LA POSTA - Guión literario para un cortometraje.
92 Carretillas - Crónica de una tarde reveladora.
MARTA DESPIERTA
Marta despierta
Marta
despierta y se da cuenta que no está en su casa. Suele tener sueños muy vívidos
y lo que acontece ahora puede ser uno de esos momentos en que queda atrapada en
la zona neutral entre la vigilia y el sueño. Pero esta vez es diferente, mira
su cuerpo y lo siente muy consistente, con peso. No se droga ni bebe alcohol
así que el lugar que está observando, una habitación pequeña de paredes sin
revoque donde el ladrillo hueco está a la vista, con tirantes viejos en el techo
y chapas agujereadas no puede ser otra cosa que producto de un sueño. Pero en
los sueños no suele haber olores ni sensaciones y Marta siente un tufo a
humedad penetrante y algo de frío. Nota que está tapada con un par de frazadas
viejas y se encuentra vestida.
Levanta
el peso de sábanas y mantas que la cubre y se da cuenta que ese jean gastado y
el buzo de friza color bordó que lleva puesto no son suyos. Debe ser un sueño,
piensa y luego se sienta en la cama, nota que es vieja y el colchón se hunde
generosamente. Ahora siente pasos, los oye y se acercan a la puerta donde
precisamente no hay puerta pero sí una cortina em tono azulino que debe tener
siglos, por lo ajada y desteñida que está. El paño azulino se mueve y una niña
de aproximadamente diez años le dice:
-¡Vamos mamá!
Marta
es mamá, pero tiene dos varones, uno de quince y otro de trece. Los dos ya
están en la secundaria y van al colegio San Luis. Pablo, el mayor, juega al
tenis y Agustín es hiperactivo, practica fútbol, tenis, natación, inglés,
informática, es una esponja que lo absorbe todo. Aunque lo hubiese deseado,
Marta no tiene una hija. En el desconcierto que le produce ver a esa niña
hablándole decide que lo mejor es ser parte del sueño, entregarse a esta
película que parece protagonizar. Intenta no desesperarse y pregunta a la niña,
que aún está allí:
-¿Adónde vamos?
-¡Adónde va a ser mamá!- contesta la niña.
La
pequeña sale y Marta intenta recordar si anoche pasó lo que pasó, porque fue
ayer a la tardecita que Moni la pasó a buscar para ir a cenar con sus
compañeros de secundaria. Mientras comían y bebían discutieron sobre política
como siempre y luego, tipo tres de la mañana, Marta se retiró en un taxi, llegó
a su casa, pasó por el living, dejó su campera en el perchero, fue hasta el
comedor, entró en la cocina, bebió un vaso con limón, subió las escaleras, se
cambió en el vestidor, fue al baño, se pegó una ducha para sacarse el olor a
humo de cigarrillo, fue hasta los dormitorios de Pablo y Agustín, comprobó que
estaban bien y volvió a su cama, le pidió a Santiago que dejara de roncar, que
se ponga de costado y se durmió.
Pero
ahora está allí en una habitación espantosa y comienza a impacientarse, no
quiere pararse porque tiene miedo, quiere volverse a acostar y despertarse de
una vez por todas. Lo único extraño de la noche anterior fue que Jorge cayó con
un amigo que lo había venido a visitar de Ramallo. Un tipo raro que
prácticamente no habló hasta que la conversación entre los ex compañeros de la
Escuela Normal, una decena de hombres y mujeres de ya pasados los cuarenta
años, derivó en la discusión política habitual que esta vez terminó rayando lo
bélico. Marta recuerda haber discutido con el tipo que trajo Jorge, Aaron se
llamaba, que a toda vista parecía definitivamente de izquierda. Pero lo que más
la exasperó fue la voz monocorde y pausada con la que el tal Aaron la
interpelaba.
-¡Vamos
mamá!- le dice ahora la nena que vuelve a aparecer tras la cortina-, ponéte la
campera que en la cocina hace frío y ¡vamos que se hace tarde!
Marta obedece. Se para y busca algo para
calzarse. Lo único que hay allí es un par de zapatillas náuticas, gastadas, de
las baratas sin marca. Se las coloca y se abriga con el camperón celeste que
está en el respaldo de la cama de hierro. Nota que la manga está quemada con
cigarrillo y uno de los bolsillos está descosido. Tiene el impulso de sacársela
pero un vientito áspero de frío la convence de no hacerlo y termina por cerrar
el cierre del abrigo hasta el cuello.
