El hecho de que Mariela sea secretaria de un juzgado no la salva de complicaciones burocráticas. Y como está pronta a jubilarse tuvimos que viajar a La Plata por unos trámites.
Era una mañana neblinosa, como nunca me había pasado. Tanto que al querer salir por calle 40 y tomar la ruta, sin ver absolutamente nada volví a entrar a la ciudad por calle 2. Durante el viaje, de dos horas, conversamos sobre el momento que nos toca vivir. La falta de solidaridad y empatía que baja desde el gobierno a las personas.
-Para mí a la gente no le falta solidaridad -dije- fíjate que cuando en Mercedes pasa alguna tragedia, un chico enfermo, un incendio, la inundación... la gente responde. Se mueve, hace donaciones.
-Sí, no sé... -duda Mariela.
-El tema es -replico- como dice Galeano, cuando la solidaridad se confunde con caridad, damos orgullosos lo que nos sobra pero si nos piden que resignemos parte de lo que tenemos para ayudar a otro que encima es desconocido... te duele.
Hablamos también de cómo los que militan a Milei vencen cualquier tipo de lógica. Un empleado estatal que vota a quién promete destruir el estado, desfinanciando, despidiendo gente, cerrando su dependencia...
-No entiendo -dice Mariela- ¿Qué piensa? ¿Que a esa persona no le va a tocar?
-Cree en el discurso de los "ñoquis" -contesto- yo lo comenté antes del balotage con Nosella en el gimnasio...
-¿Nosella el de la fiscalía?
-Sí, el pelado, me dijo que a él no lo van a echar porque él labura, no es ñoqui. Le dije: "¡Pela! estás acá haciendo pesas en tu horario de laburo" ¿Sabés lo que me dijo?
-No
-Que bueno, si lo echan capaz que le hacen un favor, que va a poder dedicarse a su emprendimiento de Fernet artesanal.
-Claro, pero no le importa si echan a algún compañero que no hace otra cosa. Solo piensa en él.
-Además se puso facho-facho, hasta habla como el presidente y sus trolls, con esas expresiones violentas de sometimiento sexual, de romper el orto y paseo en chota...
-Pienso en los chicos que deben estar tomando eso como normal... me preocupa.
-A mí lo que me desconcierta es cuando te encontrás con uno que prefiere que le vaya mal a los demás aún a costa de que a él mismo le vaya peor.
-¿Cómo es eso?
-Y qué sé yo, por ejemplo mi tío Ramiro, que le dije antes de votar en el balotage que con la motosierra, el ajuste y la importación se va a fundir con el taller y me respondió que con tal de que saquen los ñoquis del estado no le importa. O, por ejemplo Cristina, que me contó que a la hermana la echaron de Desarrollo Social y cuando le dije que era un garrón me respondió: Y, por lo que hacía...
-Insisto -replicó Mariela -la gente perdió la solidaridad con este gobierno de mierda. Todo lo volvió una locura... ¿Hago unos mates querés?
La niebla matinal dejaba muy poco que ver, apenas una porción de banquina.
Mientras manejaba pensaba en lo radicalizado que estamos, los dos, y agotamos los esfuerzos por encontrar algo que valga la pena en esta etapa de la vida en la que el individualismo, la agresión, el odio, la violencia está institucionalizada. El tema para mí es no irse de mambo. Hacer el ejercicio de frenar a tiempo para no tener que andar chocando con gente que uno aprecia, con la que se convive.
-La gente ya no es solidaria - me repitió Mariela mientras ponía yerba al mate, lo dijo más para ella, como intentando reforzar su hipótesis sociológica.
La ruta seguía complicada, más de una hora conduciendo en la neblina me había estresado.
-Hablando de solidaridad- continuó desarrollando Mariela- me ofrecí a pedir los papeles de Belu, a ella se le complica venir hasta La Plata.
-¿Le cobraste comisión?- bromeé.
-No, pobre... tiene tres hijos y se le recomplica. Viste que el ex no se ocupa de nada.
Por momentos el sol quería resquebrajar la nubosidad espesa. En la radio hablaba Tenembaun sobre el reclamo de los médicos del Hospital Garrahan, por lo que decía me di cuenta que estaba emitiendo el programa desde el mismo hospital.
