ELLOS Y NOSOTROS - Historias de sobremesa

Calor. Qué maldición este calor. Lo dijo la tele: cuando a la noche la temperatura no baja de veintiséis grados, agarrate catalina porque al mediodía el sol puede incinerar y acabar con cualquier ser vivo del planeta.

Julia sabía que no era buena idea bautizar a Tobías en enero pero ¡qué querés con el padre! se empecinó con que era una buena ocasión para comer un lechoncito luego de la ceremonia y nadie le pudo sacar la idea de la cabeza. Julia se lo advirtió con esa honestidad seca, casi animal, que era el modo de tratarse desde que eran chiquitos. Dante era su único hermano y cualquier crítica que ella le hacía lograba como resultado que él saltara y crepitara como cebolla en aceite hirviendo, por eso cuando le advirtió que festejar el bautismo un mediodía de enero aunque fuera bajo el sauce era como celebrar en el infierno, Dante, también sin reparo alguno la mandó a la reputísimamadrequeloparió y le dejó en claro que él haría lo que se le cante el culo porque al fin y al cabo Tobías era su hijo.

Pero Julia no entendía si esa rebeldía era por mero capricho o por molestar, porque en el interior del chalet de Dante había más que lugar suficiente y además estaba provisto con dos enormes aires acondicionados que podían hacer mucho más agradable el almuerzo. Pero no, Dante, que tomaba decisiones por sí solo, como si Marta no existiera (es que en verdad no existía la pobrecita, pensaba Julia) terminó por salirse con la suya y las trece personas que fueron invitadas terminaron bajo el sauce que a duras penas podía detener los candentes rayos solares.

El lechón y los cinco pollos los hizo el tío Coco quien nunca dejaba vacante su puesto de asador, y los asó, como siempre, en el fondo del terreno. Decía que la parrilla era para giles y que él no estaba acostumbrado a asar en esas "churrasqueras". No había ido a la iglesia y desde muy temprano en la madrugada estaba allí preparando la ceremonia de prender el fuego acompañado por mates y seguido por unos vasos de Cinzano.  

La verdad es que Dante tenía una casa de ensueño. Julia se enorgullecía y vanagloriaba a su hermano frente a cualquiera que le preguntara por él. Tenía un latiguillo: "Pensar que de la nada, con el negocio de autopartes, había progresado tanto". Porque además Marta no trabajaba, es decir que la plata salía toda de él. Ya de chiquito Julia veía que Dante estaba para grandes cosas.

Después de la ceremonia en la Capilla San José Dante se ofreció a llevar a Julia y a su madre, Ana, en su auto. Fueron los primeros en llegar. Apenas minutos después aparecieron la tía Susana junto a los trillizos José, Javier y Jeremías. Luego llegó Carlos, el empleado de Dante, y su mujer, Lucrecia. “Una chiruza que se cree que es reina” le dijo Ana susurrando al oido de Marta. Julia la escuchó y la reprendió porque no le gustaba que su madre hiciera esos comentarios.

Los hombres se sentaron juntos sobre una cabecera. Dante, Carlos, el viejo Cabrejos, padre de Marta, y el pobre Coco quien iba y venía a cada rato de la parrilla. En la otra estaban los trillizos y en el centro de la mesa las mujeres. Dante había traído de todo, queso, salame, chizitos, palitos salados y papafritas , aceitunas, gancia, fernet, vino y gaseosas. Luego tuvo que salir otra vez a comprar hielo porque el calor, en pocos minutos, transformaba en líquido cualquier sólido que estuviera en la mesa.

Todos comieron hasta el hartazgo, menos Julia que no podía sacarse de la cabeza los rollitos en la cintura que ese día ofrecieron resistencia para  prender el jean negro que apreciaba más que cualquier ropa que colgaba del ropero. Eso sí, tomó mucha agua mineral, agua que le había pedido especialmente a Dante.

Antes de comer los chicos se pusieron la malla y se metieron a la pileta. Dante parecía no tener reparos en gastar dinero, la pileta era hermosa y enorme, la quinta era un oasis, tenía cancha de futbol y un quincho que, pensó Julia, valía dos veces más que su propia casa. Pero no le tenía envidia, ¿quién puede envidiar a quien tenga que gastar en rejas, alarma y seguridad monitoreada para poder vivir? Ella al menos no se preocupaba por eso, ¿quién pretendería robar en su casa si a simple vista se podía advertir que allí dentro había muy pocas cosas de valor?

