MESA DE GENIOS

Pepo me invitó a una mesa de genios, un evento a beneficio de la Escuela Santa Mónica. Lo organizaban los padres de los alumnos y Pepo era uno de ellos, debido a que no había podido ayudar en la organización al menos tenía que concurrir y llevar a algunos participantes más. Lo había invitado a Pablo y Arturo, pero ellos no podían.
Yo había ido a esas mesas de genios algunas veces mucho tiempo atrás, nos juntábamos ocho amigos y amigas, que es la cantidad máxima de las mesas y competíamos para divertirnos y de paso obtener algún premio. Ganamos algunas veces pero éramos estratégicos, nos repartíamos los roles y hasta llevábamos alguna tía o abuela para que nos ayudara en las preguntas que salieran de nuestra órbita juvenil.
Hacía años que no iba y esa noche estaba solo en casa sin ninguna otra cosa más qué hacer y fuimos con Pepo. Le pregunté si ya tenía una mesa armada y me dijo que no, que no importaba porque siempre había mesas incompletas. La mesa de genios era en el Club Estudiantes, en el salón grande dónde se ubica la cancha de básquet. Estaba lleno de gente. Por la complicada acústica del lugar, la reverberancia típica de los gimnasios, en lugar de un murmullo se imponía un griterío descomunal. Apenas entramos Pepo me dijo que esperara que se iba fijar en qué mesa podíamos jugar. Mientras tanto saludé a algunos conocidos. En ese interín se me acerca Carlos, Carlos Karlovich, un gran amigo del fútbol, nos dimos un abrazo, hacía tiempo que no nos veíamos y me sorprendió verlo allí. Carlos, además de abogado, era un erudito en materias como filosofía, literatura y economía. Y fanático de la música.
-Vos ganás seguro, flaco – le digo un poco chicaneándolo.
-¡No! –se rió fuerte –yo soy el que armó las preguntas, voy a dirigir esto.
Conocía bien a Carlos, es del tipo de personas que no se anda con banalidades ni cosas supérfluas, imaginé que iba a ser un juego atípico, más intelectual y selecto, no concebía que Carlos Karlovich, el intelectual Karlovich, confeccione preguntas sobre televisión, farándula y la música de moda que son rubros que predominan habitualmente en estos juegos. En fin, la pregunta más compleja que me había tocado responder en otras mesas de genios fue quién había escrito Cien años de Soledad o cuántos lados tenía un pentágono, o como aquella insólita vez en la que no podíamos creer la pregunta que estábamos leyendo: ¿Quién fue el compositor de la novena sinfonía de Beethoven?
-Che Carlos -le digo cómplice -¿hiciste un cuestionario simple supongo, no?
Carlos sonrió y me palmeó en el hombro...
-No, querido, Borges dijo que un escritor nunca debe rebajarse para que el lector comprenda, debe ser el lector quién tiene que hacer el esfuerzo de comprender... acá es lo mismo...
Carlos se disculpó y se fue a la mesa de jurados e inmediatamente vi a Pepo que me llamaba desde una de las mesas.
-Vení, ubiquémosnos acá.
Me senté, conté y éramos siete, cinco mujeres y nosotros dos. No conocía a nadie y noté que Pepo solo hablaba con una de ellas, una mujer de cincuenta años, lentes de marcos negros y rodete que, luego repararía en eso, estaba con su hija de poco más de viente años. Pepo me la presentó como la Reina de las mesas de genios.
-¿Sabés cuántas veces ganó? –me preguntó Pepo codeándome.
Sonreí, probablemente tuve un gesto de desconcierto.
-¡Ocho veces!
-¿Ocho veces? –repetí sorprendido.
-Tres veces primer premio, cuatro segundo, y una vez cuarto –dijo la mujer como restándole importancia.
Una chica se acercó a la mesa y preguntó si el lugar estaba libre, le dijimos que sí. Ya estábamos los ocho que se necesitaban para completar. El juego comenzó. Había olvidado lo caótico que resultaban esas mesas de genios, con grupos que se ponían eufóricos por cada punto ganado, los sorteos de productos donados por comerciantes sincronizados para dar tiempo al jurado a realizar los cálculos de puntajes, las pausas para consumir en la cantina y ahora se había sumado la trampa del uso de celular que algunos asistentes vigilaban para que nadie utilizara.
