La indemnización
Otra vez vino la
vieja, piensa Pablo, y teme decirlo en voz alta mientras trata de colocar los
precios de las carpetas y cartucheras que acaban de entrar. El estrés de ver
que los precios han aumentado -y que eso hará que cueste vender la mercadería-
no le impide saludar de buen modo a la vieja gitana que ha estado viniendo desde
hace dos semanas, día por medio, a refrescarse con el aire acondicionado y, por
supuesto, a conversar.
En apenas dos semanas
ella le ha confesado cosas íntimas de su vida: la muerte de su esposo, el desprecio
de sus dos hijas, la enfermedad de su nieto mayor al que no le permiten verlo
porque su yerno no se lleva bien con los gitanos, en fin, cosas que a Pablo no
le importan mucho. María, su empleada, parece más dispuesta e incluso interesada
por escuchar a la vieja.
Pablo sólo ha
estado preocupado por Luis, el otro empleado, que funciona como un cadete desde
hace más de seis años y del que está seguro que es el responsable de las cosas
que han faltado, desde dinero hasta mercadería. Y no sólo eso, sino que está
convencido de que, por la manera de contestar y por el modo en que sólo cumple
con la mitad de los trabajos, pretende que lo eche. Y lo presiente además por
el hecho de que el tío de Luis, hermano de su madre, es un reconocido abogado
de la ciudad que seguramente lo asesora. Un juicio laboral podría resultar en
un monto sideral imposible de pagar. Y no sin antes perder la salud enredado en
cartas documentos, abogados, ministerio y un sinfín de quilombos.
La vieja, que
se llama Carmen, saluda y se sienta, como lo ha venido haciendo en días
anteriores, en el banco al costado del mostrador.
-¿El muchacho
que te saca canas verdes no está? -preguntó la gitana mirando hacia el fondo.
-Lo mandé a
pagar la luz...-responde Pablo.
-El flaquito te
molesta ¿no?
Pablo se
sorprende por la pregunta indiscreta, pero luego se da cuenta de que lo ha
tratado mal delante de la vieja y ella lo ha notado. Es cuidadoso y no le gusta
hablar de estos temas sensibles con cualquiera, pero hace mucho tiempo que viene
acumulando bronca con Luis, así que para descargar le contesta que sí, y luego,
sin pensar, confiesa que el pibe, el flaquito, con esa carita de “yo no fui”, es
flor de hijo de puta.
-¿Y por qué no
lo echás? –pregunta la gitana, en un gesto que denota obviedad. Pablo, con
resignación responde:
-Me sale un
huevo y la mitad del otro.
El huevo frito está en el plato sobre la mesa
y eso pone contento a Luis. También hay en el plato dos filetes de pechugas de
pollo. En la fuente brilla una ensalada de tomate. Su madre se sienta en la
mesa aunque ya ha comido. ¿Cómo te fue? Pregunta ella. Hoy nada, contesta Luis
con la boca llena. Ya nos quedamos sin lápices, le dice su madre y Luis hace un
gesto de desgano.
Está
difícil, dice Luis, ahora me controla mucho más, creo que ya se dio cuenta
porque la manda a María para que me pregunte si sé algo de las agendas o las
cajitas que faltan. Aparte me doy cuenta que me revisa la mochila, nunca está
como la dejo. Que se joda el hijo de puta, no me quiso poner en blanco cuando
se lo pedí. Por supuesto, dice su madre, el que te está robando es él, el tío
Guillermo siempre me dice que al no tenerte efectivizado se está quedando con
la plata de la obra social y esas cosas.
Luego de
servirse un poco de vino, la madre continúa: arriesgáte, total el Tío Guillermo
me dijo que en cuanto te eche le sacamos hasta el auto. Luis toma un trago de
vino y piensa que ya es intolerable vivir en ese mono-ambiente de mierda, con
su madre, repleto de chucherías que van quedando del puesto de venta que tiene
en Flores, y pregunta: ¿A vos cómo te fue, mamá? Algo se vende, responde ella,
pero lo que vos traés es mejor porque lo remato a buen precio, viste cómo es,
en la calle manda el precio
-El precio de
las abrochadoras volvió a aumentar, María.
