Le oculté París
Inés
ama París. No conoce París. Pero su mayor deseo, su sueño más preciado, es
conocer París. Desde que la conocí, hace tres años, me repite que, para
alcanzar la dicha completa, necesita del paseo por el Sena, de la subida a la Torre
Eiffel y admirar La Gioconda en el Louvre. Tan así que, antes de casarnos, me
hizo prometer que juntos iríamos a París, sólo París, para recorrerla de punta
a punta. Nada de Roma, Londres o Venecia. Sólo París.
Nuestro
presupuesto no dio para viajar a París en la luna de miel. Al momento de
casarnos, mi sueldo en la empresa no era malo, y ella ganaba lo suyo como
empleada del registro de automotores, pero como nuestro primer objetivo era el
techo propio nos metimos en un crédito hipotecario para comprar el departamento.
Claro, con tal mala suerte que las tasas de interés se fueron por las nubes y
la cuota nos ocupó la mitad de nuestros ingresos.
Por eso para mí fue una
gran alegría el ascenso que me dieron en la empresa, así fue que quedé como
segundo gerente a cargo de todas las operaciones en América Latina, lo cual
significaba una oportunidad de crecimiento laboral importante y obviamente me
aumentaron el sueldo. Apenas firmé el contrato llamé a Inés y le dije que la
invitaba a cenar.
-Pero si no tenemos un mango... -me contestó.
-Pero lo vamos a tener -le dije-, tengo que
darte una noticia.
Esa misma noche empezamos a preparar París,
a soñar con París. Nos sumergimos en internet y sacamos cuentas de pasajes,
hospedaje, comida y entradas a los museos y lugares que pretendíamos visitar. Los
cálculos nos decían que el viaje no podría ser pronto pero quizás en seis meses
era probable que se concretara. Además, lo haríamos en junio, cuando en París
los días serían templados y más largos.
La
verdad que yo hubiera preferido Nueva York o Barcelona antes que París pero
Inés me había contagiado su entusiasmo. Habíamos comenzado a sentir que ese
viaje sería el verdadero sacramento que nos uniría como pareja, el símbolo
perfecto de la comunión de nuestras almas, como decía ella. En el departamento
había estampas de la Torre Eiffel, La Gioconda y Moulin Rouge por donde se
mirara, en cuadros, repasadores, remeras, adornos, manteles... cada vez que le
mencionaba la redundante ornamentación parisina a ella le brillaban los ojos y
me decía:
-Desde
que soy chica sueño con París. Y no puedo creer que lo voy a conocer con vos.
Vamos a descubrir París juntos.
Unas semanas después, ya en mi nuevo puesto
gerencial, antes de irme de la oficina, llegó un email de la sede central de la
empresa que reside en Bruselas, tuve que leer tres veces para creerlo, porque
decía que debía presentarme allí en apenas dos días. A los cinco minutos llegó
un mensaje de Carlos, mi jefe, avisándome que tenía la misma solicitud y que
estaba sacando los pasajes. No es que no estuviera previsto que viajara, pero
pensé que eso iba a suceder en un tiempo más lejano. Le pregunté a Carlos si
eso podría ser algo malo y me dijo que no, que seguramente se debía a la
necesidad de expansión de la empresa.
Inés también se sorprendió, pero como apenas
iban a ser cuatro días lo tomó bien. Esa noche cenamos mientras hablamos del
viaje, de lo que iría a necesitar. Revisé el clima de Bruselas en Google y ella
se puso a buscar dónde quedaba Bélgica. Levantó la vista y me dijo con algo de
excitación.
-¡Bélgica queda pegado a Francia!
-¿Al lado?
-Sí, son limítrofes...
-Mirá vos.
-¿Y
si compro un pasaje y voy también?
Tuvimos
una pequeña discusión. Logré convencerla de que no lo hiciera. Le expliqué que
era mi primer viaje como subdirector y que no estaba bien que fuera con mi
esposa. Que Carlos no lo vería bien y estaría incómodo, además teníamos la
reserva y nos hospedaríamos en la misma habitación. Ella al fin lo entendió.
Para que no se pusiera mal le propuse que esa misma noche, en un modo de
obligarnos a realizar nuestro sueño parisino, compráramos los pasajes a París, con
seis meses de anticipación y que luego todo se vaya ordenando en base a esa
fecha. Y así fue, nos sentamos frente a la computadora con nuestras dos
tarjetas y compramos los pasajes en cuotas. Dormimos muy felices después de esa
decisión. Al otro día comencé a preparar el equipaje. Inés me ayudó.
