Me había
presentado en el Concejo Deliberante de mi ciudad, Mercedes, una de las más
inundadas por las crecidas del Rio Luján. Fue dos meses y días antes de la
muerte de Luis. Hice uso de la banca participativa, un recurso que consta de
exponer durante diez rígidos minutos una problemática a tratar y que lo puede
hacer cualquier habitante de la ciudad.
Gracias a un par
de periodistas mi reclamo tuvo difusión: Dos emprendimientos privados, de esos
que pretenden separarse de la especie, y que se denominan clubes, countries o
barrios cerrados, habían iniciado obras de movimientos de suelos sobre
humedales del Rio Luján, y entre los dos sumaban casi nueve kilómetros de
terraplén.
Mi incursión en
el Concejo tenía un motivo entre líneas, porque si bien pedía una herramienta
legal que prohíba terraplenes también quería visualizar lo absurdo de que esa
pretensión de gente con dinero, la de apropiarse del rio y luego hacer todo lo
posible para inundar barrios históricos de la ciudad, estuviera sucediendo a
sólo treinta cuadras del municipio y del propio lugar de sesión de los concejales.
En la semana
posterior recibo un llamado: gente de SOS HABITAT quería reunirse conmigo para
saber cómo iba la cosa ya que los concejales me habían citado para tratar este
tema en Comisión de Medio Ambiente. Recordé que Carmen, mi adorada amiga Carmen,
madre de mis amigos Lucas, Juan y Camilo me había invitado varias veces a las
reuniones pero como las múltiples actividades a las que estoy sometido en esta
condición de ser músico, comerciante, docente y padre de una nena de cinco
años, no me lo permitían.
El mismo día de
la reunión Carmen me confirmó que se haría en la casa de Luis Villanova y me
dio su dirección. Cuando llego a la hora convenida me abre la puerta un señor
amable, se presenta.
-Hola Walter, yo soy Luis.
Luis podría ser
mi padre por su edad y su cara me resultó conocida, mientras recorro el pasillo
y las habitaciones de esa casa antigua, de techos altos y muebles añosos
recuerdo que Luis es la persona que siempre me saluda en la puerta del jardín
de mi hija y demoro unos segundos más en armar el rompecabezas y me cae la
ficha: Luis es el suegro del Juan Martin, al que conocía desde niño y es hoy concejal
de la ciudad.
-Vamos para la cocina, que es el lugar donde se reúnen
los amigos. –me dice Luis con voz cálida y gentil mientras me guía.
Recuerdo, no sin
ruborizarme ahora, que en la reunión hice un papelón. Tenía tanta necesidad de
mostrar lo absurdo de la cosa frente a unas quince personas del grupo que
mostré imágenes por computadora y conté lo que pensaba sin reparar que gracias
a ellos y gente que trabaja con ellos en otras ciudades de la cuenca yo había
descubierto lo que para mí era la pólvora. Eso lo fui confirmando días después
de la reunión. Pero allí confesé algo: Que yo había querido hacer mi exposición
en solitario, es decir sin recurrir a SOS HABITAT porque yo entendía que sus
reclamos y propuestas, por hablar de impacto ambiental eran interpretadas como que el daño se produciría a muy largo plazo, y que mi necesidad era demostrar que los terraplenes iban a provocar (y
uno de ellos ya lo estaba haciendo) un impacto urbano en lo inmediato. Es egoísta de mi parte, les
dije, pero yo, que vivo a cinco cuadras del terraplén tengo miedo de inundarme.
Luis me escuchaba apoyado en la mesada mientras cebaba mates:
-No te preocupes, Walter, nosotros ya sabemos eso, ya
sabemos que nos escuchan y lo que piensan de nosotros, sobre todo los políticos
–y sonriendo agregó – hasta sabemos que nos dicen los “boludos verdes”.
Sonreí también.
Me fui y prometí contarles lo que pasara en las próximas reuniones de la
comisión que los concejales me habían prometido para pedir explicaciones al
ejecutivo. Estuve allí cuarenta y cinco
minutos aproximadamente.
Días después
surgieron novedades, la idea de hacer una solicitada de SOS HABITAT denunciando
los terraplenes, siempre hay miedo en este tipo de cosas, enfrentar a los
poderosos puede tener su riesgo, eso nos preocupaba, recuerdo que Carmen me
pidió que llame a Luis por teléfono por una duda que tenía, allí hablamos casi media hora profundizando sobre el tema,
descubrí que tenía una virtud excepcional: le gustaba escuchar, porque por
momentos tenía que corroborar si estaba del otro lado de la línea.
