Mi esposa me lo dijo al pasar, como si fuera una cosa de todos los días:
-Compré tierra.
- ¿Para?- pregunté con la boca llena mientras terminaba con la empanada de carne que ella había cocinado.
-¿Cómo “para”? ¿Dónde vivís vos? ¿No ves los pozos que hay en el patio?
Francamente había notado el declive del terreno pero son cosas que están lejos de preocuparme, puedo tener un cráter o los valles Calchaquíes en el fondo de casa y sinceramente me adapto a ello, como si fuera parte del paisaje.
-Para mí está bien… -dije sin demasiada convicción.
-Para vos estará bien -me dice ella con el tono imperativo que he aprendido a temer-, pero pronto hay que armar la pelopincho y el terreno tiene que estar alisado, eso es un desastre.
-Está bien -dije resignado- ¿cuándo traen la tierra?
-El lunes que viene traen medio camión.
-¿Cuánto costó eso?- repregunto temeroso.
-Cuatrocientos pesos… y no pongás esa cara porque hay que hacerlo…
-No pongo ninguna cara- le digo, seguramente con la cara que ella dice que pongo y que yo no puedo simular.
-¿A quién le compraste tierra? -pregunté intentando un tono conciliador.
-A quién va a ser, a Achilli.
Pasó el sábado, pasó el domingo y me olvidé por completo del tema de la tierra. El lunes al mediodía, cuando regresaba del trabajo como todos los mediodías para almorzar, apenas doblé en la esquina con el auto sentí un gran desconcierto, como si no pudiera entender que se encontraba frente a mis ojos, a medida que avanzaba supe que habían transportado el cerro Champaquí y lo habían depositado en la vereda de casa.
-¡¿Qué pasó?! ¡¿Por qué no la dejó en el patio?! –pregunté a mi esposa sin siquiera saludar, desencajado y molesto. Justo en ese momento ella intentaba que nuestra hija de tres años terminara de comer. Me contestó con calma, luego de una larga y profunda exhalación.
-Porque dijo que no le entraba el camión.
-¡Pero si el año pasado había entrado!
-Pero dijo que éste era otro camión y el más chico no le había arrancado.
Caí en el sillón y grité con todas mis ganas:
-¡Achilli hijo de puta, cuatrocientos pesos para transportarme tierra que andá a saber de dónde sacás para dejármela en la puerta de casa y condenarme, hijo de mil putas, a tener que entrarla yo y vaya a saber como mierda lo hago!
Luego sobrevino la discusión lógica que no voy a transcribir para preservarme de esas miserias dialécticas en las que uno cae en este tipo de esgrima conyugal.
El sábado conseguí la carretilla gracias a un amigo del barrio y desde las dos de la tarde, en absoluta soledad ya que mi esposa y mi hija fueron a visitar a una amiga , me dediqué a entrar la mayor cantidad de carretillas posibles. Como la empresa era desconocida para mí y quizás lo haría por única vez en la vida quise contar la cantidad de carretillas que me llevaría tamaña proeza.
Carretilla 1: Primer error. La lleno mucho, me resulta pesada, pues tengo como recorrido una tenue subida de tres metros en lo que es la entrada del auto y después una decena de metros para llegar hasta el lugar de descargue.
Carretilla 2: Pega el sol, me doy cuenta que está fuerte y me voy a broncear los brazos hasta la mitad y después voy a ostentar, en alguna situación en la que voy a desnudarme, esa imagen bicolor ridícula en el cuerpo. Me saco la remera. Mi cuerpo es un derroche involuntario de flacidez pero estoicamente quedo con el torso desnudo. Después de todo es la hora de la siesta y no hay casi nadie en la calle.
Carretilla 3: El sol pega verdaderamente fuerte. Sería bueno poner algo de música. Entro a casa, conecto la netbook a los parlantes y pongo un disco de Mercedes Sosa, por supuesto ensucio dentro de casa. Limpiaré cuando termine.
