Marta despierta y se da cuenta que no está en su casa. Suele
tener sueños muy vívidos y lo que acontece ahora puede ser uno de esos momentos
en que queda atrapada en la zona neutral entre la vigilia y el sueño. Pero esta
vez es diferente, mira su cuerpo y lo siente muy consistente, con peso. No se
droga, ni bebe alcohol así que el lugar que está observando, una habitación
pequeña de paredes sin revoque donde el ladrillo hueco está a la vista, con
tirantes viejos en el techo y chapas agujereadas no puede ser otra cosa que
producto de un sueño. Pero en los sueños no suele haber olores ni sensaciones y
Marta siente un tufo a humedad penetrante y algo de frío. Nota que está tapada
con un par de frazadas viejas y se encuentra vestida.
Levanta el peso de sábanas y mantas que la cubre y se da
cuenta que ese jean gastado y el buzo de friza color bordó que lleva puesto no
son suyos. Debe ser un sueño, piensa y luego se sienta en la cama, nota que es
vieja y el colchón se hunde generosamente. Ahora siente pasos, los oye y se
acercan a la puerta donde precisamente no hay puerta pero sí una cortina
mostaza que debe tener siglos por lo ajada y desteñida que está. El paño
azulino se mueve y una niña de aproximadamente diez años le dice:
-¡Vamos mamá!
Marta es mamá, pero tiene dos varones, uno de quince y otro
de trece. Los dos ya están en la secundaria y van al colegio San Luis. Pablo,
el mayor, juega a al tenis y Agustín es hiperactivo, practica fútbol, tenis,
natación, inglés, informática, es una esponja que lo absorbe todo. Aunque lo
hubiese deseado Marta no tiene una hija. En el desconcierto que le produce ver
a esa niña hablándole, decide que lo mejor es ser parte del sueño, entregarse a
esta película que parece protagonizar. Intenta no desesperarse y pregunta a la
niña que aún está allí:
-¿Adónde vamos?
-¡Adónde va a ser mamá!- contesta la niña.
La pequeña sale y Marta intenta recordar si anoche pasó lo
que pasó, porque fue ayer a la tardecita que Moni la pasó a buscar para ir a
cenar con sus compañeros de secundaria. Mientras comían y bebían discutieron
sobre política como siempre y luego, tipo tres de la mañana se retiró en un
taxi, llegó a su casa, pasó por el living, dejó su campera en el perchero, fue
hasta el comedor, entró en la cocina, tomó un vaso con limón, subió las
escaleras, se cambió en el vestidor, fue al baño, se pegó una ducha para
sacarse el olor a humo de cigarrillo, fue hasta los dormitorios de Pablo y
Agustín, comprobó que estaban bien y volvió a su cama, le pidió a Santiago que
dejara de roncar, que se ponga de costado y se durmió.
Pero ahora está allí en una habitación espantosa y comienza
a impacientarse, no quiere pararse porque tiene miedo, quiere volverse a
acostar y despertarse de una vez por todas. Lo único extraño de la noche
anterior fue que Jorge trajera a un amigo que lo había venido a visitar de
Ramallo. Un tipo raro que prácticamente no habló hasta que la conversación
entre los ex compañeros de la Escuela Normal, una decena de hombres y mujeres
de ya pasado los cuarenta años, derivó en la discusión política habitual que
esta vez terminó rayando lo bélico. Marta recuerda haber discutido con el tipo
que trajo Jorge, Aaron se llamaba, que a toda vista parecía definitivamente de
izquierda. Pero lo que más la exasperó fue la voz monocorde y pausada con la
que el tal Aaron la interpelaba.
-Vamos mamá- le dice ahora la nena que vuelve a aparecer
tras la cortina-, ponéte la campera que en la cocina hace frío y vamos que se
hace tarde.
Marta obedece. Se para y busca algo para calzarse. Lo único
que hay allí es un par de zapatillas náuticas, gastadas, de las baratas sin
marca. Se las coloca y se abriga con el camperón celeste que está en el
respaldo de la cama de hierro. Nota que la manga está quemada con cigarrillo y
uno de los bolsillos está descocido. Tiene el impulso de sacársela pero ante la
falta de otro abrigo y un chiflete áspero de frío que entra por la puerta
desiste y termina por cerrar el cierre hasta el cuello.
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-No entiendo cómo podés estar de acuerdo con los planes
trabajar del gobierno- le había dicho vehementemente Daniel a Jorge que
intentaba contestar con tranquilidad cada pregunta que le hacían. Romina,
Pedro, Andrea, Daniel y ella misma que lo tenían acorralado en una franca
diferencia de cinco contra uno.
-Somos libres-protestaba Daniel-¿por qué no me dejan comprar
dólares si me rompo el orto laburando?
-¿Y para qué querés dólares?- preguntaba Jorge
-Para ahorrar.
-Hay otras opciones para ahorrar.
-¿Cuáles?
