Hasta que Mauri tomó el bolso y salió como un rayo en su ruidosa Zanella la conversación había girado sobre la desgraciada derrota casi al final del campeonato que prácticamente dejaba al equipo sin posibilidades. El Pájaro Acuña, capitán del equipo, mantenía las piernas elevadas sobre la pared exterior del quincho de la Asociación de Judiciales Bonaerenses visiblemente muy cansado. Sus cuarenta y cinco años de edad no parecían amedrentarlo a la hora de correr y marcar. Era el más viejo de todos pero raramente decía una palabra luego de los partidos. Los demás se encontraban sentados en el piso y tomaban de la coca y la cerveza que pasaba de mano en mano. Habían jugado contra Distrimer y el resultado fue dos a cero en contra. Si bien la punta del torneo ya era inalcanzable el quinto lugar no estaba nada mal para un equipo que no practicaba en la semana y en el que el promedio de edad estaba por sobre los treinta dos o treinta tres años.
Mauricio Giglione se cambió los botines y apenas pudo probar un sorbo de cerveza, luego leyó algo en su teléfono celular y se excusó diciendo que estaba apurado y como si fuera víctima de un incendio, visiblemente nervioso, se subió a su vieja motocicleta y se fue. Mientras estuvo presente hubo críticas a la desidia de Garrido, reproches al Flaco Pescio y al Cabeza Martinez por “no meter lo que hay que meter” y dos o tres recomendaciones para que al Tato no se le escape más la pelota de las manos: con los puños o cachetazo para afuera para no dar rebote. Pero el Pájaro Acuña no hacía reproches, como si el hecho de jugar fuera más que suficiente y tal vez esa mística de hombre silencioso fuera de la cancha le daba cierta autoridad dentro del campo de juego donde ninguno de sus compañeros se animaba a desacatar cualquiera de sus órdenes. En cuanto Mauri desapareció el que se animó a poner el tema en discusión fue el Cabeza.
-Pobre Mauri che, la jermu lo tiene loco.
-Y hoy llegó al final del primer tiempo- dijo Pescio-, y apenas terminamos se fue, ni para la coca se queda ya.
-Qué ¿La esposa no lo deja? –preguntó Tato mientras encendía su primer cigarro después del partido.
El Cabeza asintió mordiéndose el labio inferior como si el problema lo angustiara más que al propio Mauricio. Luego dijo:
-Es que por lo que me cuenta el Negro Guerra, el primo de Mauri, la jermu le arma unos quilombos cada vez que viene a jugar que el pobre está cada vez más amargado.
-¡Y! ¡hoy te digo que ni la vio! –dijo Tato-, parecía un fantasma en el medio de la cancha.
-Bueno… –se integró Romano a la conversación –, a mí también me hinchan un poco las pelotas, sobre todo cuando vuelvo de jugar, pero me pongo a cortar el pasto, le arreglo un poco el jardín y se calma.
-¡Claro! –se entusiasmó Pescio -, o le comprás una pilcha.
-Sí, pero te cansa un poco tener que explicar cada vez que venís a jugar que a vos esto te hace bien, que es bueno para tu salud, que trabajás toda la semana y que con esto te relajás un poco… –dijo Tato.
-Mirá hermano –interrumpió el Gringo después de despegar el pico de la Quilmes de su boca y de pasarse el antebrazo por la pera chorreada-, si a mí después de trabajar todos los días como un negro viene la bruja y me dice que no puedo venir a jugar le pego semejante patada en el orto que la hago volar hasta Gowland.
-Pero Gringo… - comenzó a decir el Cabeza mientras pedía que la pasen la coca, -ya sé que vos la mandás al carajo y todo eso como vos decís, pero la Flaca ¿te rompe o no te rompe las guindas porque venís a jugar todos los sábados?
-Y…-dijo el Gringo como si lo hubieran pescado con las manos en la masa en un robo-, no me dice nada pero le agarra un berrinche que hasta el sábado a la noche no se le pasa.
-¡Ahí está lo que te digo, hermano! -dijo el Cabeza –, porque al principio, estando de novios fijate que no tienen drama, te despiden con un beso y te desean suerte para que ganes, y hasta te diría que te vienen a ver un par de partidos para hacer letra, pero en cuanto pusiste el gancho, ¡zácate! les agarra un odio visceral a la pelota y a los muchachos, y ellas te marcan peor que el peruano Reyna al Diego.
