UN LUGAR LLAMADO MERCEDES




Desde que vi la película de Julia Roberts, la de la actriz famosa que se enamora de un simple librero, me quedó la fantasía de que algo así me pase a mí. ¿Por qué no? Pero claro, uno es de un pueblo de provincia y las posibilidades son de una en un millón.


Imagináte yo, el Pecas Rojas, treinta y siete años, panzón, todavía con algo de pelo pero hasta ahí nomás, casado con la Flaca Brito -que de flaca le quedan los tobillos-, tres pibes y dueño de una carnicería de barrio con un empleado pelotudo que no puede distinguir el lomo de un osobuco ¿qué posibilidades tenía de que una belleza famosa, una Julia Roberts argentina entrara por la puerta a comprar unas mollejitas?  Absolutamente ninguna. ¿Qué debería pasar? ¿Que pinche la goma justo cuando pasaba por acá camino a la ruta? ¿Que le hayan comentado las bondades del salame mercedino y entre a ver si tengo para vender? y sí, a veces fantaseaba con eso, qué sé yo, debe ser por la opresión de lo cotidiano y la rutina, pero después la realidad te acomoda la imaginación, sobre todo cuando llego a casa y la Flaca me tira los pibes encima para que los bañe, los reprenda, le ayude con la tarea y la mar en coche, entonces el mundo se me viene encima como un tren de carga sin freno.

La carnicería es un buen laburo, laburás como perro todos los días pero cuando ya tenés tu clientela todo se te hace más fácil. Me lo había dicho Cirello, una vez que armás la rueda, listo, no le errás con los pedidos y ya te sentís como pancho por tu casa. Pero claro, mucho tiempo parado te liquida la zona lumbar. De todos modos no hay mal que por bien no venga y gracias a esa dolencia pasó lo que pasó. Fue hace dos meses. Hubo días que hasta me dolían las cejas de tanto aguantar la contractura y tuve que ir al traumatólogo.  Dominguez me pidió unas placas radiográficas y notó que tenía dos pinzamientos en la cuarta y quinta vértebra, y así como quiere la cosa me mandó a hacer kinesiología.

En mi puta vida tuve que ir a hacerme masajes, pero claro, los años no vienen solos. Por ese asunto de las obras sociales solo tenía dos posibilidades, o terminar en lo del viejo Cárdenas, que creo que le hacía masaje a mi abuela Clara cuando era chica o ir al centro de kiniesiología de Levó.

Por suerte conseguí justo el horario de la siesta, después de almorzar, me vino bárbaro porque tuve una real excusa para descansar de los chicos, con este tema me libraba de ir a buscarlos a la escuela al medio día, darles de comer y esperar que la Flaca llegara del laburo tipo dos y media. Como la Flaca trabaja en el municipio esa vez presentó certificado de familiar enfermo y se quedó en casa. Uno de los beneficios que tiene por el magro sueldo que cobra.

Muy recomendable esto de la  kinesiología, la verdad es que eso de la masoterapia, los aparatitos de calor y los masajes estaba genial, me pegaba un apolillo que ni te cuento, siesta espectacular totalmente relajado, pero después tenía media hora de ejercicios que me hinchaba soberanamente los huevos.

Pero el tercer día pasó lo increíble. Me levanto de la camilla, salgo del box, entro a la sala de ejercicios y… primero fue el impacto, ella estaba de espalda y apenas la vi quedé paralizado, como te puede pasar con cualquier mina que sale de lo común, buen lomo, buen cuerpo, algo que no estás acostumbrado a ver, porque generalmente en el pueblo te podés encontrar con algo así pero casi siempre son pendejas, y uno ya no tiene edad para esas cosas. Acá las minas de treinta años para arriba, con hijos, casadas, no hay caminata ni calza que le acomode la cosa. Me sentí incómodo, porque cuando un ejemplar así va a estar al lado tuyo viendo lo patético que sos haciendo ejercicios ridículos te condiciona, definitivamente te condiciona. Ni contarte cuando se dio vuelta y vi quién era, mi Dios: Karina Jelinek.

¡Cómo explicarte lo que recorrió en el cuerpo!, ¡mil centellas y mil rayos juntos! ¿Qué probablilidades habría que Karina Jelinek esté en Mercedes, haciendo ejercicios embutida en un jogging blanco al lado del Pecas, el carnicero? Cuando se dio vuelta dijo hola y juro que sonrió. Estaba a cara lavada, cero maquillaje, pero la reconocí enseguida, ni siquiera tuve dudas, primero porque como ya dije una mina así no pasa desapercibida por acá, ya la tendría registrada, y después que definitivamente era ella: el cuerpo, la cara, el pelo largo castaño, el lunar… todo eso era ella.

Durante tres sesiones nos tocó juntos hacer los ejercicios pero no estábamos sólos, éramos siempre cuatro o cinco personas. Una vieja, el segundo día, le comentó que le veía cara conocida, y le preguntó si por las dudas no era Florella de apellido, ella amablemente le contestó que no y le aclaró que no era de Mercedes. ¿De dónde sos, querida?, le preguntó la vieja, ella contestó que era de Buenos Aires, y que estaba allí porque siempre se trataba con la licenciada Carla Botta, y que como Carla se había mudado recientemente para Mercedes y ya no atendía más en Buenos Aires prefirió viajar todos los días para corregir un problema postural. Un esfuerzo que hacía por la confianza que le tenía a Carla.

