La tarde que morí
Después de revisarme y leer los análisis
que me había solicitado, la gastroenteróloga levantó la vista y concluyó:
-Los síntomas que describís determinan que
puede ser colon irritable pero como tenés antecedentes de cáncer en tu familia y
por tu edad deberíamos hacer una colonoscopía.
Lo dijo de modo amable pero decidida, no me
dio lugar a repreguntas. Asentí y no demoró en darme un turno para la semana
siguiente.
Yo tenía una vaga idea de qué se trataba el
estudio pero la verdad es que nunca tuve en cuenta el detalle del laxante. La
noche previa al estudio debería tomar una de las dos dosis indicadas y la
segunda sería esa misma mañana completamente en ayunas. Luego, a las cuatro de
la tarde, me presentaría en la clínica para el estudio.
El laxante era un brebaje espantoso, resultaba
algo similar a beber aceite lubricante o líquido para frenos. Tomé coraje y
tragué de un tirón el vaso. A la media hora un león furioso pareció despertarse
en mi vientre y luego de una explosión interna, por unas horas, no pude
separarme del inodoro. No solo eso, también sobrevino una pequeña
descompensación, típico malestar de las gastroenteritis y por supuesto el
malhumor lógico.
Al día siguiente ingerí la segunda dosis.
En ayunas el sabor del laxante era prácticamente vomitivo. Otra vez ocurrió la
erupción gástrica, la incontinencia, la evacuación líquida y se sumó el ardor
hemorroidal por el desgaste del uso del canal evacuador.
Mi esposa me acompañó. Ella no sabe manejar
así que fuimos en remise. El tiempo transcurrido hasta que llegué a la clínica
se hizo eterno. No dejaba de sorprenderme cómo uno puede disecarse en tan poco
tiempo con esos purgantes.
Mientras esperábamos en el pequeño box, ya desnudo,
envuelto en una bata de fiselina, ella me preguntó.
-¿Estás nervioso?
-No, para nada- dije honestamente.
La
verdad que no suelo preocuparme en la previa de esos eventos, puedo conducir
mis pensamientos a momentos más gratos. Obviamente todo cambia cuando subo a
una camilla y siento que me invade la vulnerabilidad. Ya en el quirófano los
latidos comenzaron a subirme de velocidad y la preocupación fue en aumento. La
doctora, la anestesista y la asistente me conversaban de cosas cotidianas, interpreté
que era para alivianar mi estrés. Me hicieron colocar de costado, mirando hacia
una pantalla donde la gastroenteróloga, presuntamente, observaría mis intestinos
mientras manipularía una especie de manguerita que sería introducida por el ano.
-Vas a sentir un pequeño dolor donde te
pincharemos en el brazo y te vas a dormir una siesta.
-Bueno -contesté- si no despierto nunca más
sepan que no les voy a guardar rencor ni las voy a demandar.
No sé si les resultó gracioso, yo lo dije
para liberar tensiones. Claro, tensiones que yo solo sufría.
-¿Y? -dijo la anestesista -¿te estás
durmiendo?
Para los que no conocen lo que es dormir
por anestesia deben saber que es lo más recomendable del mundo. En apenas
segundos, esa milagrosa sustancia, te transfiere del estado de lucidez a un
sueño por demás de profundo en segundos. No sé si llegué a contestar la
pregunta porque sentí el pase del líquido en mi brazo y ya no pude mantener los
ojos abiertos. A la caída pesada de mis párpados y esa sensación de paz única
le siguió la desconexión total del mundo.
No se puede decir que desperté. Mi estado
consciente se reveló en forma muy clara cuando me encontré parado en una
hermosa galería de una bellísima casa. Frente a mí, en lo que era el patio,
había un jardín florido, pileta de natación, cancha de tenis, de fútbol y hasta
un lago.
Sentí la presencia de alguien y me di vuelta.
-Hola, bienvenido- dijo ella cediéndome la
mano. Era una mujer elegante, medianamente joven y hermosa.
-¿Usted es...? -pregunté, dudando.
-Soy la secretaria.
-Ajá- contesté, sin entender demasiado.
No quise ser indiscreto, probablemente el
efecto de la anestesia, que demora en irse, no me dejaba recordar cómo había
llegado allí. Mi atención se enfocaba ahora en el interior de la casa, algo me
decía que yo ya conocía esas instalaciones, aunque no lograba darme cuenta de
qué lugar se trataba. La dama pareció reparar en eso porque dijo:
-La hemos preparado tal como la soñó, tiene
el piso de madera que tanto le gusta, la cocina estilo country, el living con
su smart TV y el sistema de sonido. Creo que no nos ha faltado nada. Sígame.
-Perdón… -me excusé, y pregunté- ¿Mi esposa?
-Vendrá después, no se preocupe.
La secretaria caminaba rápido y me costaba
seguirla. El pasillo parecía interminable y la cantidad de puertas infinita. Pronto
se detuvo, y abrió una de las puertas. Entramos, me mostró un dormitorio con
cama king size, el baño en suite con hidromasaje y el vestidor, impecable.