Romano se disculpó porque tenía que ir a abrir la pizzería y se fue. El pájaro Acuña aún sostenía sus delgadas piernas sobre la pared del quincho sin emitir ninguna opinión. El Gringo, Tato, Pescio y el Cabeza conversaban a pasos de él.
-El que parece no tener problemas es el Pájaro –dijo Tato, sin preocuparse porque Acuña lo escuchara, porque el Pájaro era de esas personas de las que uno podía hablar sobre ellas como si no estuvieran en el lugar.
-Es verdad –acotó el Gringo –además la Gallega lo viene a ver de vez en cuando y todos los sábados lo pasa a buscar en la moto. Hasta me acuerdo un sábado que vino a buscarlo y cómo recién habíamos empezado a tomar la cervecita la mandó de vuelta y le dijo que pasara en una hora ¡Y la Gallega vino a buscarlo exáctamente una hora después! Es de fierro esa Gallega.
-Nos tenés que dar el secreto Pájaro –dijo sonriendo el Cabeza dándose vuelta para mirarlo.
El Pájaro extendió la mano para que el Gringo le pasara la coca, pero no contestó.
-Deben ser los años –dijo Pescio.
-Yo siento que mi mujer me va a romper las pelotas esta vida y si hay otra más también, así que… –dijo el Gringo.
-A lo mejor la Gallega es distinta, le gusta el fútbol y el Pájaro tuvo suerte…
-Yo tenía el mismo problema, es normal.
La voz grave del Pájaro hizo que un silencio incómodo se adueñara del lugar. Luego de unos segundos el Gringo se empezó a reír y los demás se contagiaron. Al instante predominó otra vez el silencio, como si todos a la vez recordaran que el Pájaro jamás hacía chistes y que probablemente lo que había dicho sea cierto.
-¿Cómo es eso Pájaro? –preguntó Tato mientras el nubarrón de humo que escapaba de su boca le cubría la cara y le achinaba los ojos.
El Pájaro, aún con las piernas izadas, con el torso recostado en el pasto y mirando el cielo seminublado comenzó a hablar despacio.
-Yo, en los dos primeros años de casados estaba peor que Mauricio.
-¡¿En serio?! ¡Nos estás jodiendo! –exclamó el Gringo quien se acercó un poco más al Pájaro visiblemente interesado.
-Sí, me tenía loco la Gallega, quería que pasemos todo el fin de semana juntos, no quería que jugara al fútbol, ni tampoco que me reúna con los muchachos del taller de Pavoni a comer los asados de los miércoles… todas cosas que mientras estábamos de novios las hacía sin problemas…
-¡No te puedo creer! –dijo Tato, quién también arrastró la cola dos pasos hacia delante para estar más cerca del Pájaro.
-Es verdad que las yeguas te enroscan las muy putas, en cuanto te pusieron el anillo andá a cantarle a Gardel –dijo el Gringo.
-¿Y cómo fue Pájaro? –preguntó el Flaco Pescio al que parecía desbordarlo la curiosidad.
El Pájaro dejó caer sus largas piernas hacia un costado y se sentó frente a los demás quienes lo rodeaban en medialuna como si fueran discípulos de un monje. El Pájaro le pidió al Cabeza el último taquito de coca y luego de vaciar la botella continuó.
-Tuve un episodio de infidelidad.
Quedaron en silencio y se escuchó un grito de gol que venía de la cancha dos en la que se estaba jugando el partido entre Carnicería Davobe y Pinturería Impacto.
-¿La Gallega te metió los cuernos? –preguntó el Cabeza al parecer con total ingenuidad.
-No, la infidelidad fue mía…
-No, pará…-interrumpió el Gringo -, si yo le meto los cuernos a la bruja, y se entera, te puedo asegurar que no juego ni a la bolita en el patio de mi casa, y la única salida que voy a tener va a ser a cortar el césped de la verja pero atado con una cuerda…
El Pájaro negó enfáticamente con la cabeza y dijo:
-No, Gringo, vos estás equivocado, la cosa es al revés.
-No entiendo un carajo –dijo el Cabeza –, a parte… ¿Cómo hiciste vos Pájaro para meterles los cuernos a tu mujer si sos más correcto que un monaguillo? Pasa una mina con un orto descomunal y ni siquiera te das vuelta… el otro día sin ir más lejos, estábamos tomando un café en la plaza y pasó una pendeja con un escote para el infarto y vos me seguiste hablando de lo rápido que era el zurdo Gómez cuando jugaba de wing y ni siquiera te diste cuenta…
-Y además es como dice el Gringo –agregó Pescio –si le metés los cuernos y se entera te embalsaman y te quedás en tu casa como un mueble más para siempre.