Pablo lo dice contrariado
porque es buena y mala noticia, buena porque todavía no vendió muchas abrochadoras
y tiene tiempo de actualizar el precio, y mala porque sabe que tendrá que
soportar el malestar de la gente.
-Cambiále el
precio, subílas un ocho por ciento.
Termina de dar
la indicación a María cuando la vieja Carmen entra, como siempre lo hace, muy
lento, tan pesadamente que cansa de verla caminar. Tienen problemas de cadera,
lo que hace que, en el vaivén del andar, se incline mucho más a la derecha.
María, como todas las mañanas le ofrece un café y como todas las mañanas ella
acepta.
Carmen cuenta
una historia sobre su madre, un relato al que Pablo no presta atención porque
no quiere involucrarse. Sabe que ella terminará acongojada llorisqueando. María
escucha con curiosidad hasta que entra un cliente y le pide disculpas a la
vieja para atenderlo. Es en ese momento, en el que María no los escucha, que la
gitana le dice a Pablo.
-¿Cuánto decís
que te sale despedir al flaquito?
Pablo no esperaba que le pregunte sobre el
tema, así de la nada.
-Mucha guita
-responde sin ganas.
Se escucha la
voz del cliente, un hombrecito de unos cincuenta años que trae una lista de lo
que necesita su hija en la escuela, Pablo oye que pide dos carpetas de Paca, la
cantante adolescente del momento e interviene para contestarle al hombre bajito
que están por entrar la semana que viene.
La vieja
pregunta:
-¿Vos te querés sacar de encima al Flaquito?
Pablo sonríe, duda en contestar.
-¿Por?
-Te pregunto si vos querés que no venga más…
-Sí… pero…
-Si vos
querés te puedo ayudar…
Pablo vuelve a sonreir, y siente el
nerviosismo en el cuerpo.
-No sé de qué estamos hablando…
La vieja sonríe también pero inmediatamente
se pone seria y luego bajando la voz y acercándose le dice que no se haga
problema, que al flaquito no le va a pasar nada, que son trabajos. Así dice:
“trabajos”, virtudes que ella heredó de su madre y que sólo tiene que decirle
que sí y le soluciona el problema. Luego la gitana, mientras no deja de mirar a
Pablo, levanta la taza de café y bebe.
Casi se
quema con el café, entonces Luis le echa un chorrito de agua fría de la canilla
.En el noticiero dan el clima, buen tiempo para toda la semana, su madre sale
del baño y se pone la campera. ¿No tomás nada, mamá? Le pregunta Luis. No,
contesta ella, se me hace tarde, seguro que Alejandra hace unos mates. ¿Tampoco
llevás nada? Luis nota que no tiene ninguna
bolsa en su mano. No, dice ella, hoy nos traen mercadería nueva, espero que
Alberto ya esté en el depósito. ¿Sabés qué traen? Pregunta Luis mientras
enjuaga la taza en la bacha. Parece que es importada, dice su madre, seguro que
camperas, aunque con este calor no sé si se va a vender mucho, y otro problema
es que los locales van a patalear, pero mientras le paguemos a los canas no van
a poder hacer nada.
Ella se va.
Luis se prepara para salir. Estos días, de mañana, son frescos y se pona una
remera y un buzo. Antes va al baño, casi todas las mañanas le dan ganas de
cagar y probablemente llegue unos minutos tarde a la librería pero pensándolo
bien es mejor, le gusta ver como Pablo se contiene para no putearlo. El tío le
dijo que el dueño no lo puede apercibir por llegar tarde porque está en negro.
Cuando sale
por la puerta y baja los cinco pisos por el ascensor. Luis piensa que la única
suerte del trabajo en la librería es que le queda cerca, por lo demás, no se
cumplieron las expectativas que tenía al empezar: cobra la mitad de María, que
es como una especie de encargada, y tampoco cuenta con una obra social, que a
él poco le importa pero como su madre tanto le ha insistido terminó por
preocuparlo.
