LA RUTA DEL VINO - Tobias


-¿Y ese veneno, Raimundi? ¡De dónde lo sacaste, hermano! –dijo Fede levantando la botella de vino tinto para mirar la etiqueta-, ¿El Buho? ¿Cómo puede llamarse así un vino?

-Nada viejo, me los regaló la madre del Puntano ¿te acordás que te conté?, ¿el pibe al que le reduje la parpetua a veinticinco?

Raimundi festejaba sus cincuenta años y había invitado a Fede, Jorge y Chaca a comer un asado en su casa. A diferencia de otros años esta vez había optado por invitar sólo a sus tres amigos de la escuela secundaria. Ni colegas, ni sus socios del estudio, ni siquiera familiares. Le había aclarado a su esposa y a sus hijos que el gran festejo sería con sus cuatro amigos de toda la vida y nada más, que quería ese único regalo.

-¿Nunca un vinito bueno? ¿Siempre te regala esta porquería? –dijo Fede.

-Y qué sé yo, cada vez que la vieja va a visitar a la cárcel al hijo dice que se acuerda que podría haber sido peor y me regala uno de estos como si fuera una joya, siempre la misma marca, para mí que debe estar de oferta… y la verdad que yo no lo puedo ni probar, me quema el estómago…fijáte, debe haber como quince botellas ahí en la alacena.

-Y sí, a mí me pasa lo mismo, estas mierdas están hechas para incinerarte ¿Sabés cómo lo hacen? Con el mosto, una vez que a la uva le exprimen hasta lo que no tiene, queda la cascarita, le echan agua y alcohol y con eso te sacan ese kerosén, le tenés que poner soda para pasarlo.

-Mirá vos…

-¿Y qué hacés con esto? ¿Te lo tomás igual?

-No -contestó Raimundi mientras agregaba brasas bajo la parrilla -lo voy regalando… al jardinero, el pintor, los albañiles… gente que me está trabajando en esos departamentitos que estoy haciendo para alquilar, le regalo una botellita y quedo como un rey.

-Claro, ellos lo toman…

Raimundi destapó un tinto de su pequeña bodega selecta, un mueblecito de madera que albergaba una media docena de botellas. Mientras servía en dos pequeñas copas dijo:

-Qué suerte que viene Chaca, creo que apenas lo vi tres veces desde que se fue para Córdoba.

-Yo tampoco, ni siquiera nos hablamos por teléfono… no sé… siempre lo noté medio distante, por eso me extrañó que viniera.

-Después de lo de Tobías no fue el mismo… fue el que más lo sintió.

El timbre sonó y Raimundi vio en el visor del portero que era el viejo Citroen de Jorge, salió del quincho para abrir el portón de entrada con el control remoto. Les indicó que estacionaran bajo la galería, cuando Chaca bajó del lado del acompañante lo abrazó con fuerza, hacía más de diez años que no lo veía y había viajado especialmente a su cumpleaños. Luego abrazó a Jorge mientras los invitaba a pasar al quincho.

-¡Qué casita te tiraste Raimundi, eh! –exclamó Jorge antes de ingresar.

De verdad tenía una linda casa, ostentosa, vistosa por fuera y por dentro, garage para cuatro autos, galerías periféricas, pileta de natación y jardín de invierno. Además era propietario donde funcionaba el estudio de abogacía y ya contaba con una docena de propiedades alquiladas. En este sentido, de los cuatro amigos, era al que mejor le había ido.


 Federico Lauría también tenía un buen pasar, era un pequeño empresario de la construcción que sabía hacer muy buenos negocios. Chaca era empleado bancario en el Banco de la Ciudad de Córdoba y poco sabían de él, no era de ponerse en contacto y como ya no le habían quedado familiares en Villa Constitución volvía apenas una vez cada tres o cuatro años, siempre por algún trámite inevitable. Lo poco que sabían era gracias a su madre que llamaba para conversar con Jorge, a quién quería casi como un hijo desde la época de secundaria. Jorge era lo que se dice un bohemio: a veces pintor, a veces albañil, cortador de césped, había trabajado de sereno, remisero, pero su actividad más estable era la de artista plástico, precisamente pintura y escultura, aunque tenía un puñado de alumnos particulares debía recurrir a trabajos esporádicos para mantenerse.

A excepción de Chaca, impedido por la distancia, Raimundi, Fede y Jorge nunca habían dejado de frecuentarse al menos una vez al año. No eran del tipo de amigos que terminan por involucrar a sus propias esposas e hijos sino que había existido entre ellos un pacto implícito en el que sólo ellos disfrutarían de juntarse. No se hablaba tampoco de cuestiones familiares. Los unía Tobías, mejor dicho la ausencia de Tobías. Desde aquella fatídica vez.