El tercer día, justo un viernes, la vi incómoda, había un pendejo baboso en sillas de ruedas que no dejaba de mirarla y que creo se había dado cuenta de quién era. Intuí una catástrofe, yo quería a Karina Jelinek para mí sólo y en cuanto más gente supiera que estaba allí, esa intimidad que compartíamos se vería invadida. No lo dudé, esa tarde salí y esperé al pendejo afuera, no tendría más de veinte años, lo tomé del cuello y lo puse contra la pared, con el pie trabé la rueda de la silla porque la vereda estaba en caída y se me deslizaba. En mi vida había amenazado a alguien pero me salió del alma. Le dije que era un guardaespaldas encubierto y que si alguien se enteraba que ella estaba acá le destrozaría la cara. No sé cómo me habré puesto porque creí que el pibe se meaba encima.

El fin de semana duró un siglo. Debe haber sido el único domingo de mi vida que quería que las horas pasen rápido. A la mañana estuve desconcentrado en el laburo, por la tarde miré a River contra Colón pero mi mente estaba en otra cosa, hasta la Flaca se dio cuenta porque no grité el gol de Gutierrez y me preguntó si me sentía bien.

El lunes estaba nublado y lluvioso pero dentro de la sala de ejercicios salió el sol, temía que ella ya no viniera a la sesión pero no sólo que Karina estaba sino que no había nadie más en la sala. Esta vez vestida de calzas negras, imagináte, y una remera semi escotada, no esos escotes a lo bruto que muestran media teta, era apenas un sutil triangulito que le dejaba ver dos centímetros de rayita. La licenciada Botta, estuvo un ratito explicándole un ejercicio a Karina y luego se me acercó y me dijo que tratara de ser discreto porque no le gustaría tener a todo el pueblo en la puerta del edificio. Se fue. No sabía qué hacer, si hablar o no hablar, si continuar con los ejercicios o mirarla como levantaba su pierna hacia atrás, su brazo hacia adelante, el bailoteo de su cabello...

De pronto sucedió: se abrieron las nubes, cayó un haz de luz y me habló…  me preguntó si conocía un lugar para ir almorzar porque no había podido hacerlo antes de hacer la sesión. Titubeé como un idiota, le dije que era lunes y que no había muchos lugares que puedan estar  abiertos, que lo único que quedaban eran los bares del centro. Yo pensaba que estas minas si no van a un restaurante como La Fonda directamente no comen. Pero me sorprendió su pregunta. ¿Una hamburguesa puedo comer ahí? Me lo preguntó con ese tono aniñado que le hacía a Tinelli en su programa de televisión cuando se presentaba en el concurso de baile, porque juro por Dios que la mina habla así todo el tiempo, parece una nena de doce años y te hace puchero a cada rato y después te sonríe, te guiña el ojo, ¡mamita!, y con ese tono me dijo que era el último día que estaba allí y que no quería almorzar sola, y me pidió que la acompañara.

Lo único que se me ocurrió fue enviarle un mensaje a la Flaca diciéndole que tenía que ir al Banco Nación a hacer unos depósitos y que estaba lleno de gente. Me contestó con un “ok”. Nervioso me fui con Karina a la Recova. Fuimos caminando, estábamos a seis cuadras, ella se recogió el pelo y se cubrió el rostro con una gorrita, se colocó una campera de pollera para seguramente taparse el culo y se puso un buzo. Cuando entré a la confitería me fui directo a hablar con Caio Gaggia, el dueño, mi viejo es conocido de él y le pedí sino nos habilitaba el piso de arriba y le guiñé el ojo, el tipo ni se dio cuenta quien era la mina pero me dijo que no había problemas y le indicó a uno de los mozos que nos preparara la mesa.

Pedimos hamburguesa y papas fritas, y una cerveza. Hablamos mucho. Me contó lo de su última pareja, que había terminado por ser un idiota pero que ella había estado muy enamorada, me confesó que el periodismo le había abierto los ojos y que todo lo que le había pasado le sirvió para crecer. Después quiso saber de mí.  Yo le dije la verdad, nada de mentiras, le conté de mi laburo, de la Flaca, de cómo juega al fútbol Franco, lo inteligente que es Agustín y la plasticidad de Renata para la danza artística. Vi que se emocionaba cuando le hablaba de mis hijos, ella me contó que deseaba tener hijos pero que no pudo dar con el hombre adecuado, que necesitaba alguien simple, con un trabajo normal, que no le interesaba el dinero que pudiera tener ni tampoco la pinta. Y que si tenía que ir a vivir fuera de Capital mejor.  

Hablamos de cosas de la vida, me contó su historia y yo le hablé de la mía. En un momento me tomó la mano y me preguntó si era feliz. Le dije que sí, estando allí con Karina me di cuenta que yo a la Flaca la quiero y que no podría vivir sin ella. Me escuchaba con atención, sonrió tristemente y otra vez con ese tono de niña jugando con peluches me preguntó si la acompañaba hasta el auto. Pagué la cuenta, como debe ser  y caminamos las seis cuadras hasta el centro kinesiológico donde estaba su auto. 

Mientras caminábamos en silencio comenzó a llorar, le pregunté qué le pasaba y me dijo que la había pasado muy bien conmigo, que hacía tiempo que no se abría espiritualmente con una persona. Llegamos a su Toyota Corolla negro, hermoso auto, y me tomo la mano nuevamente, me lo dijo al momento que daba un beso en la comisura de los labios:

   -Sos un hombre de verdad. Es una lástima…

   Se secó las lágrimas, subió al auto, lo puso en marcha y se fue.