ROBERTO BICHI SOANEZ - La maldición de Wimbledon

Llegué hasta la casa de Roberto Bichi Soanez más temprano de lo convenido, para no incomodarlo con mi adelantamiento decidí esperar en la puerta. Estacioné mi vetusto Renault 12 apenas a dos casas de la suya y encendí un cigarrillo. Desde el auto pude observar el barrio donde Bichi había pasado la mayor parte de su vida, luego de aquella misteriosa derrota, y tan lejos de las canchas de tenis como fuera posible. Barrio típico de la ciudad en el que el asfalto sólo es una utopía. A pesar de que hacía calor, cerré la ventanilla para que no me entrara la tierra que levantaban los vehículos que pasaban.

El jefe del diario me había pedido una nota y una foto para la edición del semanario que saldría el lunes siguiente y la verdad es que tuve que hacer denodados esfuerzos para comprender por qué debería realizarle una nota a Bichi Soanez, empleado de la panadería Cángaro y a quien yo me encontraba casi todas las madrugadas en La Recova cuando bajaba del camión las facturas y medialunas que relucían flamantes y bruñidas en el mostrador del bar.

-Jugó en Wimbledon, boludo- me dijo Ricardo que era, además de editor periodístico y dueño del semanario, un fanático del deporte blanco.

Mi cara debe haber sido un ícono de la sorpresa y desconcierto porque Ricardo volvió a abrir la boca para explicarme que el pobre Bichi después de perder en aquella primera ronda jamás volvió a tocar una raqueta y con el tiempo se había transformado en una especie de leyenda, un mito pueblerino, y que yo, por mis juveniles veintidós años, seguramente desconocía la existencia del gran Bichi.

-¿En serio? –pregunté totalmente descreído.

-¿Por qué en lugar de quedarte ahí parado con esa cara de boludo no te ponés en campaña y hacés contacto con Bichi así antes del sábado me entregás la nota terminadita? –me contestó Ricardo.

Antes de llamarlo quise investigar un poco sobre Soanez y su epopeya londinense, por supuesto que Internet era muy poco lo que había, sólo figuraba en archivos de Wimbledon el supuesto mach Soanez-Ribunga de primera ronda en el año 71 en el que puede constatar que el resultado fue 6-2, 6-1,6-7,6-0,6-0. Era un score bastante extraño, no quedaban dudas que Soanez había estado rayando el triunfo en el tercer set, en el que salió desfavorecido por un tie break y luego cayó por dos inexplicables 6-0. Inmediatamente reaccioné y me di cuenta que no quedaba otra explicación que algún tema de lesión, lo que por cierto le daba un carácter épico a su derrota ya que probablemente Soanez a pesar de alguna complicación continuó jugando como solamente lo hacen los grandes.

En el auto, frente al domicilio de Soanez, mientras terminaba de revisar que la cámara de fotos tuviera batería, decidí que encararía la nota preguntando sobre sus comienzos en el tenis. Bajé del auto y toqué timbre de la verja, era una casa modesta pero bastante pintoresca en su fachada, la puerta se entreabrió y salió Bichi, quien hasta ayer era el panadero que bajaba las medialunas en la Recova, y hoy un eximio tenista profesional que había llegado a jugar en Wimbledon. Me saludó con la misma calidez que lo hacía cada mañana en el centro, como hacemos la mayoría de los mercedinos que nos conocemos y saludamos sin saber absolutamente nada uno del otro.

Me hizo pasar y me convidó un mate que conjeturé que había preparado especialmente. Adentro reinaba el orden y la limpieza, me invitó a sentarme en un confortable sofá mientras él se acomodaba en el otro sillón frente a mí y colocaba el termo y la azucarera en la mesita ratona. El interior de la casa era una proyección del exterior, austera pero impecable. Me detuve observando a Soanez mientras colocaba azúcar en el mate. Quizás influenciado por lo que me había enterado de su pasado tenístico veía que su físico, delgado, alto, de espalda ancha, debería haber sido beneficioso para el deporte, me abstraje de sus cabellos ahora casi blancos y sus arrugas típicas de un hombre que se acerca a los sesenta años y traté de encontrar en ese cuerpo curtido por los años al pibe de cabello rubio y largo e imaginé también su frente cubierta por una bincha al mejor estilo Vilas o Borg, y hasta lo vislumbré con su raqueta Wilson de madera, tal como me había contado el Pelado Tornatore, dueño de la panadería en la que trabajaba Soanez, quien me puso al tanto de su pasado tenístico. Inmediatamente resigné indagar sobre sus comienzos en el tenis y dejé caer la primera pregunta que me vino a la mente intempestivamente.