En eso medita
mientras camina, que quizás trabaja en esa librería para satisfacer a su madre,
no por su propio deseo.
Ya el deseo de que Luis no trabaje más en la
librería es tan grande que Pablo no puede concentrarse en otra cosa de lo que
le ha dicho la gitana. Ella está ahora allí sentada conversando con María, pero
esta vez es María la que le está contando a la vieja los problemas con su novio,
mientras limpia lo que ya está limpio y ordena lo que está ordenado por la
falta de clientes.
Pablo busca un
pretexto para que María los deje solos y se le ocurre enviarla a comprar papel
higiénico y lavandina al mercado. Cuando María sale no pierde tiempo y le
consulta a la gitana por el tema de Luis, que nuevamente ha faltado a trabajar
sin causa. Le dice que no entiende bien en qué consiste la cosa esta del
trabajito, cuál es la treta, la trampa, si tiene que ver con cosas de brujería
o no.
-Quiero saber cómo sería, doña Carmen.
-No me digas Doña, Carmen a secas.
Pablo
sonríe. La vieja le dice que el “cómo” se lo deje a ella y que solo él tiene
que tomar la decisión.
-¿Y
cuánto me saldría esto?
-Eso lo decidís vos, querido…
-Sí… bueno… pero…
Pero
Carmen ahora ya no parece ser la viejita inocente y le explica lo que parece
que hubiera dicho mil veces por año, que no es ella la que le pone precio a las
cosas, que ella sólo quiere hacer el bien pero se fija bien a qué clase de
persona está ayudando, y que ella ve que él es una gran persona que está en un
problema y que si ese problema es grande o chico, la retribución sólo debe ocurrir
si la persona beneficiada lo decide, y que el importe de esa retribución debe
ser lo suficientemente menor a la talla del beneficio y lo suficientemente
mayor a lo que magramente sería una limosna.
Luego
de un silencio Pablo pregunta lo que le ha venido carcomiendo la conciencia, sí
a Luis le va a pasar algo. Carmen sonríe y pide un papel y una lapicera, en
ella escribe lo que parece ser una lista y cuando termina se la da a Pablo, es
como una receta de ingredientes de cocina a no ser por la ceniza de clavel
blanco y pelo de perro negro, lo demás son especias como comino, orégano, ruda
y otras cosas por el estilo.
-En cuanto a lo que debería pagarte, no sé de
qué estamos hablando… yo prefiero que la cosa sea clara…-dice Pablo.
-¿Creés en Dios?
-Se
puede decir que sí…
-Bueno,
sea la religión que sea siempre te piden el diezmo ¿no?
La cana quiere
el diez por ciento ¡qué hijos de puta!, protesta su madre al momento que le da un
mate a Luis. ¿Y qué saben ellos que es lo que trabajaste?, pregunta Luis. No lo
saben, responde su madre, calculan cómo ellos quieren, te miran cuándo empezás
y te ponen el precio que se les antoja, pero ellos dicen que es el diez por
ciento, los hijos de puta.
Luis toma el mate y se angustia pero
prefiere pensar que pronto Pablo va a proponerle un arreglo y él le va a pedir
mucha plata, porque no da para más, cobra una miseria y cada vez está más
difícil sacarle plata de la caja. Ahora está más prolijo todo y siente que
María también lo controla.
Termina el
mate y agradece, dice que no quiere más y le cuenta a su madre que por fin tiene
algo, entonces saca diez cuadernos Rivadavia de la mochila. Tuve suerte, dice
Luis, entró una caja grande de cuadernos y no tuvimos tiempo de hacer el
control porque justo entró gente a hacer fotocopias. Estos los vas a vender
bien. Su madre asiente pero le contesta que ella no los va a poder vender en su
puesto, que se los va a ofrecer a Gloria que tiene cosas de librerías, que con
los cuadernos entre las camperas y las polleras de su puesto va a quedar
descolgado.