***
-No entiendo cómo podés estar de acuerdo con
los planes Trabajar del gobierno- le había dicho socarronamente Daniel a Jorge
que intentaba contestar con tranquilidad cada pregunta que le hacían. Romina,
Pedro, Andrea, Daniel y ella misma que lo tenían acorralado en el debate por
mayoría. Eran cinco contra uno.
-Somos
libres-protestaba Daniel- ¿por qué no me dejan comprar dólares si me rompo el
orto laburando?
-¿Y
para qué querés dólares?- preguntaba Jorge
-Para ahorrar.
-Hay otras opciones para ahorrar.
-¿Cuáles?
-Comprá
un terreno, querido, construí, ponéla en el banco, comprá acciones si querés
arriesgar
-Pero si yo quiero comprar dólares porque es
lo más seguro, ¿por qué me lo tienen que impedir?
Jorge suspiró y demostró el esfuerzo por contener
el tono de voz.
-Porque vivís en un país que, te guste o no,
tiene que tener ciertas reglas.
A Marta le dio tanta bronca lo que decía
Jorge que quiso intervenir. Esas conversaciones le aburren y la actitud de Jorge
hablando de política le resultaba pedante. Ella también quería decir que
debería tener derecho a comprar dólares si necesitara.
***
Ahora
Marta abre la cortina y aparece una especie de cocina pequeña, también con
ladrillos huecos y luego de girar la vista se da cuenta que esa pequeña
habitación es todo en uno: la cocina que es solo un anafe, el baño que es la
letrina, y también está el otro colchón acomodado en el piso sobre la pared. La
nena está en la mesa tomando té en una taza y Marta escucha que luego de beber
un sorbo le dice: tomá mamá que se enfría. Un zumbido grave que luego crece en
intensidad, como si fuese un trueno, y que de pronto hace que la habitación
vibre paraliza a Marta. Sólo atina a mirar hacia la ventanita por la que se ve
un pedazo de cielo hasta que abruptamente el cielo se eclipsa por la silueta
veloz de lo que evidentemente es un tren. Cuando termina de pasar el tren sale
por la puerta que lleva afuera y nota que apenas son tres o cuatro metros los
que separan la casita de las vías. Se da vuelta y le pregunta a la nena:
-¿No
te da miedo?
-Ya
no, mamá, hace cuatro años que estamos acá, ya me acostumbré.
-¿Adónde
tenemos que ir?- pregunta Marta haciéndose la olvidadiza
-¡Ay
mamá! ¿Cómo te podés olvidar? Nos espera Antonio, para mostrarnos la casita y
ver si nos podemos anotar.
***
Anoche
Marta, ya un poco enojada, se lo preguntó a Jorge. El tono fue irónico. En
algún punto siempre se sintió atraída por Jorge, pero este nuevo Jorge, con su
manera de pensar, la decepcionaba:
-¿Vos estás de acuerdo que le den plata a esa
gente en lugar de darle trabajo?
Pero no fue Jorge el que contestó sino Aaron,
el desconocido, quién con absoluta suavidad, como si saliera de una clase de
yoga, respondió:
-Es histórico.
-¿El
qué es histórico?- repreguntó Marta quien empezaba a subirle la temperatura.
-Está
en nuestra historia como país, pasa en todos los países latinoamericanos, una
historia muy desigual.
Pero
Aaron no pudo seguir porque fue Jorge el que interrumpió:
-¿Y cómo pensás que puede solucionarse la cosa
para la gente que no tiene nada? ¿Qué hacés, los pasás por arriba con una
topadora y los transformás en abono?
-No
querido- dijo Marta ya con bronca- hay que darles trabajo, no planes.
-¿Y cómo les das trabajo? -preguntó Jorge
levantando las cejas.
-Que haya más empresas- dijo Marta.
-¿Y cómo hace un gobierno para “hacer” más
empresas?
-No sé, están ellos para pensarlo, yo soy
abogada y me rompo toda para tener lo que tengo ¿por qué el gobierno tiene que
regalar las cosas con los impuestos que yo pago?
***
Ahora
la nena le señala que allá está Antonio, caminan varias cuadras, muchas cuadras
hasta lo que parece ser algo estatal, como una municipalidad. Un señor de
anteojos, vestido con ropa azul de trabajo se acerca a ellas en la puerta del
edificio y saluda amablemente.
-Hola
Marta -dice luego de darle un beso-, parece que se da, conseguí que te anoten
en una de las casas y el intendente me dio la llave de una parecida para que
puedas verla, vamos en mi auto.