-¿Te cruzaste con Vilas, alguna vez?

-¿Guillermo?

La repregunta me causó gracia, ¿qué otro Vilas podía ser en ese contexto? Roberto chupó casi exageradamente de la bombilla y luego soltó la frase como quien larga una cosa sin importancia.

-Tuvo suerte ese muchacho.

Quizás fue por mi silencio -porque la verdad que después de tan contundente expresión no atiné a nada-, que Roberto trató de minimizar su propia sentencia.

-La verdad que siendo juveniles yo le ganaba, a él y a Batata. Ojo, no es que me resultaba fácil, pero yo creo que si Vilas me ganó algún partido que nos cruzamos debe haber sido porque yo andaba con gripe, o algo similar, teníamos doce o trece años…

Me aseguré que mi grabadora estuviera funcionando porque semejante declaración era factible que pudiera venderla a algún medio nacional y no quería perder la oportunidad que se me podía dar. Bichi Soanez era una persona, sin dudas, enmarcada en una seriedad acérrima, no había vestigio de que estuviera bromeando. Además el Pelado Tornatore, que lo conocía de pibe, me alertó de que no tenía sentido del humor para los chistes y mucho menos sobre su pasado tenístico. Así que no quedaba otra cosa que pensar que lo que me estaba contando sobre Vilas y Clerc era definitivamente cierto, o al menos algún porcentaje importante de lo que contaba podría ser verdad.

-En aquella época el tenis no era para cualquiera, canchas casi no había y para poder participar en los torneos de la ATP había que tener buen respaldo. Mi viejo siempre tuvo campos y la verdad que se empeñó para que yo pudiera jugar…-el rostro de Bichi pareció contraerse en un gesto de tristeza-, …perdimos todo… y bueno… mi viejo también le daba al escolazo…se jugaba todo…

No quise que se fuera tanto del tema del tenis y tenía miedo que se pusiera hermético y no pudiera seguir entrevistándolo.

-¿No jugó más al tenis? ¿No dio clases en ningún lado?

Frunció la nariz y negó con la cabeza. Me alcanzó un mate. Luego de darle dos o tres chupadas le pregunté:

-¿Cómo fue que llegó a Wimbledon?

-Wimbledon… - dijo como para sí asintiendo la cabeza, temí que no respondiera nada más pero, por suerte, continuó.

-Yo venía haciendo buenos torneos, en polvo de ladrillo por supuesto, y estaba bien en el ranking pero no lo suficiente como para obtener un lugar, y bueno, se dieron una seguidilla de deserciones, la cosa estaba media jodida para algunos países por el tema de la guerra fría y muchos jugadores no pudieron llegar y de sorpresa me llegó la notificación…Fijate como habrá sido la deserción que Ribunga, el que me tocó en el sorteo, Satong Ribunga se llamaba, era un morocho marroquí… ¡y para que en esa época un africano esté en Wimbledon!…

-Una alegría enorme… -dije intentando levantar el tono monocorde y agónico de Soanez.

-Y… sí… el tema siempre fue la guita, pero mi viejo, entusiasmado vendió algunas hectáreas y con eso dinero conseguimos viajar.

-Dígame una cosa –dije alcanzándole el mate –yo vi que el partido fue medio raro por que estuvo a punto de ganar el tercer set y después perdió 6-0, 6-0…

Hubo un silencio que duró extensos segundos que me parecieron horas, la humedad en los ojos de Soanez hacía presumir que podría llorar en cualquier momento.

