todo el hijo de puta –dijo Carlitos Duro con algo de admiración por una característica que evidentemente él no tenía.
-Puro globo… –contestó Yiyo después de dar una chupada al mate-…puro globo, así no sirve.
Macaco López debería estar llegando a los cincuenta, si no los había pasado ya. Tenía un buen pasar, era un escribano exitoso en el pueblo y tenía puesta la misma calidad de indumentaria que los tenistas argentinos utilizaban en el circuito profesional. La diferencia era que sus piernas retaconas apenas se veían por debajo del vistoso pantalón rojo, y lo que si se notaba era la enorme panza blanca asomando por debajo de la remera, también roja, sin mangas. Sus bracitos cortos parecían no ajustarse a la proporción de su cuerpo. No había una sola prenda, un solo accesorio, inclusive las muñequeras y las medias que no fuera marca Nike. Pero lo inadmisible de todo, lo que provocaba cierto resquemor en algunos rivales que tuvieran que enfrentarlo era que, debido a su acentuada miopía, usaba anteojos para jugar.
-Este Macaco debe tener puesto encima, entre las zapatillas y la ropa como un sueldo entero mío… -dijo Peto que siempre estaba atento a los presupuestos de los demás, quizás por su condición de empleado raso estatal que apenas le daba para un pantalón corto, una remera blanca y un par de zapatillas sin marca que le duraban las cuatro estaciones del año.
-Y si le sumás las tres raquetas Wilson, el bolso, el celular, los tres tubos de pelotas que tiene, y la camperita esa que dejó arriba el banquito debe llegar como a tres sueldos tuyos -agregó Yiyo
-A mí me daría vergüenza tener semejante pilcha y pegarle a la bola de esa forma... -dijo Peto.
-A vos lo que te daría es sarna… si no gastás un peso ni porque te ahorquen-interrumpió Carlitos Duro
-Y bueno... qué se va a hacer, yo no pude heredar una concesionaria de papito...
-Tomate un mate Peto y hablá más despacio, pelotudo, que Macaco se calienta cuando hablan mientras está jugando –dijo Yiyo.
En la cancha Macaco devolvía un saque que pegaba en la red y luego, sacándose los anteojos, caminaba resignado hacia el encuentro del Flaco Russo que, estimulado por el partido ganado, había ido corriendo hacia la red y lo esperaba con lógica satisfacción, con evidente alegría contenida. Allí fue cuando el poco público que había en el club, la mayoría conformado por los mismos aspirantes al torneo y miembros de la comisión de tenis, se dieron cuenta de que el partido había concluido y comenzaron a aplaudir.
-¿Vendrá Sobrado che? –preguntó Peto mientras hacía un recorrido con la vista buscando en las inmediaciones si había llegado.
-A Ferreira lo vi en la cantina, seguro le está dando a la cerveza el hijo de puta ¿Podés creer? –dijo Yiyo.
-Seguro que viene… estuve hablando con él sobre el partido…-tiró como al pasar la frase Carlitos.
Hubo un silencio tenso, Carlitos sabía que Peto y Yiyo se desesperaban por saber lo que había conversado con Sobrado y, disfrutando de ese pequeño instante de poder que le daba la curiosidad ansiosa de Peto y Yiyo, no tenía intención alguna de ser el primero en romper el silencio.
-¿Y?, ¿qué dijo? –no aguantó más Peto
-Nada, que él no mezcla las cosas… un torneo es un torneo y la vida es la vida.
-La tiene clara el Dieguito… es buen tipo –dijo Yiyo.
-Yo no sé que haría… tener que jugar un partido con otro sabiendo que se empoma a tu mujer… –dijo Peto.
-Pero no es más la mujer, es la ex mujer –aclaró Yiyo.
-Es lo mismo, es lo mismo –respondió Peto negando enfáticamente con la cabeza.
-Lo peor son los pibes… me lo dijo él –aportó Carlitos.
-¿Los hijos de Sobrado? –preguntó Yiyo.