Marta
y la nena suben al auto gris que les indica el tal Antonio. Marta lo hace
adelante y la nena atrás, el hombre parece bueno, es más grande que ella y no
parece tener intenciones de seducirla. Mientras circulan por la ciudad Antonio
baja el volumen de la radio y dice:
-Bueno, Marta, parece que las cosas se
acomodan, ya tenés trabajo en la cooperativa y ahora vamos por la casa.
Luego
hay un silencio en el que Marta no dice nada. Por la ventanilla observa un
barrio que no reconoce, que podría ser cualquier barrio de la ciudad. Un
detalle que le advierte que está en un sueño, aunque siente su cuerpo físico,
siente sus manos, sus brazos, sus piernas. La voz de Antonio le interrumpe sus
pensamientos:
-Yo
ya estoy medio cansado porque la gente no me da bola, cada vez van menos a
trabajar, mañana hay que barrer en el centro así que empezamos a las cuatro, no
me faltes Marta, no aflojés, hacélo por la nena.
-Ella
no quiere ir, Antonio- dice la nena desde el asiento de atrás -porque dice que
siempre son pocas y que es mucho trabajo y que las otras cobran igual y no
hacen nada.
-Sí -contesta Antonio-, pero vos no le des
bola, yo a las que van a laburar les doy una mano y ahora se te puede dar una
de las casas del plan.
Marta observa que comienzan a transitar por
uno de esos barrios que siempre ve desde la autopista, ese de casitas iguales,
las que hace el gobierno. Antonio estaciona frente a una de ellas y señala la
manzana de enfrente:
-Ahí,
en ese terreno baldío, se va a hacer la tuya Marta, en un año están viviendo
ahí, vas a ver que se da la cosa.
***
La
discusión se terminó cuando Jorge volvió a desubicarse. Porque en el momento
que Marta dijo que ella quería vivir en un país libre, donde pudiera comprar
dólares, viajar al exterior cuando quisiera y, sobre todo, cobrar los sueldos
que cobran los políticos sin hacer nada. Jorge le contestó que no podía andar
comparándose con los demás porque ella ganaba muy bien para lo que hacía. Que si
quería ganar más que deje la comodidad de empleada judicial y ejerza
privadamente como abogada y que de ese modo, contándole las costillas a los
demás iba a ser infeliz toda su vida y que además si quería un país para ella
que se lo compre porque en este tenemos que vivir todos.
A Marta le irritó tanto la postura de Jorge
que, no sabe si estuvo mal o no, le dijo que él era un vago de mierda, que
había conseguido ese trabajo en Desarrollo Social por chuparles las medias al
delincuente de Minetto. Luego hubo un silencio, incómodo, difícil. Todos
pensaban eso sobre Jorge, que la jugaba de pro gobierno para acomodarse, él y
su esposa, pero nadie lo decía, mucho menos en una reunión que pretendía ser
agradable. El silencio se hizo cada vez más tirante. En ese momento se escuchó
la voz tranquila de Aaron que le preguntó a Marta:
-¿Vos
cambiarías lo que tenés y tu trabajo por un plan del gobierno?
-No, no me gustaría, pero tampoco me gusta que
me saquen lo mío para dárselo a los vagos-contestó duramente Marta, ya
indignada.
Hubo un silencio incómodo. Jorge suspiró y
luego de tomar el último sorbo de vino vaciando la copa, mirando a Marta a los
ojos, dijo:
-Vos
sos empleada estatal, así que también gozás de un plan del gobierno, lo que
pasa que es más calificado, nada más.
***
La
nena, que Marta ahora sabe que se llama Julia, camina por toda la casa en la
que los ambientes son pequeños.
-Mirá mamá, qué lindo el baño.
Marta observa que es un baño chico sin ni
siquiera una bañera. La cocina y el comedor son un solo ambiente y el living es
apenas de dos por tres metros. Antonio dice que tiene patio con galería y que
en la galería de adelante se podría dejar un auto si lo tuviera.
-Tiene
gas, mamá, no tenemos que comprar más garrafa-, y girando la cabeza hacia
Antonio le pregunta- ¿Es muy caro el gas?
-No
Julia, el gas natural es más barato que el de garrafa, es insólito pero es así
nomás, los que más tienen pagan menos por el gas.