¿Y cuánto te va a dar Gloria por los
cuadernos?, pregunta Luis. Gloria sabe, contesta su madre, ella se dedica a
estas cosas, no me va a cagar. Luis duda y piensa, antes de ir al baño le
aclara: que no sean menos de veinte pesos por cuaderno.
-Esto lo tirás abajo en un lugar específico
-dice la vieja mostrándole un paquete improvisado con una hoja de diario-, por
ejemplo ahí donde tenés los cuadernos apilados, y después lo mandás al pibe a
ordenarlos. Que esté un par de minutos ahí parado, eso es suficiente.
En ese rincón del bar no los ve nadie.
Quedaron en encontrarse allí para no levantar sospechas. María tampoco debería
enterarse. Pablo mira lo que hay dentro del paquete, es un polvo
gris-amarronado.
-¿Estas son las cosas que le compré? –pregunta Pablo.
La
vieja le contesta que sí pero que tiene además algunas cositas más. Pablo lo
guarda en el bolsillo de la campera y busca que el mozo le cobre la cuenta. La
gitana le advierte que tiene que ser hoy mismo y además, se lo dice acercándose
como si fuera cuestión de vida o muerte, que ni se le ocurra pasar por encima
del polvo, ni María tampoco, y que una vez que el flaquito esté unos minutos
pisándolo que lave el piso con detergente y lavandina.
Pablo
queda pensativo. Ha demorado varios días desde que compró las cosas que le
pidió la gitana pero en estos últimos días ni siquiera pudo hablarle a Luis. Tres
veces llegó tarde y hace la mitad de las cosas que le pide.
EL mozo se
acerca y le cobra los dos cafés y las seis medialunas. Busca la mirada de
Carmen.
-¿Y después? –pregunta Pablo.
-Después esperás.
La espera es
insoportable, el ascensor no parece arrancar y Luis se impacienta, o han dejado
la puerta abierta o ya no funciona, decide bajar por la escalera.
Otra vez
siente ganas de ir al baño, la diarrea parece no detenerse. Afuera llueve
torrencialmente y siente unas ganas tremendas de faltar pero tampoco conviene,
le dijo el tio Guillermo, con María de testigo puede llegar a ponerse más
difícil la cosa. Porque bien le dijo su tío que tiene que hacer todo lo posible
para llevarse bien con María y lo que es mejor, que ella le tenga lástima, que
le cuente que la está pasando mal con su madre, que le mienta inclusive, que le
diga que la mamá está enferma y que de todas maneras tiene que trabajar, pero
que no le diga la verdad, que le diga que trabaja limpiando casas o en un
taller clandestino de costura o cualquier cosa que no esté relacionado con la
venta.
Ya en la
puerta del edificio se da cuenta que la lluvia es torrencial, que apenas puede
ver a través de esa cortina de agua furiosa que parece pegar en la vereda como
si fueran chicotazos. Luis piensa que todo conspira para que no vaya a
trabajar, las ganas de cagar, el ascensor, la lluvia demencial, ¿para qué ir un
día como hoy?, ¿para que el hinchapelotas de Pablo le ordene acomodar las
mismas cosas y después le haga lavar el piso cómo ayer? Es un buen día para quedarse
y, apoyado en la pared de la puerta del palier, duda.
La duda lo carcome, ya van tres días en que
Luis no aparece por la librería pero no sabe si es el trabajito de la vieja o
la antesala de una carta documento en la que puede llegar a decir cualquier
cosa. Pero tres días es mucho. Después
de todo la cosa resultó fácil, llegó unos minutos antes y colocó el polvo
debajo del estante de los cuadernos y carpetas, y apenas llegó Luis le indicó
que lo ordenara. Luego simuló volcar café en el mismo lugar y por las dudas le
hizo pasar a Luis el trapo con agua y detergente. Pasó ese lunes y el martes, y
el miércoles Luis ya no se presentó. El miércoles fue el día en que llovió como
no llovía en años y se inundaron varias calles. El jueves el agua de las calles
había cedido y Luis tampoco apareció. Pero ahora, ya viernes, a tres días Pablo
no sabe qué hacer.