-Sí, seguí
Walter, te escucho.
En esos días me
encontré con Luis en la puerta del jardín, también había reparado que su nieta Camila y mi hija Juanita, de casi cinco años iban a la misma salita. Ese día hablamos, le conté
que conocía a su yerno, me dijo que ya sabía, hablamos del tema de los terraplenes
y siempre con un tono conciliador y amable me contaba lo difícil que resultaba
este tipo de lucha. Por una sencilla razón: el que tiene plata pisa fuerte y
hace lo que quiere. Fueron apenas cinco
minutos.
Tengo la
costumbre de manejarme por intuición, pero no sólo la intuición me decía que
Luis era una gran persona, hay factores que contribuyen a confirmar ese tipo de
sensación: la austeridad de su casa, un vehículo sencillo, las luchas
altruistas sin ningún interés personal. Mierda, pensé, otro mosquetero más.
Un día nos
reunimos en su estudio, una habitación que hacía de estudio, con un
escritorio,, sillones y escoltada por libros en estantería. Mientras Luis leía
un escrito que le había alcanzado en el que resumía diversas charlas con
funcionarios del municipio observo uno de los libros sobre el estante a su
espalda, en su lomo se leía en letras grandes “Fifo Roggero”. Fifo era un
pintor amigo de mi tío Jorge y yo, desde niño, había quedado embelesado con sus
pinturas y grabados porque reflejaba con una estética particular lugares y
momentos de Mercedes. Yo había compuesto una canción que se titula Los
Mosqueteros, en la que homenajeo a los artistas y rebeldes de la ciudad,
personas que salen del molde de lo que propone una ciudad cultural y
socialmente conservadora.
-Ah, este libro
–me dice ante mi pregunta –Fifo era una persona muy bien recibida en esta casa.
Le prometí a
Luis que le enviaría el video en el que había ilustrado mi canción con los
cuadros de Fifo. También quedé en que buscaría un abogado para que nos ayude.
Porque sobre los terraplenes, ya lo habíamos corroborado, el municipio, a pesar
de dudosas habilitaciones provinciales, tenía todas las herramientas para actuar,
para derribarlos.
-Yo lo que quiero
saber Luis, es si no es el municipio quién debiera defendernos, es decir, por
qué tenemos que estar nosotros exigiéndolo…
-Eso es lo que decimos nosotros, pero
imaginate que se comenta que los dueños reales de uno de los emprendimientos
son dos jueces, pero no figuran…
-¿Es una cuestión de amistad? –le digo…
-La amistad,
querido Walter, es otra cosa, siempre es una cuestión de dinero.
Estuve en su casa veinte
minutos.
Ya está, no
había dudas, Luis no sólo era una persona de confiar, sino que además se lo
adivinaba muy sensible. En la semana me contacté con un abogado amigo de un
amigo que tenía la virtud de indignarse por este tipo de atropellos. Nos dio
una cita y le avisé a Luis que nos encontraríamos allí. Lo noté entusiasmado.
En la segunda reunión que tuve con SOS HABITAT, Luis me había mostrado la
denuncia que había preparado además de denuncias anteriores, las tenía
prolijamente encarpetadas, la nota era como si la hubiera redactado un abogado,
incluso mejor, literariamente más bella. Me di cuenta que Luis era un motor importante
en SOS HABITAT.
Estuvimos
hablando treinta minutos en la puerta
de la oficina del abogado esperando por el turno. Quiso advertirme algo, sobre
lo difícil de la pelea con los poderosos del pueblo.
-No te
preocupes, Luis –le digo desdramatizando –yo ya sé que puede quedar en la nada,
ni siquiera sé por qué lo hago, pero sucede que cada vez que voy a mi casa veo
el terraplén más alto… todos los días… y
el bichito de la bronca, de la indignación me empieza a crecer.
Con el abogado
estuvimos otros treinta minutos. Luego
de escucharnos leyó la nota, dijo que estaba perfecta pero fue claro en algo, además
era necesario un amparo judicial para que cesen las obras.