 Orillaban los veinte años de edad y le gustaba ir a pescar al río Paraná. Ese día, apenas llegaron a la orilla Tobías se adelantó unos metros y lo hizo casi corriendo, se dio vuelta para decir algo pero enmudeció de repente y un gesto de desconcierto transformó su rostro. Chaca, Raimundi, Fede y Jorge quedaron petrificados mientras Tobías era tragado literalmente por la tierra, desapareciendo bajo el peso de un barranco. Fue todo impotencia, Raimundi fue el primero que atinó a ir a buscarlo pero quedó inmóvil ante el temor de que la tierra volviera a ceder, Chaca gritó que iría por ayuda, Fede quedó paralizado y Jorge había retrocedido unos metros y no paraba de lamentarse. 











En poco tiempo el lugar se llenó de bomberos y oficiales de prefectura. Pero el cuerpo de Tobías apareció tres días después luego de remover la tierra bajo el agua turbia y espesa. Todo hubo que hacerlo a ciegas. 

Más de cuarenta años habían pasado de la tragedia, que había calado hondo Villa Constitución, y el recuerdo de Tobías seguía allí como un punto de ignición de una amistad que no parecía tener fin.

-Sentémonos muchachos que ya sirvo –dijo Raimundi, quien agregaba brasas bajo la parrilla.

Todos habían traído de regalo botellas de vino. Raimundi siempre se encargaba de aclarar que las buenas bebidas eran su preferencia. Raimundi para los tres amigos era sólo Raimundi, ni Pancho, ni Francisco, ni doctor, su propio apellido se había convertido en el principal y casi único alias.

Mientras Raimundi servía el asado la conversación se encendía analizando a la selección de fútbol en las eliminatorias y la discusión sobre si Messi era mejor que Maradona. Jorge había desatado un sinfín de argumentos a favor de este último. 

-Además levantó equipos chicos como Argentinos Juniors o el Nápoli en canchas de mierda, Messi que estuvo rodeado de estrellas en el Barcelona y las canchas son un billar.

-A parte –dijo Fede– El Diego era más lindo estéticamente, mucho más bello, era un placer verlo correr, caminar, pegarle a la pelota…

-Era lindo hasta verlo atarse los cordones del botín…– agregó Raimundi, que asentía enfático.

-Sí –dijo Fede– pero el pendejo es un monstruo, hasta en cámara lenta parece que va rápido…

En el ocaso de la comida la charla había abandonado las epopeyas maradonianas y mesinianas y se había transformado en una discusión sobre economía y política, materias en la que Federico se apasionaba a tal punto de encenderse como una brasa, por momentos rayaba el patetismo en la forma en que destilaba odio hacia el gobierno.

-Muchachos, nada de política en la mesa –dijo Raimundi, mientras traía la quinta botella de vino…

Lo dijo cuando Federico y Jorge discutían sobre la nacionalización de YPF y acalorados por el alcohol habían comenzado a levantar la voz.

-Sabés lo que yo no entiendo, viejo –dijo Jorge-¿Cómo puede ser que a todos los que les va fenómeno en este país, y que les va bárbaro gracias a las medidas que implementa el gobierno terminan por criticarlo…? ¿y uno que es un pobre diablo termina estando de acuerdo…?, explicámelo porque no lo entiendo.

-A mí no me va bien por el gobierno, querido, me va bien porque yo me lo gané… no todos los que estamos en la construcción les va bien… yo le tuve que poner el lomo.

-Sí, seguro –contestó irónicamente-, la gente tiene plata para construir porque siembra monedas y cosecha billetes… vos te mirás el ombligo y nada más, Fede…

-Qué querés, que mire el tuyo…

-Bueno muchachos ¡nos vemos de vez en cuando y nos ponemos a discutir! –dijo Raimundi.

Quedó un silencio incómodo por un instante, Chaca miraba el plato y los tres lo miraron sorprendidos, parecía que lloraba.

-¡Che, Raimundi! Abrite el vinito que te lo traje especialmente –dijo Jorge…

-¿Cuál es?

-El que está envuelto en papel blanco…

Además de la ausencia de Tobías se percibía una atmósfera de otras ausencias y adormecidos dolores: la muerte del hijo mayor de Raimundi en un accidente en la ruta; la separación de Fede, quien había perdido la tenencia de sus dos hijas; y las depresiones habituales de Chaca, episodios que lo dejaban de cama por algunos meses y que Jorge sabía porque la madre de Chaca le había contado por teléfono.

-Chaca ¿qué te pasa? –dijo Fede, modulando exageradamente para despertar sus labios adormecidos por el tinto-, no conversás nada, hace diez años que no te vemos…

Chaca levantó la cabeza y sonrió amargamente, sin ánimo. Tenía los ojos hinchados. No dijo palabra. Raimundi desenvolvió la botella de vino que había traido Jorge.