-Mirá… voy a decirte la verdad… es la primera vez que voy a contar esto… pasa que nunca lo pude decir porque me daba mucha vergüenza…

Me aseguré de que estuviera grabando y acerqué la grabadora lo máximo posible al borde de su mesa ratona. Inmediatamente me dije que luego de esto le pediría a Ricardo el aumento de sueldo que tenía postergado, con esta primicia que en años nadie había podido obtener me lo tendría ganado…

-Perder en la contienda tenística es una circunstancia de dos posibles, es decir, en el tenis perdés o ganás, así que haber perdido estaba dentro de las posibilidades… pero te puedo asegurar que no hay cosa más bochornosa que perder un partido que estuviste a punto de ganar, ahí nomás, a sólo un punto…

-Fue una lesión entonces…

-En algún momento pensé en comenzar a renguear y acusar una lesión en el tobillo o algo similar… pero no… era tan acuciante el infierno que estaba viviendo que no tuve tiempo de crear ninguna pantomima…

Me dio lástima, comencé a pergeñar la idea de que Roberto Bichi Soanez solamente había perdido por la pesadilla más temible de los tenistas: la presión. No había otra cosa que pensar eso, el torneo le habría quedado demasiado grande y la inexperiencia hizo que no pudiera sobrellevar la tensión y el nerviosismo. Me animé a preguntar.

-¿Mucha presión, no?

Me miró fijo y luego de hacer sonar la bombilla estruendosamente, tomó un papel y con una birome azul escribió algo, me lo alcanzó para que lo lea. Allí había sólo dos palabras: Chrysomphalus dictyospermi

-Lo miré con desconcierto, mi rostro debería haber sido un gran signo de interrogación:

-En el tercer set me había puesto 4-1 en el tie break, había hecho un gran partido a base de atacar mucho en la red, y luego de un saque al revés de Ribunga corrí a la red, pero el gringo se la sacó de encima y se despachó con un passing paralelo muy lejos de donde estaba, pero juro que volé de palomita y lo bloqueé espectacularmente, la pelota pegó en la banda y se murió del otro lado… estaba 5-1

Se detuvo y me dio otro mate, ahora parecía encendido y entusiasmado por seguir contando. Pero volvió a caer en una especie de depresión momentánea que le apagaba la voz.

-El tema fue que rodé por el pasto pibe -continuó -, y eso fue letal… apenas me sacudí el pasto que se me había pegado en los brazos y las piernas y vuelvo caminando a la posición de saque me entra a dar una picazón insoportable, pido la toalla y trato de refregarme el cuerpo pero fue peor, entré a rascarme con desesperación, intenté sacar como pude pero la comezón era tan terrible, tan molesta que no podía ni siquiera jugar… siempre fui alérgico, de chiquito cuando jugaba en el patio de casa apenas caía al pasto me pasaba lo mismo…los bichitos colorados me hacían ver las estrellas… después supe que el nombre científico era ese…

Me quedé mudo. No sabía que pensar, si reir, llorar, decir algo…

-Sabés que pasa pibe, que si decía que era por el bichito colorado la gente del pueblo iba a pensar que estaba poniendo excusas.

-Pero…-me animé a preguntar -, no entiendo por qué dejó entonces, una cosa así le podía pasar a cualquiera…

-En realidad el tema de haber dejado de jugar fue económico, mi viejo me había acompañado a Wimbledon y había apostado las pocas hectáreas que le quedaban a que yo ganaba el partido, volvimos al país en un barco petrolero porque no teníamos plata ni para el pasaje. El capitán se apiadó de nosotros y como le gustaba el tenis no trajo sin cobrarnos nada… eso sí, me tuve que pasar todo el viaje hablando de tenis con el viejo del barco para que no nos tirara en medio del mar…

Comprendí entonces por qué Roberto Bichi Soanez se había apartado por completo del tenis. Apagué la grabadora y le tomé un par de fotos, noté que estaba aliviado como si se hubiera sacado un peso de encima. Me acompañó hasta la puerta, antes de que me metiera en el auto, se acercó hasta mí.

-Ah, pibe, una cosita… no pongas que soy alérgico al bichito colorado, poné solamente el nombre científico… queda mejor.

Puse en marcha el auto y le dije que se quedara tranquilo, que la nota salía el lunes próximo y que le iba a dar un diario de regalo. Me fui para la redacción con la satisfacción del deber cumplido y cierta tristeza por la mala suerte de Soanez.

FIN

Agosto 2009

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