Carretilla 4: Cuento las paladas de tierra que meto en la carretilla, son veintidós, esa cantidad parece ser la adecuada: volumen aceptable, peso transportable, bien. Son veintidós paladas.
Carretilla 5: Noto que por momentos escucho la voz de Mercedes y su música, y por momentos se pierde, debería subir el volumen, pero estoy en la hora de la siesta. Desisto: no quiero tener problemas con los vecinos.
Carretilla 6: Los rayos de sol parecen letales. ¿Debería ponerme la remera? ¿Necesitaré un ungüento de aloe vera, luego, para curar las quemaduras? Mejor buscar el protector solar. Después de la carretilla 7.
Carretilla 7: En la palada diez la carretilla cae, me doy cuenta que debo ir distribuyendo la tierra en forma pareja sobre la superficie de la carretilla. La lleno con las veintidós paladas y la descargo. Entro a buscar el protector solar pero, claro, estoy solo y no voy a poder cubrir la espalda completa, sería bochornoso pedirle algún vecino que me ayude. Lo hago como puedo, tirando manotazos aquí y allá, hasta quedar decentemente cubierto por la crema blanquecina.
Carretilla 8: Tengo una idea, cuando llegue a la carretilla número 10, haré una evaluación, la cual me permitirá deducir cuántas carretillas harán falta para terminar la obra (para mí ya es una Obra, con mayúsculas, que yo sólo pueda entrar toda esa montaña de tierra será algo digno de plasmar en mi historia, será mi Obra, podré contarle a mis nietos: yo entré una montaña de tierra a la casa a carretilla limpia)
Carretilla 9: Lo hago sin mirar, estoy entusiasmado por llegar a la carretilla 10 y ver mi avance.
Carretilla 10: Coloco las veintidós paladas de tierra, las descargo en el patio y vuelvo a observar y comparar las dos montañas de tierra. Decepcionante. La montaña de afuera sigue siendo el mismo cúmulo gigante del principio, el montículo del patio es apenas una protuberancia simpática, apenas se asemeja a un hormiguero de hormigas coloradas. No puedo calcular, lo que sé es que faltan muchas carretillas de tierra, muchas… extremadamente muchas, mejor no contar.
PAUSA: Tomo agua de la canilla, he comenzado a transpirar y la sed no se hace esperar. Mercedes Sosa canta “Ramito de albahaca, niña Yolanda…” es un disco viejo. Mientras escucho pienso que no quiero ver esa montaña de tierra en mi patio y se me ocurre comenzar a desparramar y rellenar los pozos que tanto preocupan a mi esposa, eso va a demorarme pero a la larga será mucho mejor.
Carretilla 11: Duro empezar de nuevo y no se ve el horizonte. Veintidós paladas.
Carretilla 12: A la música no puedo prestarle atención, no me distrae a ese volumen, pero no voy a ganarme enemigos en la vecindad, la siesta es sagrada.
Carretilla 13: Ya está, me digo a mi mismo, si Achilli no tenía el camión chico por algo será, son cosas del destino… si la tierra hubiera sido descargada en el patio yo tendría nada más que desparramarla, apenas una hora de trabajo, no más, sin embargo el panorama parece ser incierto, recuerdo la canción de Serú Girán “Cuánto tiempo más llevará”, canto el estribillo.
Carretilla 14: Transpiro como un condenado, las gotas caen sobre la tierra. Llega Roque, mi vecino y me mira, me siento bien, demuestro que no sólo soy el que toca la guitarrita o administra una tienda, soy además el que va a entrar esta cojuda montaña de tierra al patio de mi casa.
Carretilla 15: Ja, se lo contará a su mujer: Mirá vos, le dirá, el vecino no es tan vagoneta, está entrando solo toda esa tierra.