-Comprá un terreno, querido, construí, ponela en el banco,
comprá acciones si querés arriesgar
-Pero si yo quiero comprar dólares porque es lo más seguro
¿por qué me lo tienen que impedir?
Jorge suspiró y demostró franca intención de contener el
tono de voz.
-Porque vivís en un país que, te guste o no, tiene que tener
ciertas reglas.
A Marta le dio tanta bronca lo que decía Jorge que quiso
intervenir. Esas conversaciones le aburren y la actitud de Jorge hablando de
política le resultaba pedante. Ella también quería decir que debería tener derecho
a comprar dólares si necesitara.
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Pero ahora Marta abre la cortina y aparece una especie de
cocina pequeña, también con ladrillos huecos y luego de girar la vista se da
cuenta que esa pequeña habitación es todo en uno: la cocina que es una anafe,
el baño que es una letrina, y también está el otro colchón acomodado en el piso
sobre la pared. La nena está en la mesa tomando té en una taza y Marta escucha
que luego de beber un sorbo le dice: tomá mamá que se enfría. Un zumbido grave
que luego crece en intensidad, como si fuese un trueno, y que de pronto hace
que la habitación vibre paraliza a Marta. Sólo atina a mirar hacia la ventanita
por la que se ve un pedazo de cielo hasta que abruptamente el cielo se eclipsa
por la silueta de lo que evidentemente es un tren. Cuando termina de pasar el tren
sale por la puerta que conduce hacia afuera y nota que apenas son tres o cuatro
metros los que separan la casita de las vías. Se da vuelta y le pregunta a la
nena:
-¿No te da miedo?
-Ya no, mamá, hace cuatro años que estamos acá, ya me
acostumbré.
-¿Adónde tenemos que ir?- pregunta Marta haciéndose la
olvidadiza
-¡Ay mamá! ¿Cómo te podés olvidar? nos espera Antonio, para
mostrarnos la casita y ver si nos podemos anotar.
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Anoche Marta, ya un poco enojada, se lo preguntó a Jorge. El
tono fue irónico. En algún punto siempre se sintió atraída por Jorge, pero este
nuevo Jorge, con su manera de pensar, la decepcionaba:
-¿Vos estás de acuerdo que le den plata a esa gente en lugar
de darle trabajo?
Pero no fue Jorge el que contestó sino Aaron, el desconocido,
quien con absoluta suavidad, como si saliera de una clase de yoga, respondió:
-Es histórico.
-¿El qué es histórico?- repreguntó Marta quien empezaba a
subirle la temperatura.
-Está en nuestra historia como país, pasa en todos los
países latinoamericanos, una historia muy desigual.
Pero Aaron no pudo seguir porque fue Jorge el que
interrumpió:
-¿Y cómo pensás que puede solucionarse la cosa para la gente
que no tiene nada? ¿Qué hacés, los pasás por arriba con una topadora y los
transformás en abono?
-No querido- dijo Marta ya con bronca- hay que darles
trabajo, no planes.
-¿Y cómo les das trabajo? -preguntó Jorge levantando las
cejas.
-Que haya más empresas- dijo Marta.
-¿Y cómo hace un gobierno para “hacer” más empresas?
-No sé, están ellos para pensarlo, yo soy abogada y me rompo
toda para tener lo que tengo ¿por qué el gobierno tiene que regalar las cosas
con los impuestos que yo pago?
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Ahora la nena le señala que allá está Antonio, caminan
varias cuadras, muchas cuadras hasta lo que parece ser algo estatal, como una
municipalidad. Un señor de anteojos, vestido con ropa azul de trabajo se acerca
a ellas en la puerta del edificio y saluda amablemente.
-Hola Marta -dice luego de darle un beso-, parece que se da,
conseguí que te anoten en una de las casas y el intendente me dio la llave de
una parecida para que puedas verla, vamos en mi auto.
Marta y la nena suben al auto gris que les indica el tal
Antonio. Marta lo hace adelante y la nena atrás, el hombre parece bueno, es más
grande que ella y no parece tener intenciones de seducirla. Mientras circulan
por la ciudad Antonio baja el volumen de la radio y dice:
-Bueno, Marta, parece que las cosas se acomodan, ya tenés
trabajo en la cooperativa y ahora vamos por la casa.
Luego hay un silencio en el que Marta no dice nada. Por la
ventanilla observa un barrio que no reconoce, que podría ser cualquier barrio
de la ciudad. Un detalle que le advierte que está en un sueño, aunque siente su
cuerpo físico, siente sus manos, sus brazos, sus piernas. La voz de Antonio le
interrumpe sus pensamientos:
-Yo ya estoy medio cansado porque la gente no me da bola,
cada vez van menos a trabajar, mañana hay que barrer en el centro así que
empezamos a las cuatro, no me faltes Marta, no aflojés, hacelo por la nena.
-Ella no quiere ir, Antonio-dice la nena desde el asiento de
atrás-, porque dice que siempre son pocas y que es mucho trabajo y que las
otras cobran igual y no hacen nada.