-¡Y claro! –Se sobresaltó Peto –ahora no van a van a saber quién es el padre… yo me muero si otro tipo se mete en mi casa y me entero que mis hijos lo ven como otro padre.
-Imaginate Peto, el tipo por cepillarla a tu mujer, con los pibes se porta como un duque, los lleva al zoológico, al shoping, a los juegos, a Mac Donalds les compra celulares, la mejor zapatilla, la mejor ropa, cosas que en tu puta vida vos le compraste.
-Yiyo querido, mis hijos tienen lo que tienen que tener… el problema es tuyo si tus hijos necesitan todo eso para ser felices.
-Ahí llegó muchachos…-Carlitos interrumpió mirando por detrás de Peto y de Yiyo.
-¿Se lo ve bastante bien eh? –dijo Peto– enterito...
Sobrado llegó como siempre, de punta en blanco, impecable, afeitado, de buen talante. Se acercó a la mesa donde estaban las planillas con los cuadros del torneo y conversó con los miembros de la comisión. Sin levantar la mirada, concentrado, entró a la cancha uno y luego de dejar el bolso en el banco, de espaldas a la tribuna, a pocos metros de donde se encontraban Peto, Yiyo y Carlitos, comenzó a trotar suavemente y hacer ejercicios de calentamiento.
-¡Juan Ferreira! –llamó el Conejo Torres, presidente de la comisión de tenis, en su función de organizador del torneo. Tenía ya cincuenta años, rubio colorado, algo entrado en kilos, que se había hecho cargo de la función del presidente por el entusiasmo que le había despertado el hecho de que su hijo menor se dedicara por completo al tenis intentando participar en los torneos de la Asociación de Tenis Profesional. Cuando un jugador no se presentaba a tiempo se le notaban los esfuerzos por controlar la iracundia tan sensible en él, pero tratándose de Juan Ferreira, al que ya conocía y padecía, al instante nomás su rostro rosado se desencajaba de ira, lo que le daba un aspecto temible.
-El pelotudo este está en la cantina viendo el partido de Lanús y River por la tele – se escuchó el vozarrón del Petaco Rivas, vicepresidente de la comisión.
-¡Juan Ferreira!, ¡último llamado! –gritó el Conejo y luego, por lo bajo, le dijo a Gutierrez, el canchero del club, –Haceme la gauchada Negro, andate hasta el bar y llamalo al boludo éste porque si entro yo lo saco a patadas.
Al minuto nomás Juan Ferreira salía casi corriendo de la cantina y pedía disculpas al Conejo excusándose de que no lo había escuchado. En la cancha Sobrado elongaba su brazo derecho simulando el movimiento del saque. Ferreira, con la tranquilidad que exasperaba hasta el más calmo, entraba a la cancha y colocaba su bolso en el otro banquito, apenas a dos metros del banquito de Sobrado. Sin decir una palabra comenzaron a pelotear. Fue en ese momento que en el club se detuvieron todas las actividades, los pibes que jugaban en el aro de básquet, el ayudante de Gutierrez, los muchachos de rugby que entrenaban en el predio, hasta el cantinero cerró la cantina con llave y se sentó en la tribuna.
No sólo era un partido imperdible por la connotación casi romántica que adquiría por haber una cuestión de polleras en el medio sino porque Juan Ferreira era famoso por su particular ética, más propia del truco y del fútbol que del tenis: festejaba los puntos que perdía el contrario, gritaba desmesuradamente luego de cada tanto que se jugaba y era capaz de intentar humillar con frases al adversario; el propio Conejo Torres lo había padecido en una final cuando en el último set, luego de perder un game vociferó sin inhibición alguna: "¡Vamos Juancito, que este gordito no te puede ganar!". Aquella vez se necesitaron cuatro personas para contener al Conejo y no quedó otra que tirarlo al piso y pedirle a Ferreira que se fuera del club mientras Gutierrez, Yiyo, Sanchez y Dillon intentaban calmarlo.