El pájaro pareció sonreir y luego de acomodar su cola sobre el césped y extender sus piernas hacia delante continuó.
-En realidad no estuve con otra mujer, me dio una mano la Gorda López.
-¿La Gorda López? –preguntaron Pescio y Tato a coro.
-Sí, una mujer que trabajó limpiando en casa de mis viejos durante más de veinte años. Me la encontré en la despedida de soltero del Conejo Spinetto.
-Ah, ahora entiendo -, dijo el Gringo –aprovechaste la salidita y...
-No tan así Gringo –respondió el Pájaro-, esa noche organizamos en lo de Peppe un asado para la despedida del Conejo y yo estaba muy amargado porque llevaba dos años de casado y ya veía que mi vida iba a ser un infierno, me esperaba un futuro negro, sin fútbol, sin asados con los muchachos… Viste que en lo Peppe si te sentás en las mesas del costado se ve la cocina, bueno, de repente, veo que la cocinera me saluda muy sonriente, tardé unos segundos en darme cuenta que era la Gorda López por la cofia que le cubría los rulos. Bueno la cosa que con los muchachos nos quedamos como hasta las dos de la mañana y yo ya había mandado como veinte mensajes de texto para avisarle a la Gallega que la cosa se estaba haciendo larga y que iba a llegar tarde. En eso veo que la Gorda López, ya cambiada, sin la ropa de cocina, estaba en la caja hablando con el dueño, seguramente para cobrar el día y me acerco para saludarla…
-¡Y claro! –dijo el Gringo -¿Veinte años trabajó la López en tu casa?
-Una eternidad –dijo Tato.
-Nos saludamos –continuó el Pájaro –me preguntó cómo andaba, cómo estaban mis viejos y yo no soy de mucho hablar de mis cosas privadas pero ahí le largué toda la perorata de mi conflicto con la Gallega, encima me había clavado un par de vinitos y la lengua se me soltó…
-¿Te volteaste a la gorda esa, Pájaro? –preguntó el Gringo desconcertado.
El Pájaro sonrió.
No –dijo con voz pausada –, la Gorda en ese momento ya tenía más de cincuenta y cinco pirulos, todavía vive, es como mi segunda madre Gringo.
Otro grito de gol se escuchó a lo lejos y mecánicamente todos se dieron vuelta para ver de quien era.
-De Impacto…-dijo Tato –lo hizo el Laucha Gómez seguro…
-Seguí Pájaro que esto me interesa –dijo el Gringo.
-Bueno, la Gorda me invitó a sentarme y me dice que no me preocupe que tiene la solución, que ella como mujer entiende mucho a la especie, y ahí nomás se despacha con la teoría de la muñeca rusa.
-¿La teoría de la muñeca rusa? ¿Qué es eso? –preguntó Tato incrédulo.
-¿No es la que abrís una muñequita y adentro hay otra más chica, y abrís la más chica y hay otro más chica todavía y así hasta que llegás a la última? –le preguntó el Cabeza al Pájaro Acuña.
-Exacto, así me lo explicó la Gorda… –contestó el Pájaro –, fijate, me dice ella, mirá la mesa donde están tus amigos, observá bien, fijate de todos los amigos que tenés quienes son los más atorrantes, los que salen de noche, están con otras mujeres y encima las esposas lo saben… ahí nomás yo miré para la mesa de los muchachos y los que reunían esa condición eran Diego, el Rulo Veyra y Marcelo Perrone, cuando volví la vista la Gorda me dice, ahora fijate si algunos de esos tiene problemas para reunirse en los asados o para jugar al fútbol. Yo puse cara de no entender y ahí fue que me dijo que me iba a demostrar la teoría de la muñeca rusa. La Gorda sacó un cigarro de la cartera, lo encendió y empezó a explicarme como si estuviera exponiendo una clase en una universidad: las mujeres somos inconformistas nene, lo primero que tenés que saber es que si el marido engaña a su mujer y se entera, el problema que va a tener la mujer es todo lo referido a la infidelidad: le va a preocupar si el marido sale de noche sin decir adonde va, si está en lugares en los que hay otras mujeres que no conoce, si trabaja con mujeres; ahora si el marido no le es infiel el problema pasará a ser que el tipo está poco en la casa el fin de semana porque va a jugar al fútbol, a las cartas o a reuniones de varones como asados o vermusito en el bar… y ahí aparece la segunda muñeca ¿entendés la metáfora?, ahora si el marido no hace ninguna de esas cosas el problema pasará a ser que el tipo no hace cosas que a ella le gustan, como ir al centro, mirar vidrieras, elegir ropa para ella…
-Uy sí –interrumpió Tato-, imaginate la depresión que te agarra si sabés que los muchachos están jugando a la pelota y vos paseando con tu jermu por el centro un sábado a la tarde…
-Y con la angustia que me agarra le rompo tibia y peroné a un maniquí de la vidriera…-dijo el Gringo.