Carretilla 16: Qué calor del orto, estoy transpirando a chorros. Pasa un auto, es un Focus nuevito, se oye cuando está cerca el aire acondicionado encendido, pero el muy turro no se da cuenta que afuera está la realidad y no reduce la velocidad provocando la polvareda en la calle de tierra. Lo puteo… porque sé que no me escucha.
Carretilla 17: Pasan dos pibes del barrio, mi perra Greta los acribilla a ladridos, sin embargo se detienen. Me dicen: Señor, no quiere que le entremos la tierra. No está mal, pienso: los pibes se ganan unos mangos, saco la reposera, una cerveza, vuelvo a poner el disco de Mercedes Sosa que no pude escuchar y me siento a la sombra. Pero el primer escollo es pensar en mi esposa, el segundo que los vea mi vecino Roque… No, les digo, perdonen, es lo que más quisiera pero mi esposa, si los ve, me cuelga del cableado telefónico.
Carretilla 18: Pasa mi amigo Gustavo en su auto, abre la ventanilla y sonríe, sacame una foto la puta que te parió, le digo… se va riendo.
Carretilla 19: Van cincuenta minutos de trabajo forzado, pero estoy bien, no parece ser tan grave.
Carretilla 20: Estoy ansioso, voy a hacer una nueva pausa y me apuro, veinte carretillas en una hora está muy bien para mi gusto.
PAUSA: Tomo agua, no quiero sentarme porque sería fatal, podría no levantarme jamás, mejor desparramar los diez montoncitos que diseminé en lugares estratégicos en el patio.
Carretilla 21: Siento las piernas entumecidas, vuelvo a pensar en Achilli. ¡Por Dios!.
Carretilla 22: Mi vecino Roque sale en su moto, lleva una mochila y, no querría haberlo visto pero sí, lleva puestos botines de fútbol, cuando lo observo la palada 17 se me cae al suelo. Claro, es sábado, y la mayoría de los mortales argentinos juegan al fútbol, pero yo no, yo debo entrar todo este gigantesco incidente geográfico provocado por Achilli al patio de mi casa. Adivino que Roque va sonriendo. No lo veo pero lo adivino.
Carretilla 23: Seguramente Achilli, el dueño, ni se enteró que tuvieron que dejarme la tierra en la puerta. Es probable.
Carretilla 24: Mi condición es mejor que la de Roque, sé que juega de defensor central, es decir que apenas corre, y yo estoy haciendo una descarga física que equivale a tres partidos de fútbol, probablemente mi salud esté más beneficiada que la de Roque.
Carretilla 25: Roque podría lesionarse, en cambio yo, a lo sumo, podría contraer una contractura leve que al otro día ya no sentiría.
Carretilla 26. Pasa una Amarok, el hijo de puta que va adentro todavía no se enteró que ya no hay más ruta y que es una calle de tierra. Por treinta segundos la visibilidad se reduce a la pala y la carretilla.
Carretilla 27: Me reconforta que yo me tengo mejor ganada la cerveza que Roque.
Carretilla 28: En la carretilla 30 voy a tomar agua hasta morir.
Carretilla 29: ¿Qué estará haciendo Achilli un sábado a la tarde?
Carretilla 30: Dudo en hacer la pausa, podría no volver a empezar, los músculos se relajarían y tendría problemas en volver a activarlos, decido directamente en desparramar el montículo de tierra que he logrado en el patio. Pero antes caeré de rodillas a la canilla del garaje.
PAUSA: Después de alisar la tierra tomo agua.
Carretilla 31: Veintidós paladas por treinta carretillas me da… seiscientos sesenta paladas. Perfecto. Me siento Sansón.
Carretilla 32: Llega Malena, la vecina de enfrente, no puedo decir nada de Malena, ella corta el pasto de su casa, pinta sus aberturas, es una mujer hacendosa. Me pregunta cuánto me salió la tierra, le digo que cuatrocientos pesos, me pregunta a quién, y le contesto a Achilli, pero le advierto que si va a comprar le pregunte a Achilli si ya arregló el camión chico porque si no te la dejan en la puerta… Malena sonríe, ella sabe que no me gusta trabajar forzosamente.