El
viaje fue tranquilo pero me resultó tedioso. Aunque tuvimos un vuelo directo no
pude dormir. Ya en el aeropuerto de Bruselas puse en práctica mi modesto
inglés, me sorprendió que Carlos no hablara una sola palabra, apenas emitía un
hello, un yes, un nou… aunque sí se defendió con el francés. No habíamos tenido
mucha relación, él me llevaba quince años y apenas nos habíamos cruzado en la
empresa muy contadas veces. Sentí que el viaje era un buen momento para
conocernos.
En el
congreso de la empresa nos felicitaron por los rendimientos del último año y
nos dieron un par de indicaciones superficiales, la verdad que sentí que la
reunión fue al pedo. A las cuatro de la tarde estábamos libres. Habría una
reunión más con visita a la planta central el último día, por lo que nos
quedaban tres jornadas para conocer y disfrutar. Fuimos al hotel y comencé a
sacar la ropa de la valija.
-¿Qué hacés?-me retó Carlos.
Ante
mi cara de asombro me reveló su plan: Carlos no esperaba que tuviéramos estos
días libres, se le ocurrió entonces canjear esas noches por un hotel en París
de la misma cadena.
-¡¿A París?! -casi grité.
Carlos
pareció sorprenderse de mi sorpresa.
-¿Conocés París? -me preguntó.
Le respondí que no.
-¡te va a encantar! Además tengo muchos
amigos allá. De hecho, Gael, que es casi un hermano para mí, nos viene a buscar
en su auto. En tres horitas estamos.
No me llevo bien con la culpa. La culpa es
un sentimiento que me perfora el alma, no me deja vivir. Carlos, en cierto
punto, era mi jefe y no podía contradecirlo. Me acosté en la cama y comencé a
pensar cómo resolver el problema que tenía por delante. Bajo ningún punto de
vista yo debía conocer París sin Inés. Al menos ella no debía enterarse.
Quité
la ubicación de mi celular, me anticipé y le mentí a Inés diciéndole que lo
hacía porque no quería que la gente pensara que ella había quedado sola en casa.
Al
rato, Carlos me avisó que su amigo nos esperaba abajo. De lo que hablaron en el
viaje no pude entender una sola palabra ya que lo hicieron en francés. Cuando
llegamos a París, Carlos se refirió a mí solo para avisarme, cual guía
turístico, que esa luz que sobresalía a lo lejos era la Torre Eiffel. Sentí un
puñal en la boca del estómago, y no quise seguir viéndola durante todo el
viaje.
Carlos
era también un apasionado de París, disfrutaba y se le encendía el rostro
mostrándome cosas de la ciudad. Durante esos días, mientras almorzábamos y cenábamos
en restaurantes a orilla del Sena, le decía a Inés que estaba aburriéndome como
un hongo en el bar o en la habitación del hotel. Desconocía la aversión
cultural de Carlos, fue un guía de lujo en Orsay, Pompidou, Louvre, Notre Dame.
Aunque creo también que lo hizo para exculparse por dejarme solo ya que dos de
las tres noches, después de cenar, salió a trasnochar con una amiga parisina
que conocía de otros viajes.
En el
avión de regreso no pude dormir ni un momento, ni tampoco concentrarme en ver
una película ni leer. Sólo pensaba en la fortaleza que debía tener para
ocultarle París a Inés. Si llegaba a enterarse de que había conocido París sin
ella sería una catástrofe. Conozco gente que podría hacerlo sin problemas,
fingiría como el mejor de los impostores pero para mí era imposible. Le conté a
Carlos y le pedí que por favor no mencionara ni pusiera fotos de París en las
redes, se lo supliqué, se rió bastante mientras sacó su celular y eliminó una
publicación de su perfil de Facebook, en donde aparecía con Notre Dame de fondo
pero después del incendio. Le di las gracias.
Mientras arribaba y tomaba el taxi para ir a
casa traté de recordar lo que previamente por mensajes y llamadas le había
contado a Inés en el viaje: había mentido en que todos los días teníamos
reuniones, y que visitábamos diferentes plantas y sectores de la empresa, que
no teníamos tiempo ni para tomar un café, que cenábamos en el hotel y nos
dormíamos enseguida porque estábamos exhaustos, que ni siquiera pudimos conocer
Brujas que todo el mundo aseguraba que era muy lindo.
Cuando llegué al departamento, ya en el
ascensor, me temblaban las piernas, entré y allí estaba Inés esperándome, me
abrazó como si hubieran pasado años, luego la alejé un poco para mirarla a los
ojos, ella sonrió dulcemente.
-Inés…
Fue más fuerte que yo, lo solté como si fuera
un pedazo de comida atorada en la garganta:
-… estuve en París.