El Pájaro aprovechó para tomar un trago de cerveza, luego siguió:
-Y ya vamos por la tercera muñeca me dice la Gorda y me siguió explicando: cuando la infidelidad, el fútbol, el asado con los muchachos, los paseo en el centro ya no son más un inconveniente para ella, aparecerá uno nuevo y será que el marido no ayuda con la limpieza y el orden de la casa; pero... si el tipo no le es infiel, no se va los fines de semana a jugar al fútbol, sale de paseo con ella y ayuda con las tareas de la casa el inconveniente será entonces que no presta demasiada atención cuando ella le está hablando de sus temas, cosa que por supuesto sucede porque el pobre tipo ya sufrió tal castración que apenas queda un vestigio del ser humano que era…Conclusión, me dice la Gorda: le sos infiel a tu mujer una vez y como eso va a ser lo único que ella va a tener en la cabeza, todo lo demás será una minucia, una nimiedad… no le va a importar…
-¿Y te volteaste a la Gorda López? –dijo el Gringo frunciendo la nariz.
-Y bueno… un sacrificio –dijo Tato sonriendo.
-No muchachos, le dije a la Gorda que probablemente tenía razón pero que a mí no me daba el cuero para estar con otra mina, una porque muy agraciado no soy y después que con las minas siempre me fue difícil... le dije chau a los muchachos que se quedaban y me fui…
-A un cabarute…-dijo Pescio.
-No, llegué a casa, abrí la puerta y ahí nomás estaba la Gallega que me zampó un puñetazo en la nariz y después una patada en los huevos que me descompuso.
-¡¿Porque llegaste tarde?! ¿se zarpó la Gallega? –dijo Tato sorprendido.
-No, me empezó a recriminar por qué le había hecho eso, si con ella no le alcanzaba, que si me gustaban las pendejas se iba a comprar un uniforme de colegio y se lo iba a poner, de todo me dijo, yo no entendía nada… Con el tiempo y después de pasar dos semanas de calvario sin hablarnos pude deducir lo que pasó… Parece ser que cuando me fui del restaurante la Gorda López preguntó mi teléfono al Diego y llamó a la Gallega, se hizo pasar por la madre de una chica que supuestamente, luego de la despedida de solteros, conocí en un boliche en Chivilcoy y le dijo que nos encontró apretando en la puerta de la casa. Cuando llegué la Gallega estaba que hervía.
-¡Pero la Gorda esa es una bestia, te quiso arruinar! –dijo el Cabeza casi indignado.
-Mirá, en los primeros meses si la encontraba la asesinaba pobre Gorda, casi te digo que estuvimos a punto de separarnos con la Gallega, pero después con el tiempo la cosa mejoró… ahí me di cuenta lo que la Gorda me había dicho. Porque yo empecé a notar que la Gallega me dejaba hacer cualquier cosa con tal de que no tuviera necesidad de nada…como yo no soy un tipo que me guste la noche y la verdad que con el fulbito y los asados me conformo…
-Te vino al pelo– dijo Tato.
-Ahí te viene a buscar la Gallega Pájaro –dijo Pescio.
La mujer del Pájaro frenó la moto a pasos donde se encontraban ellos y saludó sonriente, el Pájaro se levantó, se colocó el bolso en el hombro y se despidió de todos, luego le dio un beso a la Gallega que ya se había colocado en la parte trasera de la moto y se subió. La Gallega abrazó al Pájaro y colocó su mejilla en la espalda mientras la moto empezó a marchar. Salieron del predio justo en el momento que un tercer grito de gol venía de la cancha dos. Tato, el Gringo, Pescio y el Cabeza, se dieron vuelta.
-¿De Impacto otra vez che? –preguntó Tato.
-Sí, el tercero –contestó Pescio.
LA GORDA LOPEZ - La teoría de la muñeca rusa.
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