Luego me condujo hacia otra puerta interna. Antes de abrirla dijo:
-Conocemos sus gustos y necesidades así que
esperamos que le guste.
Detrás de la puerta un confortable estudio
de música se descubrió frente a mis ojos. No lo podía creer. Guitarras de todos
los gustos, Fender, Gibson, Epiphone, eléctricas y acústicas, hasta una réplica
de la guitarra Corado, la que me regaló mi tía Ana y mi madre a los siete años.
También amplificadores valvulares, un piano de cola inmenso, entre varias cosas
más.
-Como dije -continuó la mujer- conocemos
sus gustos, de modo que aquí podrá componer su música y grabarla, sabemos que
no le gusta la parte de técnica de sonido así que podrá contar con el asistente
que usted desee. Además tenemos un simulador de conciertos dónde podrá elegir
en qué banda tocar y en qué lugar, pubs, teatros, estadios... lo que desee.
-¿Lo que yo desee? -pregunté hipnotizado.
-Claro.
Luego me condujo hacia otra puerta. La
abrió. Allí había solamente una notebook, un cómodo escritorio y un sillón
mullido. Las paredes eran prácticamente de libros y discos de vinilo. Me
sorprendió ver una máquina de escribir igual a la que usé en mi adolescencia y
al lado una bandeja con un vaso y una botella de whisky.
-Sabemos que le gusta leer, pero sobre todo
escribir, así que le hemos preparado este cuarto para que pueda hacerlo.
-Perdón, hace rato que no uso una máquina
de escribir...
-Es sólo un cliché...
-¿Y el whisky?
-También, es de utilería, aquí no se
bebe...
Luego me condujo hacia la galería exterior
nuevamente.
-Bueno, como ves Walter- se interrumpió
bruscamente- ¿Puedo tutearte, verdad?
-Sí, claro.
-Sabemos que eres apasionado del fútbol y
del tenis, últimamente has optado por jugar al tenis después de aquella vez que
te fisuraron la costilla jugando al fútbol y entendiste que ya no era
conveniente, pero aquí puedes retomarlo. Y la cancha de tenis es de polvo de ladrillo,
allí puedes jugar con quién desees...
-¿Con quién yo quiera?
-Sí...
-¿Con Roger?
-Con Roger, Rafa, Nole, Del Potro, con
quien quieras, te daremos un dispositivo con diferentes aplicaciones, una de
ellas es la de tenis y ahí te darán las opciones.
-Perdón... ¿dónde estoy?
Ella soltó una carcajada.
-Es más que evidente, ¿no?
-No entiendo.
-Bueno, tranquilo. Pasó lo que tenía que
pasar. La anestesista se excedió un poquito y tu corazón no resistió. Además
cumplimos tu principal deseo, que de morir, preferías que fuera casi sin darte
cuenta, de golpe. Y hemos cumplido.
Sonó un bip, levantó la solapa de su
chaqueta y contestó diciendo simplemente “okey”. Me di cuenta que tenía un
pequeño auricular en su oído.
-Por ahora te tengo que dejar, en
cualquiera de los dispositivos puedes encontrar las aplicaciones. Que te
diviertas. Más tarde vuelvo.
-Perdón, una pregunta ¿Estoy en el cielo,
no?
-Llámalo como quieras, solo diviértete- dijo
sonriendo.
Pasé gran tiempo hurgando en los libros del
estudio de literatura, eran autores que me gustaban. Me llamó la atención que
eran novelas y cuentos que ya había leído, inclusive el tomo de Educación
Sexual para el adolescente que había comprado a mis quince años. Pero no
encontraba nada nuevo.
Luego fui al estudio de música y toqué los
instrumentos. Probé el simulador de conciertos, me coloqué una especie de visor
y fui Mark Knopfler en Sultans Of Swings tocando la guitarra, Pedro
Aznar en Eiti Leda con el bajo y cantante con Peter Gabriel en Don`t Give
Up, y por supuesto Paco De Lucía junto a Aldi Meola y John McLaughlin con
la guitarra criolla. Tocaba cosas que jamás podría haber ejecutado de ese modo
en vida, mis dedos se movían con tal precisión y ductilidad que hasta me dieron
ganas de trastear o pifiar una nota pero no pude.
Aunque a decir verdad, lo que más
curiosidad me daba era la aplicación de tenis. Inclusive ese mismo lunes en el
que me morí había suspendido un partido contra mi amigo Pato Capandegui y me
había quedado con las ganas.