Carretilla 33: Mi perra Greta, la más chiquita vuelve llorando después de pelear con unos perros más grandes.
Carretilla 34: Veintidós paladas… ahora parece que fueran como cien.
Carretilla 35: Imagino a los albañiles que hicieron los cimientos de casa, además ellos tuvieron que cavar y sacar tierra, imagino que sentirían cuando yo bajaba de mi auto con aire acondicionado para verificar que la cosa estuviera bien. Si alguien ahora viniera a verificar si estoy haciendo bien las cosas, con la excepción de mi esposa, le cortaría la yugular de un palazo.
Carretilla 36: Recuerdo películas con los presos haciendo trabajos forzados ¿En qué ocupaban su cabeza mientras trabajaban horas y horas, en qué pensaban? Yo ya no encuentro cosas en qué pensar. Se me ocurre entonces escuchar música con el celular, es una muy buena idea. Hago una pequeña pausa en la palada once y corro a hacerlo.
Carretilla 37: Imposible, se me caen los auriculares berretas que compré de las orejas en cada movimiento brusco, desisto del celular.
Carretilla 38: ¿Tzu que sueña la mariposa o la mariposa que sueña a Tzu?: Los presos confinados a trabajo forzados ¿pensaban en un pobre tipo entrando una montaña de tierra a su casa subordinado por la voluntad de su esposa?
Carretilla 39: El tiempo comienza a ser amorfo, la realidad es confusa, cuento las veintidós paladas sin querer, como un autómata, pero ya no quiero contarlas porque sé a que altura debo llenar la carretilla pero lo sigo haciendo como algo involuntario.
Carretilla 40: me detengo un ratito para contemplar la montaña de tierra, parece que mi Obra va por la mitad o un poco más quizás, eso me da fuerzas para continuar, por primera vez parece observarse a la distancia una línea que puede llegar a hacer un horizonte.
PAUSA: Tomo agua y aliso la tierra. Van dos horas y veinte de puro trabajo. Contemplo el terreno y tomo nota de cuales son los lugares en los que falta tierra. Tomo una decisión drástica: no voy a alisar más la tierra, entraré toda la tierra que falta de una vez y la colocaré estratégicamente en los lugares donde falta.
Carretilla 41: No hay que pensar más, hay que colocarse en una especie de trance mecánico en el que sólo exista la pala, la carretilla y la tierra que es la materia que debe transmutarse. Yo apenas seré el canal, el medio inerte para lograrlo.
Carretilla 42: Abruma el sol. Siento la espalda como una brasa, me coloco la remera nuevamente.
Carretilla 43: No pensar es una acción imposible, pues sólo pienso en que no debo pensar pero en definitiva estoy pensando.
Carretilla 44: No siento las piernas, me detengo e intento erguirme pero algo en la cintura me lo impide, como si me hubiesen soldado las articulaciones.
Carretilla 45: La visión se me pone borrosa, en parte por el sudor que cae de la frente hacia mis ojos y en parte por la polvareda que levanta una camioneta vieja.
Carretilla 46: Recuerdo varias escenas de películas en que un soldado o un beduino cruza el desierto en busca de agua, por momentos siento que estoy en el Sahara pero un golpe de vista me recuerda que tengo la canilla a mano. Tomo agua.
Carretilla 47: No pensar, esa es la cuestión.
Carretilla 48: Bien, lo leí en un libro de autoayuda en la librería, los leo allí porque me sentiría muy vejado en mi orgullo si comprara un libro de autoayuda, allí decía que hay que focalizarse en la meta para lograr el objetivo, mientras coloco las veintidós paladas de tierra imagino que toda esa montaña derruida que aún falta será en poco tiempo una planicie parejísima, lo puedo ver…
Carretilla 49: Sigo viendo la planicie en lugar de la montaña pero noto que es algo contraproducente, pues casi que me convenzo que el montículo de tierra ya no existe y me invade el irresistible impulso de sacar la cerveza de la heladera y sentarme en la reposera a disfrutar del objetivo logrado. Debo pensar en no pensar.