Antonio
cierra la puerta de la casa mientras asegura que la que les toque en el sorteo
va a ser igualita, que faltan un par de cosas y va a ser definitivamente de
ellas. Ya en el auto, mientras maneja, parece descargarse hablando, como si
tuviera mucha furia contenida:
-No
me aflojés Martita, yo lo conocí a tu viejo, laburaba como toro, hacía todo,
sembraba, cosechaba, arriaba el ganado… hasta arreglaba las máquinas, pero el
patrón que tenía era una mala persona, por ser dueños de la tierra se creen
dueños del hombre. Marta, tu viejo quería que ustedes estudien pero Hernández
no le dio esa posibilidad, cuando vos y tus hermanos tuvieron edad de trabajar
les dijo que: o trabajaban para él también o se tenían que ir porque no podían
ocupar la casa que les daba, que había como diez familias que querían el
trabajo. Sé que le tenés rencor a tus padres porque no pudiste estudiar pero
tenés que concentrarte en Julia, cuando tengas la casa y con el trabajo en la
cooperativa, Julia va a poder seguir estudiando, no aflojés…
Marta
mira por la ventanilla, cuando Antonio sube el volumen de la radio siente que
se adormece.
***
Marta despierta, lo primero que ve es la luz
prendida del baño, escucha que la canilla está abierta y la sombra de su esposo
suele oscurecer la luz que deja la puerta entreabierta. El techo de yeso y el
grueso acolchado a sus pies –nunca termina de taparse con el acolchado porque
la loza radiante en la pieza es casi intolerable- le demuestran que, sin dudas,
ya está verdaderamente despierta.
FIN
¿POR QUÉ LITERATURA? - Carta para Germán.
EL NUEVO MUNDO DE RODOLFO - De River Plate y el surrealismo argentino.
Cuando recibieron la noticia de que Rodolfo había despertado ninguno de ellos lo podía creer, así que en menos de media hora todos confluyeron en el sanatorio para comprobarlo con sus propios ojos. Cuando estuvieron allí la recomendación fue que lo visitaran gradualmente, sin invadirlo. Laura y Bety no pudieron contenerse y se pusieron a llorar, Norberto y Angel le hacían preguntas sobre cómo se sentía, y qué cosas recordaba. El médico dejó la recomendación de que por un tiempo no lo abrumaran y les pidió que lo acompañaran pero turnándose.
Apenas al otro día de llegar a su casa, cuando Laura dejó las compras del supermercado en la mesa, se puso a investigar el ticket de los precios -pues era su obsesión tratar de conseguir el mejor precio de cada producto que comprara- y no podía creer lo que habían aumentado de precios las cosas, en dos años le resultaban el doble más caro, y todos en la casa se dieron cuenta que su memoria inmediata había quedado intacta, como si esos dos años inconsciente para él fueran apenas una noche.
Angel decidió hacer un asado y mientras intentaba iniciar el fuego en la parrilla del patio, Norberto le comentó su inquietud: que era indispensable que vieran el partido por la tele pero sin audio porque seguramente los bosteros cantarían el clásico cántico “Vos sos de la B, vos sos de la B” y tendrían que explicarle por qué hacían eso.
Rodolfo ya había encendido el televisor en el living y se había desparramado en el sofá entreteniéndose con un programa de chimentos que se emitía justo antes del partido. A través de la puerta balcón, los dos hermanos, mientras conversaban controlaban de tanto en tanto que programas miraba Rodolfo. Fue en el instante en que Angel sumaba brasas bajo la parrilla cuando un estruendo gutural rompió el silencio como un trueno, los dos salieron corriendo para el living para contener a Rodolfo que gritaba desaforado, con el rostro desencajado y encendido. Estaba frente al televisor como si quisiera meterse adentro de la pantalla.
-¿Qué decís, Rodolfo, estás bien? -preguntó Laura
-Estoy, estoy, bah... ni siquiera sé que estoy...vivo seguro que no -respondió.
Llamaron al Padre Juan para que venga a convencerlo de que la cosa no era como pensaba aunque Rodolfo aceptó escucharlo más por el aprecio que le tenía de toda la vida que por el hecho de ser sacerdote. Fue en vano, Rodolfo estaba convencido de que dos cosas eran imposible en el mundo real: que alguien estuviera dos años inconsciente y que River se haya ido a la B. El doctor, luego de revisarlo y conversar a solas con él, le dijo a la familia que lo que tenía era una negación, que no podía asimilar la realidad y que desconocía cuando iría a recuperarse, que lo mejor sería tratarlo con una terapeuta, consejo que la familia recibió desanimadamente porque si a alguien detestaba Rodolfo justamente era a todo aquel que ejerciera la profesión de psicólogo: "un psicólogo es un amigo pelotudo que encima te cobra para escucharte", decía siempre.