María le dice que lo llame, pero el decide que
es mejor un mensaje de texto, corto y conciso y ya para la hora del cierre lo envía
“Hola Luis ¿Te pasó algo?”
¿Pasó algo
que otra vez no vas a trabajar?, le pregunta su madre. Luis se levanta de la
cama y enciende un cigarrillo nervioso, entonces decide contarle porque ya van
tres días, ya ha hablado con el tío Guillermo y lo tiene resuelto.
Le dice a su
madre que no va a ir más a trabajar y que no va a hacer ningún juicio. ¿Después
de tanto esfuerzo te vas a rendir así nomás?, pregunta su madre y se adivina en
el tono algo de enojo, pero Luis hace silencio. ¿Me podés decir que pasó? ¿Qué
te dijo el tío Guillermo? le pregunta ella cada vez más alterada. Nada,
contesta él, que tenga cuidado, que eso ya no es asunto para abogados. ¿Qué
cosa no es asunto para abogados? pregunta su madre. Los gitanos, mamá. Y le
cuenta que el día que llovió, el miércoles luego de esperar en el palier a que
parara de llover y viendo que eso no iba a suceder se decidió a abrir el
paraguas y salir corriendo para la librería, pero que apenas hizo una cuadra,
antes de cruzar Junín, un auto rojo se detuvo y un tipo grandote lo metió en el
auto, donde había otro tipo más, y le dijeron que ellos estaban al tanto de
todo, de quién era, que le robaba a uno de ellos y que cuando la cosa es así se
paga con la muerte y que también iban a ir por su mamá. ¿Y cómo sabés que son
gitanos?, pregunta su madre. Ellos me lo dijeron, contesta Luis con voz
temerosa, y también que ni se me ocurra ir con la policía porque tenían todo
arreglado, y después me repitieron que no me querían ver más en la librería de
Pablo.
Luis da un par de pitadas rápidas y mirando
a su madre, preguntó más para él que para ella: ¿Será la gitana? ¿Qué gitana?,
pregunta su madre, consternada. La renga que iba todos los días a tomar café al
negocio, contesta.
Entonces su
madre le dice que no puede ser, que hay que llamar al tío Guillermo y
preguntarle si se puede hacer algo, denunciarlos. Y Luis le explica,
fastidiado, que ya lo llamó y que le dijo que eso es mafia y que están
protegiendo a Pablo, y que entonces le preguntó si no se podía seguir por la
vía legal y el Tío Guillermo le contestó que él es abogado pero no boludo.
-¡¿Me estás diciendo en serio, boludo?!
Rondinella, su abogado, en el tono de voz
denota que no puede creer lo que Pablo le cuenta por teléfono. Que la gitana le
pidió una lista de especias, que al otro día le trajo un polvo para que lo
esparciera por donde anduviera el pibe y que después de tres días no apareció
más, que le mandó un mensaje a Luis preguntándole si le había pasado algo y que
recién a las doce de la noche le llegó la respuesta del pendejo de que no iría
más, que no se había animado a decírselo y que lo disculpara.
-¿Y la vieja te cobró algo? –pregunta
Rondinella.
-Todavía no. No sé cuánto me va a salir.
-Y yo en tu lugar le doy buena guita, mirá
si se enoja y te tira el polvito -dice entre carcajadas.
-No tengo idea cuánto.
-Mirá, la joda esta te iba a costar una
millonada y te aseguro que la gitana lo sabe, se averiguó todo seguro, así que
menos de un palo seguro que no.
-Y sí, aunque sea en cuotas.
Pablo le da las gracias igual, ya había
hecho varias consultas por el tema de Luis.
-¿A vos qué te
debo?
-Nada. Con un malbec estoy hecho.
Rondinella, antes de cortar, se lamenta:
-Ja, lo único que falta que una gitana me
ande sacando el laburo.
Fin