Carretilla 50: En cuanto termino no hago una pausa pero sí estiro las piernas y los brazos, cincuenta carretillas es toda una proeza, definitivamente no seré el mismo después de esto.
Carretilla 51: No pensar.
Carretilla 52: Pensar en la Obra, en mi Obra.
Carretilla 53: Recuerdo el personaje de Paul Auster en La música del Azar, algo parecido a lo que estoy haciendo sucedía allí, pero transportaba piedras, debería leer de nuevo esa novela.
Carretilla 54: La excesiva repetición de un movimiento lleva a la mecanización del mismo, es una premisa futbolística si se quiere, como cuando un jugador se queda después de los entrenamientos a practicar tiro libres, y elije el segundo palo del arco, y lo hace diez, veinte, cien veces clavando la pelota en el ángulo, luego en el partido, a la hora de los bifes, tendrá altísimas chances de concretar un gol. Yo siento que no olvidaré jamás el movimiento con el que llevo la pala de tierra a la carretilla.
Carretilla 55: Pienso que no me servirá de mucho mecanizar ese movimiento.
Carretilla 56: ¡La puta que lo parió! Me acordé que no pagué el teléfono y podrían cortarlo. ¿Por qué me acuerdo justo ahora?... claro… nada es al azar: mi teléfono termina en 56.
Carretilla 57: Me lo cortan justo hoy que es fin de semana largo y me quedo sin internet. Sería una cagada.
Carretilla 58: No conviene pensar cosas negativas en un momento como este en el que necesito toda la fortaleza anímica y física posible.
Carretilla 59: Vuelve Roque, claro, pasaron dos horas desde que se fue, viene de jugar al fútbol.
Carretilla 60: La única palabra que me viene reiterativamente a la mente es: conchudo.
Carretilla 61: Achili hijo de mil putas. Otra frase recurrente.
Carretilla 62: Seguramente Roque ahora tendrá problemas con la mujer, ella le va a recriminar que en lugar de jugar al fútbol debería estar haciendo algo de la casa y me va a mencionar como ejemplo.
Carretilla 63: No se oyen discusiones, pero seguramente los reproches ella debe hacerlo en voz baja...
Carretilla 64: Sale Roque nuevamente en moto, lleva un envase de cerveza en su mano, me saluda con un gesto con la mano… con la que se hace la paja, seguro…
Carretilla 65: Falta poco… pero falta… y cuanto menos falta más elástico es el tiempo…
Carretilla 66: Vuelve Roque, pronto, era previsible, fue hasta la despensa de la otra cuadra…
Carretilla 67: Sale la mujer de Roque y tiene en la mano una bordeadora… Casi me pongo a aplaudir, las minas son terribles, porque la muy guacha le va a hacer cortar el pasto del frente de la casa a Roque con una bordeadora… claro, como castigo…
Carretilla 68: No… falsa alarma la que empieza a cortar el césped es ella misma… no puedo contenerme y le digo, no sin antes hacer un esfuerzo descomunal para enderezar la columna, ¿Calorcito, no?... No tanto, dice ella… ¿Te gusta cortar el pasto? Le pregunto sin pensar demasiado, porque lo que estoy intentando sugerir entre líneas es si con este calor de mierda tiene que ser ella la que corte el pasto mientras el desconsiderado de su esposo se fue a jugar al fútbol con sus amigos. No -me dice ella-, no me gusta pero Roque tuvo que jugar hoy y está muy cansado.
Carretilla 69: EL sonido de la bordeadora es como la de un animal extraño que se queja y se queja y se queja…
Carretilla 70: Dudo que esté en condiciones de seguir, pues veo a la mujer de Roque cortando el césped con una bordeadora y a Roque sentado en una reposera a la sombra del sauce tomando cerveza. Me refriego los ojos, comenzaron las alucinaciones. Pero todo parece ser real.