-Sí -contesta Antonio-, pero vos no le des bola, yo a las
que van a laburar les doy una mano y ahora se te puede dar una de las casas del
plan.
Marta observa que comienzan a transitar por uno de esos
barrios que siempre ve desde la autopista, ese de casitas iguales, las que hace
el gobierno. Antonio estaciona frente a una de ellas y señala la manzana de
enfrente:
-Ahí, en ese terreno baldío, se va a hacer la tuya Marta, en
un año están viviendo ahí, vas a ver que se da la cosa.
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La discusión se terminó cuando Jorge volvió a desubicarse. Porque
en el momento que Marta dijo que ella quería vivir en un país libre, donde
pudiera comprar dólares, viajar al exterior cuando quisiera y sobre todo,
cobrar los sueldos que cobran los políticos sin hacer nada, Jorge le contestó
que no podía andar comparándose con los demás porque ella ganaba muy bien para
lo que hacía. Que si quería ganar más que deje la comodidad de empleada
judicial y ejerza privadamente como abogada y que de ese modo, contándole las
costillas a los demás iba a ser infeliz toda su vida y que además si quería un
país para ella que se lo compre porque en este tenemos que vivir todos. A Marta
le irritó tanto la postura de Jorge que, no sabe si estuvo mal o no, le dijo
que él era un vago de mierda, que había conseguido ese trabajo en Desarrollo
Social por chuparles las medias al delincuente de Minetto. Luego hubo un
silencio, incómodo, difícil. Todos pensaban eso sobre Jorge, que la jugaba de
pro gobierno para acomodarse, él y su esposa, pero nadie lo decía, mucho menos
en una reunión que pretendía ser agradable. El silencio se hizo cada vez más
tirante. En ese momento se escuchó la voz tranquila de Aaron que le preguntó a
Marta:
-¿Vos cambiarías lo que tenés y tu trabajo por un plan del
gobierno?
-No, no me gustaría, pero tampoco me gusta que me saquen lo
mío para dárselo a los vagos-contestó duramente Marta, ya indignada.
Hubo un silencio incómodo. Jorge suspiró y luego de tomar el
último sorbo de vino vaciando la copa, mirando a Marta a los ojos, dijo:
-Vos sos empleada estatal, así que también gozás de un plan
del gobierno, lo que pasa que es más calificado, nada más.
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La nena, que Marta ahora sabe que se llama Julia, camina por
toda la casa en la que los ambientes son pequeños.
-Mirá mamá, qué lindo el baño.
Marta observa que es un baño chico sin ni siquiera una
bañera. La cocina y el comedor son un solo ambiente y el living es apenas de
dos por tres metros. Antonio dice que tiene patio con galería y que en la galería
de adelante se podría dejar un auto si lo tuviera.
-Tiene gas, mamá, no tenemos que comprar más garrafa-, y
girando la cabeza hacia Antonio le pregunta -¿Es muy caro el gas?
-No Julia, el gas natural es más barato que el de garrafa,
es increíble pero es así nomás, los que más tienen pagan menos por el gas.
Antonio cierra la puerta de la casa mientras asegura que la
que les toque en el sorteo va a ser igualita, que faltan un par de cosas y va a
ser definitivamente de ellas. Ya en el auto, mientras maneja, parece
descargarse hablando, como si tuviera mucha furia contenida:
-No me aflojés Martita, yo lo conocí a tu viejo, laburaba
como toro, hacía todo, sembraba, cosechaba, arriaba el ganado… hasta arreglabas
las máquinas, pero el patrón que tenía era una mala persona, por ser dueños de
la tierra se creen dueños del hombre. Marta, tu viejo quería que ustedes
estudien pero Hernández no le dio esa posibilidad, cuando vos y tus hermanos
tuvieron edad de trabajar le dijo que: o trabajaban para él también o se tenían
que ir porque no podían ocupar la casa que les daba, que había como diez
familias que querían el trabajo. Sé que le tenés rencor a tus padres porque no
pudiste estudiar pero tenés que concentrarte en Julia, cuando tengas la casa y
con el trabajo en la cooperativa, Julia va a poder seguir estudiando, no
aflojés…
Marta mira por la ventanilla, cuando Antonio sube el volumen
de la radio siente que se adormece.
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Marta despierta, lo primero que ve es la luz prendida del
baño en suite, escucha que la canilla está abierta y la sombra de su esposo
suele oscurecer la luz que deja la puerta entreabierta. El techo de yeso y el
grueso acolchado a sus pies –nunca termina de taparse con el acolchado porque
la calefacción en la pieza es casi intolerable- le demuestran que efectivamente
ya está verdaderamente despierta.
FIN
1 comentario:
genial!!! ojalá (y ójala) lo lean aquellos que porque tienen un PlanTrabajar en tribunales,lamuni,una Escuela;tratan de vagos a losque tienen planesIndigentresTrabajar.
No quieren sabernada,che;tienen miedo
que lestoqueaellos, y la puta dela cris,el porfinmoridochavez,etc son la amenaza que losestavolviendoloquillos
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