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El que conoció a Miguel, mi padre, lo va a comprender. Durante años, la calle 45 de la ciudad de Mercedes que era de sentido sur-norte, en solo una cuadra y nada más que una cuadra, cambiaba de mano a norte-sur.
Viviendo aún en casa de mis padres, me encontraba una noche frente a la computadora haciendo mis primeras armas en el Corel. Ya había realizado algunos gráficos en el programa para afiches los shows de la banda que tenía en ese entonces y publicidades para el semanario. Escuché los pasos de Miguel que se acercaba y me dió un papelito.
-Haceme eso con eso.
Miguel podría haber sido militar, nada de pedir “por favor” o “discúlpame”. Sus pedidos eran órdenes de alto rango. Osar contradecirlo era temerario. “Eso” era un plano de la cuadra del barrio, y “con eso” era la computadora.
-¿Para qué es, papá?
-Tengo que presentarlo en el Concejo Deliberante…
En el plano dibujado con birome vi que la flecha que indicaba el sentido de nuestra cuadra iba hacia el otro lado, comencé a titubear.
-Pero… esta flecha está al revés…
-Vos ponela así…
-¿Pero papá, quién te va a dar bola con esto? ¡es un absurdo! –protesté ya girándome para verlo.
-¡Vos hacé lo que te digo, por dio! ¡Hacelo y punto!
Hacía algún tiempo que papá se había convertido en ama de casa. Luego del infarto, que fue bastante fuerte, y la operación de triple by pass que resultó complicada por su epoc, tomó al pie de la letra las recomendaciones de los médicos. Se había descompuesto en el negocio una tarde y le teníamos prohibido trabajar. Cocinar, limpiar, ordenar y pensar eran sus quehaceres, pero pensar era la acción que más yo temía.
Su problema de aquellos días era que por haber colocado el municipio un semáforo en la cuadra siguiente, nuestra casa sería un peregrinar de autos y camiones, que por esquivar el semáforo todos tomarían por ahí. Con su particular visión pretendía que nuestra cuadra cambie la mano para no tener ese problema. Hice el plano sabiendo que había una anomalía, pensando en cómo los concejales se reirían de semejante propuesta.
Días después mi sorpresa fue total. El Concejo Deliberante había tratado el tema, y en apenas minutos lo aprobaron. Nuestra cuadra estaría a salvo de motos, autos, camiones y predominaría la tranquilidad y el silencio. Pero no fue así en el comienzo, el pequeño cartel rojo con su bastón blanco nada podía hacer frente a la inercia que los años y la lógica habían consolidado.
Sentado en la ventana, mirando por la hendija de la persiana Miguel puteaba y gritaba a los que no respetaban la nueva norma, desde la más ínfima bicicleta hasta los voluptuosos camiones. Por momentos salía a la calle y con señas intentaba detener la marea del tráfico, alguno paraba porque creían que necesitaba ayuda y papá los sermoneaba de que no respetaban la mano. Todos lo carajeaban y seguían.
Por las tardes daba clases de guitarra y podía escuchar las quejas de los alumnos que no podían entender que nuestra cuadra estuviera al revés, por supuesto no me animaba a decirles que el señor que solían ver en el frente de la casa había sido el ingeniero e impulsor de la medida.
En aquellos años tenía una motito Gillera para manejarme. Yo mismo, cada mañana para ir al negocio, cuando salía de casa, para no dar toda la vuelta, transitaba media cuadra a contramano. Obviamente procuraba que papá no me viera. La última mañana que salí de casa con la moto en contramano la recuerdo bien, porque dos agentes de tránsito me detuvieron en la esquina y me notificaron que me harían la multa por no respetar la mano.
-Muchachos –protesté-, me vieron que salí de casa, son unos metros nomás, no me van a hacer la multa por eso…
-Pibe –dijo el agente que parecía mayor- yo no tengo ni ganas de hacer esto pero es tu viejo el que pidió al jefe que nos mande temprano para acá, tenemos que estar toda la mañana controlando.
No sé qué cara habré puesto, porque me quedé callado sin saber qué decir, el agente demostraba que todo eso le generaba fastidio, con el tono de los que perdonan vidas de miserables, me dijo:
-Andá nomás… andá…
No me hicieron la multa pero pasé la vergüenza del siglo. Qué viejo pelotudo, recuerdo que pensé. En el trayecto fui levantando temperatura. Lo llamé por teléfono dese el local para descargarme y no cometer parricidio cuando lo viera.
Definitivamente se transformó en una cuadra muerta y así continuó durante más de diez años. Un día se anunció que la cuadra volvía a su sentido habitual y esta vez hubo mayor precaución del municipio, desde el primer día personal de control urbano se apostó durante un mes para acostumbrar a que la norma se cumpla.
Yo ya no vivía en casa ni mi hermana tampoco. Mamá había fallecido así que papá estaba solo y pasaba mucho tiempo entre la tele y mirar por la ventana que da a la calle. Miguel no protestó. Me sorprendió. Nunca se lo mencioné pero creo que ver un poco de gente pasando por la cuadra ya no le molestaba, hasta creo que le hacía bien.