No sólo era un partido imperdible por la connotación casi romántica que adquiría por haber una cuestión de polleras en el medio sino porque Juan Ferreira era famoso por su particular ética, más propia del truco y del fútbol que del tenis: festejaba los puntos que perdía el contrario, gritaba desmesuradamente luego de cada tanto que se jugaba y era capaz de intentar humillar con frases al adversario; el propio Conejo Torres lo había padecido en una final cuando en el último set, luego de perder un game vociferó sin inhibición alguna: "¡Vamos Juancito, que este gordito no te puede ganar!". Aquella vez se necesitaron cuatro personas para contener al Conejo y no quedó otra que tirarlo al piso y pedirle a Ferreira que se fuera del club mientras Gutierrez, Yiyo, Sanchez y Dillon intentaban calmarlo.
El sorteo lo hicieron con la Wilson y fue favorable a Ferreira.
-Empiezo sacando –dijo Ferreira.
-Suerte –respondió Sobrado.
En la tribuna Yiyo dijo con admiración:
-¡Es un señor! ¡Le sopla la nuca a la mujer y le desea suerte! ¡Eso es el deporte! ¿Se dan cuenta?
-Yo no sé, este Ferreira me da tanta bronca que si lo tengo en frente lo cago a piñas…- dijo Peto frunciendo la nariz.
El partido ya había comenzado, Juan Ferrira usaba una vincha verde flúor sobre su frente, muñequera naranja, pantalón verde, remera naranja y medias verdes. Las zapatillas eran de color negro con tiras plateadas. Era notable el contraste con la indumentaria sobria y monocromática de Sobrado.
El primer set prácticamente fue en silencio, lo ganó Sobrado con un amplio 6–2, parecía que Ferreira se cuidaba de no hacer exclamaciones, quizás inhibido por la situación complicada de estar jugando con el ex marido de su actual pareja.
-Por suerte no se les ocurrió venir ni a la mujer ni a los hijos de Sobrado –dijo en voz baja Carlitos.
-¿Te imaginás a los pibes alentando por Ferreira? –dijo Peto irónicamente.
-No boludo, es choto, imaginate, esto es como un duelo...
-Para mí es un partido de tenis… nada más que eso –acotó Yiyo.
-No loco, esto me lo decía Gabino Bonafina, cuando tomaba clases con él: el tenis es un duelo entre dos guerreros, las raquetas son las espadas, la cancha el lugar de la batalla, de ahí que sea un juego que sicológicamente exige mucho, uno tiene que estar preparado mentalmente para afrontar un encuentro…
-Y si a eso le agregás el tema de la mina en el medio… -dijo Yiyo.
-Por eso te digo, ha habido grandes batallas de la historia donde hubo un mujer en el medio, Helena de Troya por decir un caso…
La conversación fue interrumpida por un bramido que cortó el aire del club, venía de la cancha y la voz era inconfundiblemente de Juan Ferreira:
-¡Vamos Juancito, te lo merecés Juancito!
-¿Qué pasó? –preguntó Yiyo.
El Peto que estaba al tanto del partido exclamó excitado:
-¡Uuuuuuh, se pudrió todo! ¡Sobrado hizo una doble falta y este hijo de puta se lo festejó!
-¿Cómo van? –quiso saber desesperadamente Carlitos.
-Gana 5-4 Ferreira en el segundo set, el primero fue para Sobrado –respondió Peto.
-¡Lo que va a hacer el tercero! –dijo Yiyo frotándose las manos.