Carretilla 71: Roque me dice algo… ¿eh? Le digo apoyándome en la pala sin poder contener un gesto de desprecio. Que ya casi lo tenés, me dice sonriendo. Pareciera que me está alentando, pero creo que lo mejor hubiera sido que no dijera nada, sonrío por cortesía y continúo.
Carretilla 72: Llevo cinco horas exactas de trabajo forzoso.
Carretilla 73: Roque ya no está y la mujer está ahora plantando unos arbustos. Pienso cuánto tiempo puede soportar una mujer semejante violencia de género, no puedo controlarme y pretendo avivar la llama de la discordia entre ellos. Le digo: ¿Y a Roque? ¿no le gusta la jardinería? Sí, a él le encanta, me contesta de buen modo, lo que pasa que hoy tuvo que jugar y bueno, viene cansado pobre.
Carretilla 74: Viene cansado pobre. Nunca escuché que mi esposa dijera esa frase. ¿La dirá hoy?
Carretilla 75: La mujer de Roque ya no está. Falta poco pero ya no sé si soy yo.
Carretilla 76: Los montoncitos de tierra desparramados en el patio ya lo hacen intransitable, no sé por dónde dejar más carretilleadas. ¿Existirá el vocablo “carretilleadas”?
Carretilla 77: Lo lamento por los sapos pero debo cubrir justo en una de las cuevas, espero que pueda salir por algún otro lado.
Carretilla 78: ¿Existe Dios?
Carretilla 79: ¿Si Dios es todo bondadoso por qué yo estoy confinado a esto? ¿Tendré otro castigo por haber enterrado a un sapo vivo?
Carretilla 80: Dios se manifiesta a través de su Obra y esta es la mía, Él quiere que yo me manifieste y vaya si lo estoy haciendo.
Carretilla 81: Nueve por nueve. Nueve veces nueve transporté la carretilla de tierra.
Carretilla 82: Los milagros ocurren.
Carretilla 83: Mi esposa me adorará, no me olvidará jamás, si me fuera infiel sentirá una culpa insoportable al recordar que fui yo quien entró toda esta inmensa cantidad de tierra.
Carretilla 84: Por primera vez siento que el final está cerca.
Carretilla 85: Mi cuñado no lo va a poder creer: el bohemio de la guitarrita culminando semejante hazaña.
Carretilla 86: Procedo a un acto masoquista muy típico de mí: solo tomaré agua cuando vuelque la última carretilla de tierra.
Carretilla 87: Ya no sé donde poner tierra en el patio, me detengo un momento a analizar el terreno, pero mi capacidad de análisis está vedada, me decido por un rincón y allí dejaré tierra negra de reserva para las plantas que mi esposa decida colocar.
Carretilla 88: Pueden que falten dos carretilleadas más.
Carretilla 89: Casi seis horas, el sol está por ponerse.
Carretilla 90: Mal cálculo, todavía faltan un par más.
Carretilla 91: Siento el placer del triunfo, como si faltaran dos minutos para terminar el partido y fuéramos ganando dos a cero.
Carretilla 92: Fue media carretilla nada más, el cuerpo ya no me pertenece, pronto deberé tomar un ibuprofeno 600 para relajar las cervicales y la cintura, pero primero será la cerveza y la beberé recostado en la reposera como mi vecino Roque. Yo jugué uno de mis partidos más importantes en la vida y triunfé: Le gané una batalla desigual al montículo de tierra y creo que a partir de esto seré otra persona, otra persona mejor… pensándolo bien Achili me hizo un favor dejándome la tierra afuera. Todo conlleva un aprendizaje, en el futuro seré menos impetuoso y no me adelantaré a juzgar ni a las personas ni a sus acciones, las cosas suceden por algo. Y no tendré vergüenza en comprar un libro de autoayuda.