Dante estaba obsesionado con el tema de la seguridad, por eso a Julia no la sorprendió que volviera a sacar el tema de siempre. Eso de que ya no se puede vivir.

-Y fijate lo del plan trabajar del gobierno, cobran el subsidio para quedarse a tomar vino en la casa…-dijo el tío Coco despectivamente.

Julia, sin poder controlarse miró a Carlos e inmediatamente le sacó la vista, él era empleado de Dante pero estaba en negro, y como la mujer no trabajaba cobraba el plan del gobierno porque tenían un hijo. 

-Son negros… -dijo Dante quien ya había bebido lo suficiente como para no medir ninguna de sus palabras.

Carlos, que también había ingerido bastante vino tinto, bajó la cabeza, pero Julia no creyó ver indignación ni bronca, sino algo más parecido a la resignación. No quiso mirar a Lucrecia, temía ponerla en evidencia.

-No digás eso, Dante –dijo Marta, quien quizás también había recordado que Lucrecia cobraba el plan del gobierno. 

-Es que ya no se puede vivir, salís a la calle y te pegan un tiro por dos mangos- contestó Dante.

-Son animales –dijo el tío Coco quien seguía escarbando una costilla de cerdo…

-Claro que son animales, fijate que no quieren trabajar y encima tienen como veinte hijos que después terminan siendo todos delincuentes.

-Bueno, no todos –dijo el viejo Cabrejos. Julia le parecía advertir en él un espíritu más cuidado y comprensivo a la hora de hablar.

-Si, suegro querido, son unos negros de mierda, porque si no, no se quedarían a vivir ahí entre toda la mugre, durmiendo todos juntos en una piecita y cogiéndose entre ellos.

-Me parece que se te está yendo la mano, Dante –dijo Cabrejos mientras hacía una bolita con la miga de pan. Julia recordaba que el viejo Cabrejos había sido delegado de la Unión Obrera Metalúrgica y que sabía mucho de esas cosas de política, además, nunca había querido a Dante cuando noviaba con Marta, después lo terminó aceptando como quien acepta un lunar que aparece en el cuerpo: porque no hay más remedio.

-Pero dígame una cosa, Cabrejos -continuó diciendo Dante casi a los gritos-, ¿por qué en lugar de darle ese subsidio para hacer que laburan -porque eso es lo que hacen, simulan que laburan- el gobierno no los manda a poblar el sur y les dan trabajo allá?

-El gobierno lo que tiene que hacer es educar –dijo Marta.

-Pero a esos no los educás más, ya son así, lo llevan en la sangre, si esto sigue así ellos nos van a terminar matando –gritó Dante.

-¿Ellos? –preguntó el viejo sonriendo irónicamente-, ¿quiénes son ellos?

-¡Ellos! –gritó Dante y de un solo tirón vació el vaso de vino tinto.

-Pero escuchame una cosa –dijo Cabrejos –¿qué es lo que querés? ¿pasarle una topadora por encima y sacarlos del planeta?

-Pero sí... si esto va a una guerra civil.

-Pará Dante, estás hablando de más –dijo Marta quien ya parecía tener vergüenza por los exabruptos de su marido.

-Insisto -dijo el viejo Cabrejos- a mí me gustaría saber quiénes son “ellos”, quizás el hecho de que no conozcamos a las personas haga que las metamos a todas en la misma bolsa… y yo no creo que todos sean iguales. Debe haber gente de laburo, que quiera progresar y que le gustaría vivir en un lugar mejor.

Julia notaba que el suegro de Dante parecía darse cuenta de la macana que se estaba mandando por su boca floja e intentaba que se diera cuenta de que Carlos podría llegar a sentirse agraviado.