Sobrado pareció desorientarse en la cancha y perdió el segundo set 6–4. Antes de empezar el tercer set le pidieron a Gutierrez que pase la lona. Era evidente que Sobrado ya no era el mismo después de que Ferreira había festejado su doble falta. Cuando el tercer set empezó Ferreira ya no tuvo más cuidado con sus expresiones y cosas como “¡Vamos que no llega!” “¡Vamos que no puede!” eran escuchadas punto tras punto; quizás en el tenis profesional hubiesen descalificado a un jugador por tales exclamaciones, pero aquí en un torneo de pueblo, donde no existen árbitros, ni líneas, frente a un jugador así no se sabía muy bien como resolverlo. Cuando Ferreira se había puesto 3–2 en el tercer set, y sacaba con ventaja para Sobrado, todos sabían que ese era un punto clave y se comentaba esto en la tribuna; si Sobrado lo ganaba se ponían 3–3 y el partido estaba para los dos, pero si lo ganaba Ferreira el tanteador será 4–2 y a Sobrado le sería muy difícil ganarlo.
Ferreira hizo el primer servicio y fue un buen saque, Sobrado devolvió con su derecha paralela y Ferreira intentó una cortada que pasó apenas la banda y picó a treinta centímetros de la red, Sobrado ya estaba corriendo y logró, estirándose como un elástico, con la punta del marco de la raqueta tocar la bola y pasarla del otro lado, la bola cayó como muerta y el punto y el game era definitivamente para Sobrado. Pero inexplicablemente Sobrado le avisa a Ferreira que antes que la bola picara, debido al envión, a la inercia, con la punta de la raqueta también tocó la red y que eso era una falta, que lo que correspondía era darle el punto. Todos quedaron perplejos, el Conejo, por la indignación seguramente, hizo lo que no debía, que era opinar de afuera –los puntos se resolvían en la cancha y solamente entre los jugadores–pero no pudo con su enojo e intentó convencer a Sobrado de que nadie vio que tocara la red, que a lo mejor le había parecido, pero Sobrado no parecía tener dudas y negó con la cabeza. Ferreira no agradeció la actitud de Sobrado y lejos de eso gritó apretando el puño derecho:
Ferreira hizo el primer servicio y fue un buen saque, Sobrado devolvió con su derecha paralela y Ferreira intentó una cortada que pasó apenas la banda y picó a treinta centímetros de la red, Sobrado ya estaba corriendo y logró, estirándose como un elástico, con la punta del marco de la raqueta tocar la bola y pasarla del otro lado, la bola cayó como muerta y el punto y el game era definitivamente para Sobrado. Pero inexplicablemente Sobrado le avisa a Ferreira que antes que la bola picara, debido al envión, a la inercia, con la punta de la raqueta también tocó la red y que eso era una falta, que lo que correspondía era darle el punto. Todos quedaron perplejos, el Conejo, por la indignación seguramente, hizo lo que no debía, que era opinar de afuera –los puntos se resolvían en la cancha y solamente entre los jugadores–pero no pudo con su enojo e intentó convencer a Sobrado de que nadie vio que tocara la red, que a lo mejor le había parecido, pero Sobrado no parecía tener dudas y negó con la cabeza. Ferreira no agradeció la actitud de Sobrado y lejos de eso gritó apretando el puño derecho:
-¡Vamos Juancito, ahora el partido es tuyo!
La cara de Sobrado subió de tono, el rosado fuerte de sus cachetes contrastaba en el verde de la lona en el fondo de la cancha.
-¡Este es un pelotudo, cómo le va a dar el punto al nabo ese! –dijo por lo bajo Peto, indignadísimo.
-Es un caballero ¿no te das cuenta? –contestó Carlitos
-No hermano, todo tiene un límite, ya a esta altura del partido, te tenés que ir a las manos, lo tenés que cagar a trompadas.
Sobrado sacaba 40-30 y tenía la posibilidad de ganar su saque -algo poco habitual en la categoría intermedia donde, a diferencia del tenis de primera, tiene más chance de ganar el game el que devuelve-, quizás por pura bronca había hecho dos ices, dos saques veloces que Ferreira no pudo llegar ni que tuviera un medio mundo en lugar de la raqueta. Sobrado se dispuso a sacar nuevamente, por la cantidad de veces que hizo picar la pelota, más de lo habitual, la rigidez de su rostro y por la forma en que arqueó su cuerpo, parecía que el saque iría a ser muy potente, y fue así nomás, pero Ferreira, inusualmente en él, devolvió con un derecha plana, que resultó una paralela espectacular picando la bola sobre la línea, Sobrado ni siquiera atinó a despegar los pies del piso.