Apenas activé la aplicación, un link me
condujo al vestuario ubicado al lado de la cancha de polvo de ladrillo, había
raquetas y ropa. Me vestí y busqué en la opción jugadores de la aplicación mi
rival, obviamente Roger Federer. Presioné su nombre en el display y Roger se
cristalizó frente a mí, quise ir a saludarlo, pero justo en la red choqué
contra una pared invisible. Sin mediar palabra me lanzó una bola con su saque
que me dio en pleno pecho y me tiró al suelo. Fue humillante pero extraño
porque no sentí dolor. Inmediatamente tomé mi posición de devolución y apenas
pude seguir su saque con la vista. Todos aces. Los games se sucedieron sin que
pudiéramos efectuar un aceptable peloteo. Probé con Nole y fue lo mismo. Con
Rafa Nadal apenas empezamos lo cancelé, me aburría esperando que saque.
Por
suerte había también como opción algunos amigos, jugué contra Gastón Bugarín
-que confieso me dio un poco de lástima porque me ganaba cuatro a cero y
terminé ganándole seis a cuatro y se puso muy mal, gritaba, puteaba-, también me
le animé a Huguito Pescio y a Pablo Rodriguez. Allí me entretuve un rato largo.
Increíblemente no estaba cansado. Así que probé con el fútbol. Elegí un equipo
netamente argentino. Maradona, Riquelme y Messi estaban allí, yo me puse de
cinco, hice muchas faltas, me noté fuera de fútbol, inclusive me sacaron la
roja y tuve que reprogramar todo. Definitivamente era como estar en una PlayStation,
recuerdo que pensé: qué hijos de puta estos de la serie Black Mirror, acertaron
en todo.
Quise reposar un momento de tantas
actividades pero sospechosamente no me encontraba cansado físicamente. La
secretaria llegó en ese momento.
-¿Cómo te ha ido?- preguntó.
-Creo que bien, pero noto que no siento
cansancio, ni sed, y a pesar de que estoy en ayunas y a puro laxante desde ayer
no siento hambre... ¿es normal?
-Absolutamente normal. Las cuestiones
mundanas aquí no corren.
-¿No se come?
-Para nada.
-¿No
se bebe, no se come...?
-Exacto.
-¿Sexo?
-¡Te has muerto, hombre! ¿Qué pretendes tú?
-¿Es necesario que me hables en español
neutro? Digo, soy
argentino...
-Es lo que hay...
Comencé a sentir angustia,
el cielo no parecía ser lo que yo creía, todo muy decepcionante.
-¿Y mi madre?-pregunté casi con miedo
-debería estar aquí...
-Nosotros ya no tenemos ese servicio, desde
hace tiempo...
- No entiendo.
-Hubo muchas complicaciones, amantes
infieles que luego se
encontraban aquí, vecinos
enojados, parientes enquistados, nos generaban un caos, hubo nuevas
disposiciones y ya nadie se encuentra con nadie... es mejor así.
-No sé... no me está gustando mucho esto.
-Lo único que se está permitido es dormir,
hemos logrado ese recurso para dar una condición... cómo decirte -hizo una seña
de entre comillas con los dedos - una condición terrenal, que al menos sientan
el día y la noche. Tenemos un día y una noche...
-¿No sé podrá hablar con el señor? Me
gustaría hacer con todo respeto un reclamo...
-¿Señor? ¿Qué señor?
-Tu jefe...
-¡Jajajaja!
La carcajada fue irónica, sin dudas. Luego
me escrutó con la mirada de los pies a los ojos.
-Qué manera de haber fábulas allá ¿no? ¿Por
qué tendría que ser hombre el jefe? ¿Acaso no podría ser la señora?
-Mirá flaca -dije enojado- a mí no me
corras con eso porque yo lavo ropa, cocino, limpio la casa...
-Tranquilo, aquí no hay señora ni señor...
pero no importa... no tiene caso explicarlo...
-¿Y a qué hora sentiría ganas de dormir?
Toqué más de cinco horas, jugué tres partidos de tenis y uno de fútbol y no
siento cansancio, ni hambre, no transpiro, no tengo ganas de bañarme...
-Pronto las luces se apagarán y dormirás
tranquilo. Te recomiendo mientras tanto mirar una película en la sala de cine,
acompáñame si lo deseas.
Fui tras ella, me preguntó que deseaba ver
y no lo dudé: Terminator II, dije. Me senté en la única y confortable butaca.
La secretaria se despidió. La película comenzó y pude relajarme. Por suerte la
estaba disfrutando, al punto de hacerme olvidar mi nueva “vida” pero
abruptamente, desde uno de los respaldos, una especie de brazo robot con una
jeringa en el extremo logró inyectarme un líquido transparente, mis párpados se
cerraron.
-Walter, despertáte, Walter, vamos - sentí
que alguien me daba una palmada en la cara.
Logré abrir los ojos no sin dificultad, la
nebulosa sobre del rostro de la doctora y la anestesista se fue disipando, y
con la ayuda de alguien más me sentaron en la camilla hasta que encontré la
lucidez suficiente como para caminar hasta el box donde me esperaba mi esposa.
Luego de un breve momento vino la doctora y entregándome el estudio dijo que
mis intestinos se encontraban en condiciones, que solo tenía hemorroides
internas. Me alivié, lógicamente. El cielo, o lo que sea, puede esperar.