Cuando
regresábamos, conversando en mi auto, nos preguntábamos en qué consistiría
hacer un amparo e imaginamos que debería ser engorroso y hasta algo costoso. Fueron
otros diez minutos con Luis.
-Vos no te
preocupes Walter –dijo al bajar del auto en su casa –yo me encargo de que la
denuncia llegue a quien tenga que llegar, vos, si podés, avisale al periodismo.
Fue la última
vez que lo vi, hablamos diez minutos
por teléfono el día siguiente para constatar que todo estaba en marcha, ya
habíamos descubierto que los dos predios de sesenta hectáreas cada uno
necesitaban una aprobación del municipio: el visto de los planos de mensura,
sin eso no podían escriturar. Ellos, con esa impunidad y prepotencia que les da
el dinero pretendían que les habiliten dos lagunas, hablamos sobre eso y nos
indignamos juntos. Al finalizar la conversación me agradeció porque le haya acercado mi
canción Los Mosqueteros con las pinturas de Fifo, me dijo que le había gustado.
El jueves
siguiente de esa semana suena el celular, miro el display y es Carmen, atiendo.
-Murió Luis
–Chori.
-No te entiendo.
-Luis, murió
Luis, lo encontraron en su quinta.
Fue un día de
consternación, un día al revés.
Apenas había
sumado, entre llamadas y conversaciones, no más de dos horas de conocer a Luis.
Un Hombre Sensible, un Cronopio, un alma spinettiana, ¿Le habrán bautizado Luis
a todos estos seres raras avis de
nuestra tierra en épocas de su nacimiento?
Lamentablemente
no voy a poder decir que fui amigo de Luis y siento que estoy escribiendo esto
para no olvidarlo. Sé que podríamos haber sido amigos, en una última canción
que estado componiendo, que titulé Los
jardines no pueden morir, pensé en él y sus amigos de SOS HABITAT cuando
escribí el estribillo:
“Gloria por los centinelas que vigilan la
verdad
Tiempos en que los valientes mueren por la
libertad”
No sé si la canción va a prosperar pero sí sé que también esto lo estoy
escribiendo para no olvidarlo.
El viernes fui a
su velorio, vi muchas caras de dolor, familiares y amigos, el hombre gravitaba,
no caben dudas, fue la clase de personas que dedican más tiempo en sembrar que
cosechar. Yo tenía bronca, porque tipos así no sobran, y cuando uno conoce a esta clase de gente se
siente más contenido, más protegido, y renace esa utopía que con el tiempo se
va sumergiendo en el fondo de los años que pasan y que cuesta emerger, esa idea
tan vapuleada como necesaria de que un mundo mejor es posible.
Fin
12 de noviembre de 2015
8 comentarios:
Sería fácil construir un terraplen para que no nos inunden esas muertes, pero fácil no es mejor.
Saludos Chori
Hermoso Walter. Muy emocionante. Un motivo más para no claudicar
Chori , quizás el tiempo presencial con Luis ha sido breve, pero cada minuto junto a él seguro ha sido valiosìsimo. Tus palabras logran reflejar cómo era Luis, quien permanecerá vivo en cada uno que lo ha conocido. Gracias por este relato, a una semana de su partida nos hace recordar que no debemos bajar los brazos y seguir remando contra la corriente en temas ambientales.
Soy amigo de Luis, el "viejo loco de cardales" como me llamaba, no puedo contener las lágrimas... muchas gracias por su relato, con el lo reviví a una semana de su inexplicable muerte. Leopoldo
Solo Gracias Walter.
Solo Gracias Walter.
Chori, apenas puedo escribir, las lágrimas no me dejan... Luis era un buen amigo de mi viejo, y para mí era alguien muy especial, otro viejo. Supe tarde de su partida y no llegué a despedirme de él, me parece todo esto un mal sueño. Te agradezco tus palabras, se ve que lo pudiste conocer. Abrazo grande!
Gracias Walter por tu relato. Decía mi vieja que "la verdadera muerte es cuando han muerto los recuerdos" Tu semblanza de Luis -que comparto- va a hacer que el recuerdo perdure y con él su vida. Hubiera querido tomarme un café con él antes de su partida.Pero esta muerte prematura nos quitó seguramente a todos la posibilidad de hablar una vez más con este amigo de cara tan gentil y apacible. Hasta siempre, Luis. Martín, ( de la isla)
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