-No se curan más –dijo Dante después de vaciar otro vaso de vino y con el semblante enrojecido de euforia– es como la manzana, están en el mismo cajón y se pudren…

Julia se dio cuenta que el tio Coco, en un gesto que pretendió no ser percibido, codeó a Dante y con la vista señaló a Carlos que solo miraba su plato en inequívoca actitud de no querer estar allí, y al instante Dante hizo algo que lo colocó al borde del patetismo porque en lugar de silenciarse o cambiar de tema esbozó una sonrisa nerviosa y tomando con pretendido y fingido cariño a Carlos del hombro, como quien abraza a su mejor amigo, dijo para todos:

-Este trabaja, no es como ellos… eso sí, me tiene que agradecer que le di trabajo, porque no cualquiera le da trabajo a uno de ellos ¡eh!

-¿Pero quién te crees que sos? –se escuchó por primera vez la voz desencajada de Lucrecia -¡¿Cómo vas a tratar así a mi marido, tarado?!

Hubo un silencio en el que solo se escuchaba a los trillizos jugar en el castillo inflable. Lucrecia se paró y mirando a su marido que aún seguía cabizbajo lo reprendió.

-¡¿Y vos?!, ¿Te vas a dejar decir esas cosas por la mierda de sueldo que te paga este hijo de puta?!

Carlos, ancho y morrudo, pareció despertar del letargo y levantándose sin dar tiempo a nada se tiró encima de Dante. Encendido de furia no paraba de propiciarle trompadas y cabezazos. Luego la sobrevino la secuencia esperada: la expresión inconfundible de terror de Dante, el coro de gritos de todos, Cabrejos y el tío Coco intentando separarlos, las patadas inclementes de Carlos cuando Dante ya estaba en el suelo y el ladrillazo final que impactó el costado de su cara. Finalmente sí, Cabrejos y el tío Coco pudieron apartar a Carlos pero sólo porque éste ya se había sosegado. Y vino lo peor: los llantos de los trillizos, la desesperación de Marta al ver tanta sangre en la cara de Dante, Lucrecia llorando y gritándole a todo el mundo que eran unos hijos de puta. Julia llamó a una ambulancia desde el celular de Dante y no se dio cuenta, lo supo después, que su madre ya había llamado a la policía desde el teléfono del living.

Fue Cabrejos quien había convencido a Carlos y a Lucrecia para que se fueran a su casa. Cuando la policía llegó ya no estaban. Dante, dolorido, se encontraba abatido en la silla mientras que Ana y Marta le colocaban hielo en la mandíbula y en las costillas. Se notaba la dificultad por respirar pero eso no le impidió, casi a los gritos, pedirle a Julia que suspendiera la ambulancia. Los policías, que eran dos, y conocían a Dante ya que lo llamaban casi familiarmente por el nombre, le preguntaron si quería hacer la denuncia. Dante se negó, apenas podía hablar pero lo dio a entender con un gesto eufórico que hacía con la mano. Ana insistió para que denunciara a esos "negros de mierda", pero quizás había olvidado o no reparaba, pensó Julia, que si la cosa iba muy lejos, Carlos lo demandaría por los siete u ocho años que trabajó con Dante sin estar efectivo. Cabrejos acompañó a los policias hasta la puerta y cuando volvió le dijo a Dante que ahora tendría que tener cuidado con Carlos y su esposa.

-Tratá de arreglar las cosas porque quilombo te van a hacer seguro...

Julia no le contó a nadie lo que pasó después, cuando luego de que los policías se fueron, o mejor dicho, cuando creyó que se habían ido, en el momento en que ella se dirigía al baño, escuchó voces que se filtraban por la ventana del living. Por curiosidad miró a través de la persiana y vio a los dos policías que todavía no se habían ido y que fumaban y conversaban apoyados en el patrullero mientras observaban la fachada de la casa. Y escuchó clarito lo que decían:

-Mirá la casa que se hizo este hijo de puta…-dijo el que estaba apoyado en la puerta del patrullero.

-Es así, che –contestó el otro-, nosotros hacemos el trabajo sucio, arriesgamos el laburo y estos negros se llenan de guita. Nos están cagando hermano. La torta se la lleva el jefe y estos hijos de puta.

-Antes de poner el negocio de repuestos no tenía ni para caerse muerto… y mirá ahora… lástima que no lo terminó matando el negro ese…

Julia los escuchó clarito.

FIN

Diciembre 2009