-¡Vamos Juancito, que este es un deporte de hombres, carajo!
El público presente exclamó ¡Uuuuh! y luego estalló el murmullo.
-¡Es un hijo de puta, es un reverendo hijo de puta! –exclamó rabioso Peto, intentando contenerse para no gritar.
-¡Yo lo mato al hijo de puta ese, encima que se está curtiendo a la mujer de Sobrado le grita eso! – dijo Yiyo, y agregó sorprendido –Yo no sé como sigue en la cancha este pobre tipo.
-Te lo dije –respondió Carlitos, -es un caballero, hermano.
El partido continuó en silencio pero ya el resultado estaba sentenciado, anímicamente era imposible que Sobrado levantara su saque y fue así, Ferreira se ponía 5-2 y se disponía a sacar.
-¿Te das cuenta…? –comenzó a explicar Carlitos mientras en la cancha disputaban el último game-… esto es tenis loco, no lo de Ferreira que debería hacer boxeo o algún arte marcial así lo cagan bien a patadas, sino la postura, el respeto, la integridad con que Sobrado acepta la derrota y que el rival lo humille en público. Es la gallardía, hermano, la entereza de un luchador soportando los golpes con valentía, ¿me entendes?, yo a este tipo le hago un monumento acá en la puerta del club como ejemplo para los pibes, “si te abofetean una mejilla mostrad la otra”, es la dignidad de Cristo, es Ghandi haciendo la huelga de hambre para demostrar que la violencia no conduce a nada…
-Match point me parece… -dijo Yiyo que aún le prestaba atención al partido.
-… esto es tenis- continuó Carlitos-, soportar con honor y estoicismo que un tipo que se lustra a tu ex mujer, que juega con tus propios hijos a la play station, que encima vos le regalaste, te gane un partido de tenis en un torneo y encima tome una actitud desubicada y te desacredite en público.
-Terminó, ganó el tarado ese nomás… –dijo Yiyo indignado.
-¿Y lo va a saludar después de todo lo que le dijo?…-dijo Peto denotando incredulidad en el tono.
Sobrado definitivamente se disponía a ir al encuentro de Ferreira, que lo esperaba en la red con la sonrisa dibujada en el rostro, para ofrecerle la mano que ya tenía extendida. Carlitos, visiblemente emocionado, casi a punto de soltar lágrimas por la actitud de Sobrado, dijo levantando un poco la voz, entre solemne y entusiasmado:
-Todo un caballero, todo un gentleman del tenis, así es como…
El comentario de Carlitos fue interrumpido por el sonido seco y estridente del marco de la raqueta de Sobrado impactando de canto en la mandíbula de Ferreira quien, inconsciente, se desmoronó en el piso como un edificio derruido por una implosión, pegando la cabeza contra el fleje del centro de la cancha. Por segundos nadie atinó a nada, la imagen congelada de Sobrado de una lado de la red mirando el cuerpo inerte de Ferreira en el piso parecía una fotografía, como muñecos de cera en una instalación artística. El primero que salió corriendo fue el Conejo que comenzó a asistir a Ferreira. Luego fue el tumulto y la desesperación. Lo cargaron a su auto y lo llevaron al hospital.
Ferreira tuvo quebradura de mandíbula y traumatismo de cráneo, le llevó tres meses para recuperarse luego de la operación pudiendo ingerir solamente líquidos y sólidos licuados con pajita. Diego Sobrado jamás volvió al club, y muchos aseguran que nunca más volverá a pisar una cancha de tenis. Cubrió todos los gastos y perjuicios que le ocasionó a Juan Ferreira y ahora pasa su tiempo entre el trabajo y extensas y silenciosas partidas de ajedrez en el bar El Cabildo al que va casi todas las tardecitas.
Mercedes 2007
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