-¡Qué hijo de puta! –casi gritó Fede, y lo miró a Jorge -¿vos trajiste esto?

-Sí…¿por?

-Decime dónde lo compraste, hijo de puta…¡mirá Raimundi, El Buho!

-No lo compré, me lo dio un amigo…

-¿Te lo regaló?

-Dimarco, boludo, el plomero, voy a ayudarlo a veces… me dijo que un abogado, un tipo que tiene mucha guita se lo había traído de Mendoza…

Fede comenzó a reirse, Raimundi se contuvo.

-¿De qué te reís, boludo? –dijo Jorge

Raimundi, tentado se daba vuelta en su silla…

-¡Un Buho trajo el hijo de puta...!

-¡¿Y cuál es el problema!?

-Abrile la alacena, Fede-dijo Raimundi.

Fede se paró de su silla y fue tambaleándose moderadamente hacia la alacena, haciendo ademanes de presentación deslizando su brazo en el aire de arriba hacia abajo e inclinando el torso abrió la puerta de la alacena y aparecía más de una decena de vinos El Buho.

-¡Que sos ahora, somelier, pelotudo!-dijo Jorge recostándose resignado en el respaldo de la silla.

Estallaron las risas de Federico y Raimundi, todos pensaron que Chaca, quien tenía el rostro escondido tras sus manos también reía.

-¡Pará, pará! –dijo Jorge –¡paren pelotudos que Chaca está mal, está llorando!

Chaca, con los codos en la mesa, tenía las manos tapándose la cara, todos escucharon el quejido agudo del llanto. Los tres se pararon de la silla.

-¿Qué te pasa, Chaca? –Dijo Raimundi mientras colocaba su mano en el hombro.

-Está en pedo…- dijo Fede, que parecía no tomarlo demasiado en serio.

Chaca se apoyó en el respaldo y mientras negaba con la cabeza se refregaba las lágrimas de los ojos.

-Che, boludo, qué te pasa –dijo Raimundi todavía sorprendido.

-Nada.. me acordé de Tobías…

-Ya pasó mucho tiempo, Chaca…

Chaca sacó un pañuelo de su bolsillo y se restregó los ojos, estaba visiblemente compungido. Federico le alcanzó un vaso de agua. Hubo un silencio hasta que Chaca comenzó a hablar sin estar del todo repuesto del llanto.

-Yo lo sabía…

-¿El qué?

-Yo sabía que ese barranco estaba por desmoronarse, mi viejo siempre me decía que no había pararse allí… yo lo sabía…

-A esa edad todos somos inconscientes Chaca, no te podés echar la culpa por eso…

-No es que yo haya sido un inconsciente… Yo lo sabía y no le avisé, fue mi culpa. 

-¡Por qué decis eso, boludo! ¡No podés culparte por eso!

-Yo le tenía bronca en esos días…

-¿Por? –dijo Raimundi sorprendido…

-Qué sé yo… porque era mejor que yo…

-¿Mejor que vos en qué?

-Yo sé que ahora es una boludez… pueden ser cosas de chicos, pero en aquella época me reventaba que fuera mejor que yo, lo querían los profesores, el regente, la loca de Olivera… lo querían todos los compañeros, los queríamos todos nosotros… ¡hasta yo lo quería!

Rompió en un llanto, ahora grave y sonoro, los tres quedaron estáticos sin saber qué decir ni qué hacer.

-Yo sabía que podía caerse el barranco y quise que se desmoronara y cuando sucedió hasta me alegré por un instante… cuando le vi las caras a ustedes y que me gritaban que no lo veían, se me empezó a bajar la presión y supe que lo había generado, fue por mí… yo deseé que pasara pero no me hubiese imaginado nunca…

-Chaca, querido –dijo Jorge acercándose-, no podés creer en eso, son pavadas, pasó por que la vida es así, mirá si se hubiesen muerto todos los que yo hubiese querido, no quedaba ni el gato en esta ciudad...

Chaca negaba con la cabeza y cerraba los ojos, volvió a llorar unos segundos y tomó otro vaso de agua…

-¿Estás mejor, amigo? –preguntó Jorge.

Chaca asintió, se lo veía más distendido. Los tres volvieron a sus sillas y se quedaron en silencio hasta que Federico le preguntó a Raimundi si no tenía otra botella de vino…

-Lo único que tengo son las quince botellas de El Buho…

Fede tomó de la mesa la botella que trajo Jorge y comenzó a destaparla. Chaca ya parecía desahogado, mucho más sereno, Jorge recogió un pedazo de pan que estaba en el piso. Hubo un silencio en el que se podían oír los pensamientos.

-Che Raimundi –dijo Fede mientras destapaba una botella de El Buho- ¿Tenés una soda?

FIN