Al tercer cuestionario me di cuenta que no había errado en la sospecha de Carlos Karlovich iba a hacer esto muy difícil, hasta me dio un poco de lástima, y algo de vergüenza, porque la Reina de las mesas de genios, la mujer de lentes y rodete de nuestra mesa no había acertado en nada y nuestro puntaje era prácticamente el mínimo. La escuché repetir varias veces “muy difícil, muy difícil…”. Y eso no era todo, dos mesas más hacia el centro, parecían que algo habían acertado porque cuando informaban el puntaje festejaban exageradamente. En uno de esos momentos, la mujer de lentes me miró y dijo despectivamente:
-Los conozco, algunos son profesores de la escuela…
El cuarto punto parecía fácil, consistía en escuchar diez canciones y definir título y autor. Pepo se frotó las manos, era un ávido oyente de música y conocía absolutamente de todo. Las canciones se sucedieron pero fue imposible, Carlos Karlovich había elegido un repertorio que iba desde la música indie, pasando por el jazz y hasta la música medieval y barroca. Yo sabía que Carlos, era fanático de la música internacional de los ochenta, pero ni siquiera pudimos acertar ya que en ese género había elegido canciones prácticamente desconocidas.
A partir de allí la cosa se puso densa, el quinto punto fue un problema de física imposible de responder, luego un verdadero–falso de historia pero referente a las corrientes inmigratorias asiáticas en China y Mongolia, el de geografía fue sobre las corrientes marítimas en el océano índico y en el punto sobre televisión las preguntas eran referidas a la televisión de los países escandinavos en la década del sesenta.
Una de las mujeres de nuestra mesa -que ya parecía una casa velatoria- una muchacha joven, muy elegante, que apenas había hablado hasta el momento, miró a la mujer de lentes y sonriendo dijo:
-¿Y, Reina?, ¿Hoy estamos sin corona?
Temí una respuesta bélica porque el rostro de la mujer de lentes enrojeció y adoptó un gesto contraído como si se contuviera de gritar. Pepo quiso descomprimir seguramente porque dijo:
-El que armó las preguntas se comió todas las enciclopedias, se fue al carajo.
La mesa de los profesores había dejado de festejar tan eufóricamente y en una de las pausas la gente comenzó a pararse y recriminar al jurado por el nivel de preguntas. Yo solo tenía ojos para el Flaco Karlovich que se mantenía sentado en una de las mesas del jurado visiblemente colorado y nervioso tratando de explicar las recriminaciones. De pronto el juego se reanudaba pero bastaba que se reinicie para que la gente volviera a concurrir a pedir explicaciones. En una de esas embestidas en la que los participantes corrían a reclamar, observé que muchos de los jurados, para defenderse, señalaban a Karlovich como diciendo que vayan a reclamarla a él. Observé también que la Reina de las mesas de genios se había sacado los lentes y se refregaba los ojos, de lo que probablemente fueran lágrimas de impotencia, luego me miró fijo y apretando los dientes exclamó:
-¿Quién fue el hijo de puta que hizo esta mierda?
Por supuesto no contesté, Pepo atinó a mostrarle quién era el que había organizado las preguntas y por suerte alcancé a patearlo a tiempo. Pero fue inútil, la chica que se había sentado en la última silla lo dijo.
-Es el flaco pelado que está allá, sentado en el medio, de lentes.
Yo debería haber hecho algo, me lo recrimino ahora, porque la Reina se paró, tomó la cartera, y salió como una tromba hacia donde estaba el jurado soportando a la turba, inconscientemente me paré y fui también, sólo con el ánimo de ver que estaba sucediendo. La Reina de lentes no dijo nada, solo embistió enardecida y le propinó un carterazo en el rostro de Karlovich, sus lentes salieron despedidos hacia atrás y él cayó de la silla hacia el costado. Luego fue la hecatombe.
Hay cosas que sólo suceden en pueblos cómo el nuestro, si el mundo es un pañuelo, nuestro pueblo es uma cabeza de alfiler, porque cuando llegó la policía, el oficial que rescató a Karlovich del linchamiento fue Walter Solivella, quién jugó de arquero de nuestro equipo de fútbol de la secundaria. Mientras Walter se llevaba a Karlovich hacia el patrullero para protegerlo un grupo de oficiales detenía a los participantes que querían lincharlo, la Reina era una de las que más gritaba, estaba fuera de sí. Acompañé a Carlos para afuera, Walter me preguntó qué era lo que había sucedido, le expliqué lo de la dificultad de las preguntas y que se enteraron que Karlovich era quién las había armado. No lo podía creer y comenzó a reírse.
-Flaco –le dijo a Karlovich al llegar al auto -, al menos cobraste algo por este trabajo, ¿no?
El Flaco Karlovich negó con la cabeza. Walter continuó:
-Ahora yo digo… no podría haber hecho algo más facilongo, para la gilada, preguntas populares, mirá cómo los pusiste.
Carlos se colocó los lentes, uno de ellos estaba astillado, se acomodó la ropa y dijo tratando de contener la agitación.
-Nunca, amigo, yo no me traiciono… no me lo perdonaría.