-Es cómo te digo- dijo Mariela que parecía seguir en la conversación anterior- hay que ser solidario porque si no, perdemos nuestra calidad humana.
El viaje a La Plata no es sencillo, tenemos que dejar la noche anterior a los chicos en lo de mi suegra, despertarnos muy temprano y rogar de que yo, que soy el que manejo, pueda dormir por lo menos unas cuatro horas. También es difícil calcular el tiempo por el congestionamiento que pueda haber. Generalmente tardamos dos horas y media pero puede ser más.
La complicación de ese día fue la cerrazón que permaneció todo el viaje. Llegamos al centro y estacionamos a varias cuadras del edificio al que Mariela debía solicitar el trámite de ella y de Belu, su amiga.
Después de varias idas y vanidas logramos dar con el lugar. Al llegar al edificio nos recibió una mujer muy amable y nos condujo al subsuelo donde se encontraba la oficina que correspondía. Allí, luego de golpear la pequeña ventana nos atendió una empleada ya mayor, de evidente cansancio laboral y de pocas pulgas. Mariela le entregó los datos de ella y de Belén para obtener la documentación necesaria para continuar el trámite de jubilación.
Mientras demoraba con la vista fija en el monitor me dispuse a estirar las piernas que tenía entumecida por el viaje y la caminata. Mariela esperaba impaciente apoyada en la base de la ventana. Después de uno minutos la empleada se acercó. Mientras seguía con la espalda flexionada escuché:
-Mirá, lo de Belén Ricca está perfecto todo, ningún problema. Pero lo tuyo no aparece.
-No puede ser...- se sobresaltó Mariela.
Me erguí enseguida y me acerqué. La mujer señaló al pie de un folleto y dijo:
-No sé qué puede ser, deberías enviar un email a esta dirección y consultar...
-¡Pero no puede ser porque yo empecé a trabajar tres años antes, yo estoy primero!
-No sé querida, consultálo, y después lo volvés a hacer. Firmá acá así te podés llevarte los de Belén Ricca.
Mariela respiró fuerte, y miró el techo como esperando una respuesta de alguien, luego tomó los papeles de Belu que la empleada le había dado y los desplazó hacia dentro.
No -dijo- no los llevo.
La bronca la había nublado por completo, tuve que intervenir. La separé de la ventana.
-No seas boluda, Mariela, llévalos igual.
-Ni en pedo. O los dos o nada.
-Escuchame, firmá y agarralos. Igual tiene solución.
-Te digo que no... tuve que hacer miles de malabares para venir acá, gastamos plata, compliqué a mi vieja, apenas dormí, viajamos con una niebla de mierda y encima lo mío no lo puedo hacer ¿y lo de Belén sí? Es injusto.
-Yo sé que es injusto pero no estás pensando bien... enfriate un poco.
-¡Enfriarme las pelotas!
Hablábamos contenidamente a unos metros de la ventana. La empleada seguramente nos escuchaba porque seguía allí con los papeles en la mano. Por suerte Mariela tuvo un rapto de lucidez y se acercó a firmar y retirarlos. Refunfuñando, por supuesto.
Salimos del edificio y caminamos varias cuadras, sin hablar. Era cerca del mediodía y decidimos comer algo antes de continuar con el otro trámite. Entramos a un bar y pedimos café con leche, medialunas y Mariela se tentó con una porción de torta. La noté más relajada. La miré y sonreí.
-Es que me saqué -dijo- todavía sigo caliente, no puedo creer que lo mío no esté y lo de ella sí, porque lo mío está primero ¿Entendés?
-Sí... pero era muy egoísta no hacerlo.
-Es que no lo puedo creer...
Me acordé de la charla, en ese momento, que habíamos tenido en el viaje sobre la falta de solidaridad y me animé a decirle:
-Esto te demuestra una cosa...
-¿Qué cosa?
-Que todos, en algún lugar escondido, llevamos un libertario dormido adentro.
Me miró con bronca. Continué:
-El tema es no despertarlo....
No dijo nada. Comimos en silencio. Teníamos hambre.
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